En las películas dicen que, el que ha sido marine una vez, lo es para siempre. De quien ha probado el veneno del teatro puede decirse lo mismo.
17 de Septiembre.- Debe de hacer una década que me subí por última vez a un escenario y, cuando cayó el telón –bueno, se hizo un oscuro, porque la representación fue en una sala de las llamadas “alternativas”- tuve la misma sensación que tuve el día que salí por la puerta de la cadena de televisión en donde trabajé y en donde fui tan feliz. La sensación que se tiene al abandonar uno de esos periodos propicios de la vida que son como vacaciones del trabajo que, en general, supone existir.
Durante una época de mi vida, casi ocho años, hice teatro, una función detrás de otra (la mayoría las escribí yo, pero también hice un par de otros autores) y creo que, de todas cosas que he hecho, han sido de las que más me han enriquecido como ser humano y de las que más me han enseñdo de la vida. Hoy, las personas con las que hice aquella última obra (El Zoo de Cristal) han seguido otros caminos que les han apartado, sospecho, de las tablas. Pero creo que, si les preguntaran, estarían de acuerdo conmigo en que las cosas que se aprenden cuando uno acomete el montaje de una obra no se olvidan nunca y que, en muchos aspectos, ayudan a vivir mucho más que otros conocimientos que las mentes más miopes de este mundo en que vivimos consideran imprescindibles.
Entre otras cosas, hacer teatro te obliga a ser minero de tus propias emociones, a analizarlas, a conocerlas, a darte cuenta de que son una cosa que, con un poco de práctica, se pueden controlar. Te enseña a hablar en público y, al hacerlo, te enseña muchas cosas sobre la naturaleza de la mentira. El oído de alguien que está acostumbrado a hacer teatro, termina entrenadísimo para distinguir un tono verdadero de uno falso. Aunque quizá, lo que más se aprende y aquello que ha convertido a los cómicos en seres sospechosos para las alturas del poder, es que, en el escenario como en la vida, hay algo de falso y de azaroso o aleatorio en el reparto de los papeles. Un viejo, con una corona es un rey, y vestido con andrajos es un mendigo. Y algo nos dice, a los cómicos, que los papeles serían intercambiables y que, al fin y al cabo, la vida es un juego como el que los actores se traen en el escenario. Solo el cómico es consciente, porque así lo ha vivido, de que todos somos actores en nuestra vida, y que quizá el proceso de levantarnos y vestirnos para salir a la calle cada día no sea más que una especie de mala imitación del que acomenten los actores. Y que yo, por poner un ejemplo próximo, ayer hice el papel de trabajador en una empresa y esta mañana, después de ducharme, me he vestido para hacer el papel de desempleado o de amo de casa que pone un cocido mientras pasa la aspiradora. Y mañana, quién sabe qué papel me tocará.
Y aún algo más: los cómicos son los únicos seres encima de la tierra que son, aunque solo sea por el tiempo que dura la representación, total y absolutamente libres. En el cuadrilátero del escenario todo está permitido y nada tiene más consecuencias que las de la trama. Cuando se apagan las luces, todo vuelve a estar como estaba y uno ha hecho la terapia de hacer lo que nunca se atrevería. La que en la vida civil es casta y pura, en el escenario puede sacar la devorahombres que lleva dentro. El que en la vida diaria es un tiburón que mataría a su padre por un ascenso, encima del escenario puede hacer creer que es San Juan de la Cruz. Y así, sucesivamente.
Quien ha comprendido alguna vez todas estas cosas, las comprende ya para siempre y por eso, ayer, cuando estuve viendo ensayar a la compañía Soles del Sur, no tuve más remedio que sentirme en medio de mis iguales y soñar que había vuelto a un lugar de la vida más propicio, ese en el que, cuando era más joven, hacía vacaciones mientras soñaba con que, en algún momento, emprendería la romántica y errante vida de los cómicos que sí, que lo tiene todo de errante pero a la que ahora, a mis casi cuarenta y diez, me cuesta un poquito más verle el romanticismo.
La compañía Soles del Sur, que mantiene viva la llama del teatro en español en esta ciudad, representará los próximos días 29, 30 y 31 la obra “La barca sin pescador”, de Alejandro Casona. Será en el Theater Brett que está en Münzwardeingasse 2, en el distrito seis de Viena. E ir a verles es absolutamente recomendable. Y lo digo con perfecto conocimiento de causa.
Ayer, pasaron delante de mí dos escenas de la obra y, a pesar de que todo el decorado eran tres sillas y una mesa, no les hizo falta más para resucitar el antiguo milagro: incluso fuera de contexto, las escenas estaban montadas con tanta sabiduría y el texto dicho con tan gran sensatez, que era inevitable que una emoción se despertara en los corazones de los que mirábamos. No cabía duda posible de que aquellas personas sabían lo que se traían entre manos.
Un placer, en suma. Si podéis, no dejéis de ir. Repetimos:
La compañía Soles del Sur representará los próximos días 29, 30 y 31 la obra “La barca sin pescador”, de Alejandro Casona. Será en el Theater Brett que está en Münzwardeingasse 2, en el distrito seis de Viena
(Las fotos que ilustran este post, por cierto, no son mías –evidentemente- sino que me las han pasado ellos. Lo dejo escrito por aquello de los créditos).
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