El timo del príncipe Harry

Gartenlust 2011 HalbturnEsta es la historia de cómo un señor austriaco, de Burgenland, ha dejado de creer en la realeza.

17 de Marzo.- En estos días pasados se cumplieron los primeros veinticinco años de vida de internet ¡Cómo ha cambiado nuestro acontecer diario desde entonces! Es indudable que “la red” (en realidad son muchas juntas) se ha convertido en una parte imprescindible de nuestra existencia, hasta el punto de que, si ahora mismo (Dios no lo quiera) se produjera un cataclismo y los servidores mundiales se apagaran, se sumiría el mundo en un caos de muy difícil reparación.

Por internet nos comunicamos con los amigos, utilizamos internet para entretenernos, para informarnos, la utilizamos para encontrar una pareja (antes el ligue era analógico pero, más y más, como se quejaba un amigo mío, la gente llega a los bares digitalmente ligada de casa), por internet compramos y, muchas cosas que antes eran físicas, como los libros o los periódicos, llevan camino de convertirse en realidades digitales.

Millones de cerebros pensando a la vez

Internet es un medio de comunicación neutral y, por lo menos en lugares en donde tenemos la suerte de que no exista la censura, como en Corea –la mala-, China o la Rusia del putín de Putin, libérrima. Todo el mundo puede decir lo que quiera sin más límites que los que las leyes imponen para que la convivencia no se convierta en la ley de la selva . Y, si bien esta libertad tiene algunos daños colaterales (por ejemplo, una saturación informativa que, a veces, puede llegar a distorsionar la perspectiva que tenemos sobre las cosas) también es, sin duda, una de las bendiciones de este siglo XXI, porque la Humanidad se parece cada vez más a un cerebro cuyas neuronas pensasen al unísono. De manera gratuita, en internet puede uno aprender de todas las cosas, leer de todas las cosas, consultar el conocimiento acumulado en pie de igualdad por otros como él y eso es, en definitiva, una maravilla.

Pero (siempre hay un pero) por internet, como todo el mundo sabe, se mueve todo tipo de gente y alguna no muy recomendable, por cierto.

Usando el sentido común

Sobre todo las personas más mayores son las más vulnerables porque piensan que todo lo que sale en internet “es verdad” (igual que mi abuela María, la mujer, pensaba que todo lo que salía por la televisión era de verdad y en directo y, cuando Rubí le daba un beso a su Carlos Alfredo se tapaba los ojos para no verlo, porque le parecía que era una intromisión tremenda en la intimidad de aquella pareja).

Generalmente, pillar a los ladrones que tratan de desvalijarnos por vía digital es bastante fácil haciéndose preguntas lógicas. Por ejemplo: ¿Por qué una señora de Maputo, a la que no hemos visto en la vida, nos dejaría a nosotros un millón de dólares “en el nombre del Señor bienamado” si no la conocemos de nada ni siquiera, en muchos casos, podríamos ubicar Maputo en un mapa? O ¿Qué gana una china de ojos vacunos y escote abundante vendiéndonos el último teléfono de Apple por Facebook a un cuarto de su precio original?

Sin embargo, hay personas que, por su edad o, directamente, cegado el sentido común por la ambición, desoyen todas las señales y, como dijo un jefe mío, “se tiran al aborígen” sin reparar en que hay luces rojas que le indican que se están enfrentando a un timo (el timador, en estos casos, tiene tanta responsabilidad como el timado y en el pecado lleva muchas veces la dolorosa penitencia). Cuando llega el momento en que el cándido se descubre con los bolsillos vacíos, la vergüenza de saberse timado hace que no acuda a la policía y, así, el caco se ve protegido y puede volver a delinquir.

El príncipe Harry llama a tu puerta

En todo, menos en esto último, coincide el caso de un señor de Burgenland con la regla general.

Érase una vez que un caballero de esa parte de Austria que es el equivalente austriaco de Lepe –y no por los fresones-  recibió en Facebook un mensaje privado de un usuario llamado “Prince Harry”, con la foto del nieto de la reina Isabel, de ese que es igualito que su padre el jinete con el que su madre le puso los cuernos porque el padre quería ser una compresa de su amante ¿Me siguen? En el mensaje, el supuesto Harry de Windsor le ofrecía 1.000.000 de Euros (lo pongo en números, para que se vea más la magnitud del despropósito) para sanear los suelos del Palacio de Buckingham (nuestro burguenlandés era solador de profesión).

Usted, yo, que somos “nativos digitales” hubiéramos pensado que el Prince Harry era un listorro sentado en algún suburbio de Bristol y hubiéramos puesto cero al cociente, pero el Burguenlandés se tomó tan en serio el encargo del supuesto nieto de la reina que, después de contactar con él en su mejor inglés, accedió a transferirle, a cuenta (¡Pagar por trabajar! Más que burguenlandés parecía español, el pobre) 27.500 euros (tasas, seguridad, ya sabe, en la realeza somos así).

Al comprobar que le habían timado como a un chinés, nuestro hombre de Burguenland acudió a la policía, la cual, claro, aceptó su denuncia, pero le advirtió de que era muy improbable que volviera a ver su dinero.

Desde entonces, el burgenlandés ha dejado de creer en los príncipes y se ha hecho cerradamente republicano.

No es de extrañar.

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