Hace cien años, a estas horas, había empezado la cuenta atrás hacia la peor carnicería que ha conocido la Humanidad.
27 de Junio.- El joven que ven mis lectores en la foto se llama Gavrilo Princip. Es feillo, orejoncete y, además, está condenado a muerte. Padece una enfermedad que, hoy por hoy, 28 de Junio de 1914, es completamente incurable y mortal de necesidad: tuberculosis ósea.
Por este motivo, Princip, que es miembro de la organización Mlada Bosna, o sea, Joven Bosnia, se ha conjurado junto con otros compañeros para matar al heredero del imperio austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, durante su visita a Sarajevo. Quieren terminar con lo que llos consideran como la ocupación de Bosnia por los Habsburgo.
(Por cierto, a partir de ahora, me permitirán mis lectores que llame al muerto como le llamaron los vivos, Franz Ferdinand, porque lo de “Francisco Fernando” me suena muy raro después de casi una década viviendo aquí).
Unos aficionados del terror
Gavrilo Princip y sus compañeros han pasado las últimas semanas nerviosos, atentos a los detalles de su acción. La mañana del día 28, el archiduque no sabe que va a morir, pero tampoco Princip sabe que va a ser él el que va a pasar a la Historia por haberle matado.
Para tan dudoso honor ha sido elegido en primera instancia un joven de diecisiete años llamado Vaso Cabrinovic. Un pringaillo, como verán mis lectores a continuación.
Cabrinovic, por los nervios, por su extremada juventud, por su bisoñez o por todo a la vez, tira la bomba que tenía preparada al paso de la comitiva del heredero pero, aunque consigue impactar en el archiduque Franz Ferdinand, la bomba rebota en el brazo del heredero y, con gran estruendo, explota detrás del coche que le transporta a él y a su señora.
Desesperado por el fracaso de su intento, el terrorista saca rápidamente una cápsula de cianuro, se la mete en la boca, la rompe con los dientes, sale corriendo y se tira de cabeza en el río Miljacka. El veneno no se extiende con la rapidez prevista or su cuerpo, y el río Miljacka apenas tiene un metro de profundidad en donde él se ha tirado (milagro es que no muriese desnucado, el angelito). La multitud enfurecida le saca a rastras del agua y, cuando está a punto de descuartizarle en una escena digna del mejor film de Frankenstein, llega la policía, le detiene y le enchirona.
La oportunidad de Gavrilo Princip
Gavrilo Princip observa la escena desde lejos y se da cuenta de que su compañero de conspiración no ha muerto. Se ve invadido por la intranquilidad. Piensa en suicidarse, porque sabe que, sometido a los rigurosos métodos de interrogatorio de la policía imperial (tortura, vaya) es muy probable que Cabrinovic termine cantando la traviata.
Incapaz de decidir lo que va a hacer, se escode entre la multitud y, pasado un rato, se sienta en un café.
Por casualidad, el coche del heredero cruza un puente cercano y se para directamente enfrente del café en el que está sentado Gavrilo Princip. El joven no se lo piensa dos veces, coge su pistola, apunta y dispara dos veces, con tan buena puntería que, en un pispás, deja a Austria-Hungría sin heredero.
Se podría calificar el atentado de Gavrilo Princip como un suicidio a plazos porque, cuando disparó las balas asesinas, sabía perfectamente que no tendría ninguna oportunidad de escapar de la policía austriaca.
Tras su detención, Princip es llevado a Viena para ser juzgado. Por ser menor de edad según las leyes vigentes en aquel momento, evitó la pena de muerte pero no por eso dejó de sufrir los rigores de una justicia que fue implacable con él. Princip fue encerrado en lo que primero fue una prisión y, más tarde, sería un campo de concentración nazi de infausta memoria, Theresienstadt. Allí, se le asignó una celda oscura y húmeda, que no tenía ni siquiera un inodoro. Tenía que hacer sus necesidades en una jofaina, que rara vez se vaciaba. El 28 de Abril de 1918 falleció a causa de la tuberculosis ósea que padecía, después de que tuvieran que amputarle el brazo derecho.
En la pared de su celda, con el mango de una cuchara, había escrito: “Nuestros fantasmas se deslizan furtivamente por Viena y murmuran por los palacios y hacen temblar a los señores”.
Hoy en día, los restos de Gavrilo Princip están enterrados en el cementerio Kosevo de Sarajevo. A la entrada del cementerio hay una placa conmemorativa de Princip y de los otros miembros de Mlada Bosna. Para los Serbios, Princip es un héroe, para los Bosnios, un terrorista. Suele pasar.
En el lugar en el que cayó muerto el archiduque (por cierto, tanto el coche como su camisa y su guerrera ensangrentada pueden verse en el Arsenal de Viena) hoy en día hay un museo sobre la época en que Sarajevo estuvo bajo el dominio austro-húngaro.
En Theresienstadt, desgraciadamente, Gavrilo Princip no fue el último muerto. En una cadena de sangre y sufrimiento, las víctimas de la primera gran guerra y las de la segunda –de alguna forma son una y la misma guerra- se dan la mano.
Pero eso es otra historia. Otra historia triste que quizá trataremos otro día.
Deja una respuesta