El bloguero va al hospital

RudolfY dentro de él, y por el camino, aprende muchas cosas de sus conciudadanos vieneses y de sí mismo. Sobre todo, que nada es lo que parece.

16 de Marzo.- Hoy he tenido que salir corriendo del trabajo porque una persona muy cercana a mí se ha puesto enferma y la ambulancia la ha tenido que llevar al hospital con un cólico al riñón de proporciones tremebundas.

Mientras le daban cama o no le daban cama, estábamos esperando en una sala a que viniera el jefe de la unidad (que, por cierto, lleva el bonito nombre de Steinzentrum, que suena como a museo de mineralogía o algo así). Di que, en la misma sala había una señora árabe cacharreando con un móvil. La señora llevaba un pañuelo negro en la cabeza, unos vaqueros negros y el típico camisón de lunares de los enfermos. Nosotros la mirábamos (yo, particularmente la miraba) de reojillo y eso, con muy pocas esperanzas de que, en algún momento surgiera una conversación (¡Cuánto pueden engañar los prejuicios, señora!). Al verla, yo había pensado: “pobre mujer, aquí jugando al candy crush, como Celia Villalobos porque claro, ni sabrá alemán ni nada; y encima sola, su marido la habrá dejado aquí, que seguramente será un machista de campeonato que se haya ido por ahí a fumar sishas” (cómo calan, señora, las ideas preconcebidas que nos inculca la ultraderecha).

A esto, que la persona que yo acompañaba se ha puesto blanca como la pared y ha empezado a dar gritos pidiendo algo que le aliviase el dolor.

La señora árabe, al notarlo, ha levantado los ojos del móvil y se ha quedado observando atentamente la escena, sin perder comba. En estas, ha llegado una enfermera como de película de Almodóvar. Una mujer de unos cincuenta años, operadísima, con la misma cara de aquella loca que intentó cambiarse la suya por la de un gato y terminó pareciéndose a la duquesa de Alba (que en paz descanse, la mujer). La operada, sabiendo los trabajitos que da un cólico al riñón, ha corrido a por un gotero, se lo ha enchufado a la vía a mi paciente (a quien le dolor le estaba haciendo perder la paciencia) . Cuando ha visto que la buscapina hacía su efecto, la señora árabe se ha dirigido a nosotros en un alemán perfecto:

-Es que el dolor este es muy malo ¿A que sí? –mi paciente ha asentido y la señora árabe, con una voz preciosa, por cierto, ha dicho: yo, mire usted, he traido tres hijos al mundo y ayer –señalándose el riñón- traje el cuarto. Me puse malísima.

Ha seguido la conversación propia de estos casos. Mútuos deseos de mejoría, etc etc.

Antes, de camino al hospital (era la primera vez que yo iba a este, en una zona de Viena que no conozco bien) al salir del metro en Kardinal-Nagl-Platz, no fiándome de la tecnología digital (o, sobre todo, de mis capacidades como usuario de la misma), decidí acudir al sistema analógico y preguntar el camino a los transeúntes. El único a la vista resultó ser un señor mayor, vestido de señor mayor vienés (o sea, de punta en blanco sin faltarle un perejil, pero con un sentido de la combinación de colores tirando al del payaso de Micolor). En fin.

El señor, siguiendo la costumbre local, me ha mirado dudar entre la calle de la derecha y la de la izquierda, con cara inexpresiva y yo he cantado para mis adentros aquello de “mi abuelo tenía un barco, mecachis en la mar”. O sea, como si no hubiera transeúntes en Viena y me ha tenido que tocar para preguntar uno de estos viejos revenidos vieneses (solo superados en bordería, en el imaginario popular, por las viejas revenidas vienesas).

Total que, echándole valor, con mi mejor sonrisa, me he acercado al caballero y le he dicho:

-Perdone usted, ¿La Rudolfstiftung?

Y él, me ha mirado y yo “la cagaste, burlancáster, ya te puedes ir buscando otro transeúnte más simpático” pero no: porque cuando yo pensaba que me iba a soltar un denuesto, el hombre ha empezado, primero, por tranquilizarme (“no se preocupe usted, que es muy fácil”) y después, alto y claro (y, sobre todo, despacito, aunque a mí ya no me hace falta) me ha explicado el camino entre Kardinal-Nagl-Platz y el hospital fundado en 1858.

Después, ya solo, volviendo a casa en esta incipiente primavera, le he llamado mil veces tonto a mi imagen reflejada en las lunas de los escaparates. Tanto luchar, desde este blog, contra los estereotipos y resulta que uno es la primera víctima.

Sirva este artículo como escarmiento en cabeza ajena.

Rax

¿Sabes ya cómo se obtiene la ciudadanía austriaca? ¿O quién era Jaimito (von Doderer)? Pues ya estás escuchando el Zona de Descarga de esta semana. Créeme: no te vas a arrepentir.


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