Hoy, por aquello de que es (aún) miércoles, vamos a hablar de un tema importante. De hecho, uno de los más importantes de la vida.
17 de Septiembre.- Querida Ainara (*) : soy de la firme opinión de que todas las personas nos parecemos un poco a las canciones del verano. Hay un texto –no necesariamente estupendo- que se ve interrumpido constantemente por lo que de verdad importa: el estribillo, el tema recurrente.
Sobre esos temas recurrentes (los cuales varían de una persona a otra) trabajamos, ellos marcan nuestra existencia y, de una manera definitiva, son los que inclinan la balanza hacia unas decisiones u otras cada vez que nos enfrentamos a las encrucijadas de la vida.
En mi caso, esas influencias a las que no me puedo sustraer son dos: los afectos y la paz.
Hoy hablaré de la segunda.
Para mí, Ainara, la paz es una necesidad. Aclaro que, naturalmente, en este mundo en el que vivimos, es imposible afirmar que la paz es un sinónimo de la quietud, menos aún de la quietud de los cementerios.
La paz interior, Ainara, no tiene nada que ver con la inactividad o con el tedio o con la ausencia de acontecimientos. La paz es armonía, es saber que uno está haciendo lo que de verdad quiere hacer, o que está haciendo cosas que no le gustan por alguna razón suficientemente poderosa o que está haciendo lo que beneficia a su “crecimiento interior sostenible”, lo que le completa como ser humano.
La paz es saber que uno no está fastidiándole la vida a nadie o, incluso, que está dándole prioridad al bienestar de los otros y aparcando un poco el propio.
La paz es estar alerta constantemente para no hacer las cosas a tontas y a locas (la estupidez es muchísimo peor que la maldad).
La paz interior es una fortaleza, un castillo interior, que uno tiene que defender de unos enemigos más pelmazos que fieros (son solamente fieros en apariencia, cuando uno no los conoce bien)
Los enemigos de la paz interior son, por ejemplo, la deshumanización que viene cuando uno no tiene tiempo para “ensimismarse”. Lo que yo llamo, “ordenar los armarios”. Con un poco de disciplina, este enemigo es fácil de vencer. Procura, Ainara, tener todos los días un poquito de tiempo solo para ti, para sentarte contigo misma y para preguntarte por qué ¿Por qué he hecho esto? ¿Por qué he dicho lo otro? ¿Por qué me ha dolido que esta persona me tratara como me ha tratado y me dijera esto o lo de más allá?
Otro enemigo grande de la paz es la envidia.
La envidia nace de desear para uno lo que otros tienen y que, por alguna razón, a nosotros nos está vedado.
La envidia se combate siendo consciente de que, lo que a otros les beneficia, a mí me puede perjudicar porque quizá no sabría qué hacer con ello, o lo usaría mal. La envidia se combate siendo consciente de que otras personas nos envidian a nosotros cosas a las que nosotros no concedemos ningún valor, porque podemos disfrutar de ellas todos los días.
La paz interior se defiende evitando tener la tentación de concederle a las cosas más importancia de la que tienen, que en la mayoría de los casos es muy poca. Se defiende pensando en uno mismo como en un ser que, por mucho que uno se empeñe, nunca será perfecto, pero que merece cariño como cariño merece al que hace todo lo posible. Tu abuelo dice siempre que, a quien hace lo que puede, no se le puede pedir más.
La paz interior se defiende tratando de ser como el agua, que toma la forma del recipiente que la contiene pero sin dejar nunca de ser fresca y transparente, sin tratar de añorar otras circunstancias que las del inapelable presente. Al fin y al cabo, si mi abuela tuvera dos ruedas sería una bicicleta y no mi abuela.
El castillo de la paz se defiende intentando vaciar el vaso de cada sentimiento para poder pasar, libres de lastre, a otra cosa, intentando que nada se quede enquistado en ningún sitio en donde después pueda pudrirse y hacer daño. Si es dolor, dolor. Si es alegría, alegría.
La paz interior se defiende no haciéndola depender de cosas exteriores, ni de un buen trabajo, ni de la palmadita en la espalda de esa persona en la que confiamos, mentalizándose siempre de que, si lo bueno se acaba, lo malo también, y no dándole a una cosa más importancia que la otra.
La paz se aprecia perdiéndola y volviéndola a encontrar.
En fin, besos de tu tío.
(*)Ainara es la sobrina del autor
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