Nueve de cada diez médicos lo recomiendan: lo mejor para vencer la resaca de las uvas es empezar el año leyendo Viena Directo.
1 de Enero.- El concierto de año nuevo de Viena es el epítome perfecto de todo lo que se asocia con la ciudad que es la capital de Austria, pero también es una cita anual a la que también, en muchos sentidos, se podría aplicar aquella ocurrencia de la gran Dolly Parton: “Cuando en Estados Unidos son las siete y media de la tarde, en Europa es 1905”.
La cita anual para escuchar los valses de la familia Strauss –esos DJ Tiesto del siglo XIX- es quizá el único rastro que queda de la inmensa popularidad de la que gozaron en su época (fueron, de hecho, el primer fenómeno pop de la historia de la cultura de masas y, como tales, podrían hoy reclamar ser los bisabuelos musicales de Lady Gaga), y también el último rastro, el más efectivo quizá, de la imagen satisfecha que aquella Austria de la monarquía “Kakánica” (por K.u.K) tenía de sí misma.
Al mismo tiempo, el Concierto de Año Nuevo de Viena es, probablemente, el anuncio más largo que se emite en la televisión mundial y por eso, todos los años, la ORF echa el resto para sacar Viena con su cara más hermosa (hasta el punto de hacer olvidar, incluso a los que vivimos aquí, que Viena es una ciudad como las otras). Los más prestigiosos profesionales austriacos del mundo de la imagen (y algunos importados) trabajan para obtener no solo de Viena, sino de toda Austria, imágenes que quitan el hipo utilizando cámaras de última generación y los más sofisticados medios de edición digital. No es para menos. En cada concierto Austria se juega muchísimo: el mantenimiento de ese espejismo dorado que hace que, todos los años, millones de turistas visiten estas tierras y se dejen los cuartos aquí.
Visto desde la mercadotecnia, el Concierto de Año Nuevo es la jugada perfecta: está dirigido a un público urbanita, de clase media alta y de una edad suficientemente madura como para haber alcanzado una posición en la vida que le permita pagar el pastizal que, desde la mayoría de las partes del mundo, cuesta volar hasta esta capital.
Todos los años, la Filarmónica de Viena, que es la institución que se encarga de la parte “técnica” del asunto, busca a un director de prestigio (el cual, naturalmente, acepta el honor encantado, sabiendo que se enfrenta más a un encargo lúdico que a un reto auténticamente musical).
El capitan de este “Titanic” de los amantes de la sección de cuerda tiene que ser, idealmente, no solo un director de valía universalmente reconocida, sino alguien que sintonice también con el espíritu del asunto. O sea, tiene que ser alguien que dé bien en cámara, que sea bonachón y simpático y luego, bueno, luego que dirija (al fin y al cabo la filarmónica, a estas alturas, se dirige sola y el repertorio, a pesar de que todos los años entran tres o cuatro piezas “poco conocidas” de rondón, es el mismo de siempre: Perpetuum Mobile, la polca Chit Chat, la polca bajo truenos y relámpagos, el vals del emperador, el Danubio Azul, etcétera). Vamos, que no son música dodecafónica ni nada (la verdad es que, con la ingesta alcohólica de ayer noche, empezar el año con una escala de doce tonos sería un poquito hacerle una putadilla al personal). Este año, el elegido ha sido Zubin Metha, el gran director indio al que ya nada le queda por demostrar y que cumple, obviamente, con todos los requisitos.
Del glamour este año se han encargado, por primera vez, los jardines de la ciudad de Viena, que han puesto las flores y los diseñadores austriacos Peter Petrov y Elfenkleid, que han diseñado los trajes que han lucido los bailarines en los insertos con los que la ORF se encarga de aliviarles el paso a aquellos espectadores menos melómanos.
Como todos los años, esta mañana ha salido todo a la perfección. Hemos disfrutado de la dulce música que nos recuerda que Viena es uno de los pocos sitios del mundo en los que todavía merece la pena vivir y nos hemos dejado mecer por los valses de gran calidad que compusieron los Strauss para un mundo más ingénuo que este. Quizá, en el fondo, sea ese el quid de la cuestión. Afortunadamente.
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