Austria, 1989: cuenta atrás hacia el futuro

cementerio sovieticoSe cumplen en estos días 25 años del sábado glacial que cambió para siempre la historia moderna de Europa (y de Austria).

15 de Diciembre.- Cuando uno aterriza en Austria, si uno lo hace con los ojos y las orejas abiertos a las nuevas impresiones, mirando con curiosidad, intentando comprender (que así es como se termina queriendo a los sitios y a las personas) hay dos temas que, más tarde o más temprano, terminan saliendo.

Son dos cuestiones que, los españoles, por andar en una posición tan excéntrica del continente europeo, solo conocemos de segunda mano, por las películas o por los documentales. Aquí, en cambio, se huelen, se tocan, se saborean: uno, es el nazismo y el otro es el comunismo o, como también se le llamaba, el socialismo real.

Tengo que reconocer que hay un programa de televisión que solo sería posible en estos países y que a mí me tiene, de verdad, absolutamente fascinado. Todos los días, en la tele pública alemana, dedican una media hora a reponer el informativo diario de hace 25 años (¿Cuándo, por ejemplo, hará lo mismo alguna cadena española? El año próximo se cumplen los 25 años del nacimiento de las televisiones privadas y, por lo que yo sé –y lo sé muy bien- todos los informativos de aquellos años duermen en sus archivos; sería interesantísimo rememorar las líneas editoriales de la primera Antena 3 o la gaseosa “mamachichez” de los primeros informativos de Tele 5; aunque quizá a nadie se le pase por la cabeza hacerlo para que la gente no saque conclusiones sobre los informativos actuales).

En fin: ver los telediarios de hace 25 años resulta un viaje en el tiempo fascinante, y no solo por ver cómo la moda de finales de los ochenta insistía en atentar contra el ojo humano o por escuchar cosas como “según fuente de la Agencia Tass” (¿Por qué no nombran ya en los telediarios las fuentes?). Resulta, digo, una experiencia alucinante ver la historia contada en tiempo real, cuando no se tenía un componente fundamental de ella: lo que pasó después.

Tal que el dos de diciembre de 1989, mientras Bush(padre) y Gorbachov estaban reunidos en Malta para una cumbre, cayó el último trozo del telón de acero (estaba apenas a unas decenas de kilómetros de Viena) y la relación entre Austria y su entorno regional sufrió un cambio dramático. Las profundidad de las consecuencias de la caida del bloque comunista son muy difíciles de sospechar hoy, cuando autobuses cargados de domingueros húngaros o eslovacos dispuestos a dejarse los euros en las compras de navidad, llegan hasta las puertas del Shopping City Süd (el centro comercial más grande de Viena).

Sin embargo, en los pasillos del poder, aquel glacial sábado de 1989, debió de cundir algo bastante parecido al pánico ¿Qué sería de Viena y de Austria en su conjunto desaparecido el comunismo? ¿Qué pasaría con toda la infraestructura que se había creado durante los años de la guerra fría –y que, convenientemente reciclada, sigue existiendo todavía– cuando ya no hubiera comunismo que espiar? ¿Y si a todos los pobres desgraciados de la Europa del este les daba por invadir el oeste? (Go West, que cantaban los Pet Shop Boys) ¿Y si el nuevo orden no desembocaba en la reconciliación sino en la guerra civil?Las turbulencias políticas en los antiguos países del bloque comunista, pronto dieron lugar a que las democracias occidentales aprendiesen a temer a las multitudes desatadas. Por ejemplo, el 25 de diciembre, apenas 22 días después de la caida del muro, las turbas ejecutaron a Nicolae Ceaucescu y a su mujer. A la vista de lo que se ha sabido después, no se merecían otra cosa pero, en aquellos momentos, el ver a aquel político (que, sin embargo, había desempeñado un papel importantísimo en la transición española) morir rematado como un perro, hizo que por Europa cundiera la preocupación.

Los viejos del lugar (a Austria me refiero ahora) recuerdan los primeros meses después de la caida del comunismo y la apertura de fronteras no mediante estas cosas, sino con detalles cotidianos, como las romerías que se organizaban para ir a cazar gangas en los mercados de Hungría, en donde todo, debido al nivel de vida, era mucho más barato que en la próspera Austria de entonces (aún más próspera en aquella época, claro, porque el contraste con la miseria del socialismo era muchísimo mayor).

En aquellos momentos todo parecía estar abierto y en Alemania y en otros países parecía que había llegado la oportunidad para un nuevo comienzo. Pronto, la realidad hizo bastante por quitarle la razón a los optimistas.


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