Un descubrimiento fascinante en Viena

hombre mirando un panelLos sótanos de los museos vieneses guardan joyas que esperan ser descubiertas. Hoy nos ocuparemos de una de ellas, que se creía perdida y se ha vuelto a encontrar.

5 de Marzo.- Mientras preparaba este artículo, me ha venido a la memoria un test absurdo que leí ayer en un periódico. Una de las preguntas era “¿Tiene usted alguna premonición sobre cómo va a morir?”. Me llamó mucho la atención, porque no parece que sea una pregunta que uno espere encontrarse cuando hojea el Diez Minutos, pero luego le encontré mucho la lógica, porque es cierto que la muerte, bien mirado, es el último trozo de la vida y que es bastante probable que nuestra manera de dejar este mundo lleve nuestra firma inevitable, diga algo de nosotros. Visto así, hay muertes que no dejan de dejar una incógnita tras de sí. Por ejemplo, la de uno de nuestros protagonistas de hoy. El músico vienés Edmund Meisel murió en Berlín, a los treinta y cinco años, durante una operación de urgencia a causa de la perforación que había sufrido en su inflamado apéndice –esa parte del cuerpo humano que, por cierto, no sirve absolutamente para nada más que para producir inflamación y, antiguamente, la muerte: uno a cero en contra de los partidarios del llamado “diseño inteligente”-.

El otro protagonista de nuestra historia de hoy fue el director de cine Sergei Eisenstein murió a los cincuenta en Moscú, en 1948. Mi padre, por cierto en la (para Eisenstein) exótica Extremadura, cumplió ese día un mes. Eisenstein estaba trabajando en un texto (que, obviamente, dejó sin terminar) con destino a una historia del cine soviético. Meisel llevaba, cuando Eisenstein falleció, diez años muerto. Sin embargo, la obra que los unió era ya no solo una de las cumbres del llamado séptimo arte sino también una de las obras maestras de la propaganda. Se trata de El Acorazado Potemkin, la cual, a pesar de ser una obra de arte puesta al servicio de una ideología totalitaria (como, por otra parte, Olimpia de Leni Riefesthal, por el otro lado) sigue estando en la lista de las mejores películas para la mayoría de los cinéfilos.

Los comunistas deciden aprovechar el capitalismo: un caso claro de poyaque (“poyaquestamos”…)

La peli de Eisenstein tenía, en 1930, un grave defecto: era muda. A principios de la tercera década del siglo pasado, se produjo el boom del cine sonoro (como, hace unos años, el del 3D) y, lo mismo que, después del estreno de Avatar, muchas películas concebidas “en plano” fueron infladas artificialmente, en los años treinta, muchos productores que querían poder seguir explotando su catálogo añadieron música y efectos a sus producciones mudas, para colocarlas en programas dobles como sucedáneo o acompañamiento de las sonoras. Así pasó con los propietarios de los derechos de El Acorazado Potemkin para Austria,los señores de la productora, de inspiración comunista, Prometheus Film GmbH, los cuales le encargaron a Edmund Meisel, entonces director de orquesta del cabaré de línea izquierdista Piscator-Bühne, de Berlín, una banda sonora para acompañar la proyección de El Acorazado Potemkin.

Meisel se puso en contacto con Sergei Eisenstein y, como resultado de la correspondencia mantenida por los dos artistas, el joven Meisel, que entonces no sabía que apenas le quedaban cuatro años de vida, compuso una obra orquestal, vanguardista, epítome de la modernidad con la que –aún entonces- se asociaba al Estado soviético. El resultado, se grabó en disco bajo la dirección de Meisel, y se combinó con una gama de efectos que alejaba al resultado final de las versiones que se pueden ver hoy de la película, que tienden a la épica pero dentro de un estilo algo azucarado.

En Europa, después de aquello, pasó lo que pasó. Vinieron las dictaduras, vinieron las guerras y la banda sonora de El Acorazado Potemkin se dio por perdida. Hasta 2002, momento en que un historiador del cine, Martin Reinhardt, se topó, en los archivos del Museo Técnico de Viena (uno de los más fascinantes de esta capital) con una caja cuya etiqueta decía “Microsurcos Potemkin”. Durante los últimos años, Reinhardt y un completo equipo interdisciplinar no solo se han encargado de digitalizar los discos, sino también de acoplar la banda sonora a una versión que se aproxima lo más posible a lo que podría ser la versión “canónica” de uno de los grandes hitos de la historia del cine. Un nuevo viaje a través de un clásico mutilado, censurado, cambiado (hay varias versiones del montaje de El Acorazado, algunas elaboradas aún en vida del autor) y del que, como sucede con la mayoría de las películas mudas, tenemos siempre la sensación de estar viendo un pálido reflejo de lo que fueron.

(Por cierto, la versión restaurada, con la banda sonora redescubierta, se va a poder disfrutar en el Technisches Museum, en pantalla grande, durante todo el fin de semana).

Metro

Ya queda muy poquito para que llegue la siguiente edición de Zona de Descarga. Mientras tanto, puedes escuchar la última, como ya han hecho cientos de seguidores del podcast ¿A qué esperas?


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Comentarios

Una respuesta a «Un descubrimiento fascinante en Viena»

  1. […] le he hecho decir en ruso el título de El Acorazado Potemkin y hemos estado hablando de Solaris y de Tarkovski y de Iván el Terrible (las películas de […]

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