El día en que Japón invadió Austria

Cómico…O cómo un grupo de heróicos cómicos austriacos burlaron la estúpida barbarie nazi.

18 de Diciembre.- Uno de los géneros con más tradición dentro del teatro austriaco es el cabaré. Durante el periodo de entreguerras, particularmente, los chistes y la sátira sobre la convulsa actualidad de aquellos momentos ayudaron a los aborígenes a soportar la dureza de unos años que, por lo demás, tuvieron muy poquito de gracioso.

Es sabido que los tiranos (y los imbéciles) tienen muy poco sentido del humor. Por eso, una de las primeras consecuencias de la anexión de Austria por parte de la Alemania hitleriana fue, primero, deportar a los principales cómicos judíos (por ejemplo, el gran Karl Farkas, un hombre cuyos chistes siguen haciendo gracia aún hoy, tuvo que marcharse) y, después, restringir en lo posible el margen de libertad del que podían gozar los “arios” que se quedaron.

Uno de los escenarios ligeros más famosos de la Viena de entreguerras fue el Literatur Am Naschmarkt (allí actuaba Farkas entreteniendo al respetable). Después de la anexión, los restos de la compañía que actuaba en este escenario se reagruparon para actuar en un pequeño teatrito, que se llamó Wiener Werkel. Pudo sobrevivir porque el director de aquel teatro, sin ser un “nazi auténtico” sí que era miembro del Partido Nazi (el buen hombre se llamó Adolf Müller-Reitzner), por lo cual la GESTAPO, la perversa policía política hitleriana, dejó a los heróicos cómicos austriacos en paz (por lo menos, como se verá, durante un tiempo).

Durante este pequeño (y frágil) paréntesis de libertad, cuyo ejercicio era, naturalmente, arriesgadísimo (los cómicos se exponían a que los mandaran a Buchenwald o a Dachau) se representó en el Wiener Werkel el sketch El Milagro Chino (Das chinesische Wunder), en el cual se describía una invasión ficticia de China por parte de Japón. Naturalmente, todo el público estaba en el ajo de que los Chinos, pobres, eran los austriacos y los japoneses eran los nazis. Por si acaso quedaba alguna duda, los chinos, aunque troceados, llevaban nombres checos o eslovacos o diminutivos alemanes (como Pe Cha-Tschek o Mit-si) y su lema era “Un auténtico Chino nunca se viene abajo” paráfrasis del “Ein echter Wiener geht nicht unter”.

El argumento del sketch era que un oficial japonés, de nombre Pief-keh, entra en el “Negociado de la Sal” para ser informado de la marcha de los asuntos de la oficina y, particularmente, de la vida de su jefe, el administrador Pe Cha-Tschek, que resulta ser el prototipo del tranquilo funcionario vienés; a lo que el alemán, digoooo japonés cabeza cuadrada, responde:

-¡A partir de ahora aquí se va a trabajar como Dios manda!

Los autores de la escena son Fritz Eckhardt (un hombre que llevaba sangre judía y que, por lo mismo, vivía acojonadito, el pobre) y Franz Paul. Un día después del estreno del sketch, la Gestapo advirtió al camarada director del teatro de que debía retirar la pieza, so pena de arriesgarse a ser sancionado. Para rodear el peligro, el listo de Adolf Müller-Reitzner invitó al gauleiter de Viena –máxima autoridad nazi, entonces-, Josef Bürckel, a una representación. El tal Bürckel era un Bob Esponja, que se bebía todo lo que le ponían por delante, con lo cual acudió al teatro borrachísimo y, de todas maneras, como la pieza estaba trufada de austriacismos –hay que tener en cuenta que los acentos, entonces, se diferenciaban mucho más que ahora- no entendió nada de lo que se decía en escena. El Milagro Chino se mantuvo en escena hasta el principio de la guerra mundial y se convirtió, así, en un milagro austriaco.


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