Ainara, una de las niñas más famosas de Viena, cumple siete años y su tío, desde Viena, le da un consejo que él cree que le puede servir a más gente.
20 de Agosto.- Querida Ainara (*): mañana cumplirás, si Dios quiere, siete años. Eres una niña inteligente, curiosa y ágil, con mucho amor propio (te viene, supongo, de familia) algo perfeccionista, deseosa de aprender y muy graciosa. Estás dejando ya de ser una niña pequeña y, supongo, esa mezcla entre la niña que todavía eres y la chiquilla mayorcita que empiezas a ser, te da ese punto tan especial que, a veces, nos haces reir tanto.
El otro día, le tuvieron que hacer una prueba a tu abuelo y tu abuela, mi madre, como no tenía con quién dejarte, te llevó con ella al hospital. Mientras esperábais las dos, abuela y nieta, para vencer, supongo, un silencio de la conversación, le dijiste así:
-¿Sabes, abuela?
-Qué, hija.
-Me ha dicho mi tío Paco que soy muy famosa en Viena.
Bueno, famosa, famosa, lo que se dice famosa, lo eres relativamente. Es cierto que, para ser una niña de tu edad que no se dedica al artisteo, en la ciudad de Viena por lo menos (y en alguna que otra de España) eres ya bastante conocida.
Tu tío, Ainara, está lejos de ti (aunque ahora, con internet y con los teléfonos, esa lejanía nunca reviste dramatismo), es pobre –dentro de lo que cabe-, así que fuera de esa modesta fama y de estas cartas en donde te cuenta cosas, poco puede regalarte por tu cumpleaños.
Estoy ansioso de que seas un poco más mayor, y me gustaría que te decidieses a aprender alemán y vinieses a verme. Me gustaría que, como sucede en Europa con más frecuencia que en España, cuando cumplas los catorce o los quince (el doble de la edad que tienes ahora, una eternidad en la vida de un niño, un suspiro en la vida de un adulto) te subiesen tus padres a un avión y te mandasen quince o veinte días de vacaciones a casa de tu tío Paco, a hacer un curso intensivo de alemán en la que, según dicen los que entienden, es la segunda ciudad del mundo (¡Del mundo!) y la primera ciudad de Europa en la que mejor se vive.
Hoy, sentado en el metro, rodeado de gente más o menos seria (en España la gente sonríe más, pero eso no significa necesariamente que los vieneses estén más tristes) trataba de pensar en algo especial que escribirte hoy, para conmemorar que llevas siete años funcionando por el mundo. Y, rebuscando en el baúl de los recuerdos, he recuperado de la memoria al niño de siete años que yo fui (los cumplí el día 8 de octubre de 1982, a solo veinte días de que el PSOE ganara las elecciones por mayoría absoluta). Aquel niño tenía dos pasiones (que le han seguido acompañando). La primera, leer (hoy me han traido de Madrid un libro del que tenía muchas ganas, y estoy deseando terminar de escribirte para lavarme los dientes, ponerme el pijama, meterme en la cama y empezarlo) y la segunda, fabricar un aparato que volase. Me pasaba las tardes de sábado –las únicas, prácticamente, que me dejaba libres mi exigente rutina escolar- haciendo aviones, con cajas de galletas, con papel celo, armatostes pesados que nunca llegaron a volar, pero que me mantenían entretenido largas horas, persiguiendo, como decía el poeta, la libélula vaga de una vaga ilusión.
Mi regalo de hoy, en tu séptimo cumpleaños, es este: ponte retos, aunque todo el mundo te diga que no se van a realizar jamás, aunque la lógica te indique que los aviones que construyas no se levantarán nunca del suelo. Porque solo quien se pone retos, quien intenta pensar cosas que no haya pensado nadie antes, se ensancha, crece, se fecunda, sobrevive, aprende a ver las cosas desde un ángulo diferente, se entrena en eso tan difícil que es soportar la frustración y el fracaso, ingredientes fundamentales de esta vida que no siempre nos da lo que nosotros queremos y no siempre nos obsequia con cosas que podemos entender.
Sin más que desearte MUCHÍSIMAS FELICIDADES, me despido de ti hasta la próxima semana.
Muchos besos, hoy más que otras veces, de tu tío.
(*) Ainara es la sobrina del autor
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