Los arqueólogos han encontrado las evidencias romanas más antiguas de la presencia en la ciudad. Tú vas a verlas con otros ojos.
19 de Marzo.- Lector, lectora: abre los ojos ¿Qué ves? ¿Qué escuchas? Lo primero que llama la atención de viajar hasta el año cincuenta es el impresionante silencio que hay a tu alrededor ¿Verdad? Es un silencio solo aparente, que esconde mil y un ruidos que, poco a poco, van destacándose del sonido de la brisa a nada que uno se va acostumbrando a la nueva situación. El murmullo de los árboles, por ejemplo, la hierba verde que cubre algunos campos. Un riachuelo. Las propias pisadas. Hace un poco de fresco, pero tú vas abrigado con tu ropa del siglo XXI ¿Que qué es aquello? Pues son unas casitas. Viven en ellas unas cuantas familias que forman un villorrio un poquito aislado. Los hombres son/fueron soldados romanos que hablan griego coiné o el latín necesario para encargarle a algún artesano local. Las mujeres son nacidas aquí.
Ellos no lo saben pero, en unos cien años, habrá aquí una ciudad a la que ellos llamarán Vindobona por contagio del campamento militar cercano y, andando el tiempo, por la corrupción natural a la que están sujetas las palabras y que va limando el lenguaje para convertirlo en una herramienta más eficaz, la ciudad de Wien, Viena en español. Estas cuatro o cinco casitas están en lo que, en el futuro, será la Rasumofskygasse y, cuando los restos de sus habitantes se hayan convertido en parte del limo espeso que empapa el subsuelo de Viena, serán descubiertas al abordar las obras de una nueva central de correos, la del distrito 3. Pero no nos aceleremos. No todavía. Disfrutemos del paisaje. Las personas que viven aquí tienen una vida más corta que la nuestra y su bienestar material depende de unos pocos utensilios que, a veces, traen los mercaderes desde lejanas tierras. Hay ánforas y otra cerámica. Un soldado que sabe escribir guarda como oro en paño, a salvo de las ratas y de los ladrones, algunos utensilios que utiliza, a veces, para apuntar con letra tosca y pequeña las fechas en las que suceden los acontecimientos importantes. Son las evidencias más antiguas de que alguien escribió en este territorio que aún no sabe que será una de las ciudades más literarias del planeta tierra.
Si pasa algo, por ejemplo si alguien se pone enfermo, a cosa de una hora de camino campo a través está el retén de soldados que, dentro de cien años será reforzado con la “Legión Canabae”. La gente conoce la zona con un nombre que, traducido toscamente al latín, es Vindobona. O sea, las tierras de Vindo o de Vin. En realidad, toda la zona, lo mismo que el gran río que, en la lejanía, se convierte en una ciénaga en donde, en verano, se pueden coger cangrejos y en la que explotan al sol las carroñas de los animales muertos, perpetuando así el ciclo de la naturaleza, lleva ocupada desde hace cinco mil años. Los tatarabuelos de las mujeres que muelen el pan para hacer harina trajeron desde las estepas de Asia sus narraciones sobre la diosa de la fertilidad y la misteriosa sabiduría de las plantas que, en muchos casos, seguimos comiendo hoy.
Dentro de algunos siglos, en el decimotercero de nuestra manera de contar el tiempo, habrá en este mismo sitio una gran cocina, a la que quizá vengan a remediarse los pobres de esa edad en la que el hambre era una cosa permanente con la que todo el mundo tenía que vivir. Y aún después, en el siglo XVIII, habrá un palacio, el palacio Mesmer, que dejará su sitio a una fábrica de hojalata galvanizada que cerrará en el siglo XX, cuando se instale en el mismo sitio una oficina de telégrafos.
Cuando uno pasea por la ciudad, quién sabe sobre qué está paseando.
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Para quien se esté planteando dar ese paso tan importante, esta semana, en Zona de Descarga, hemos abordado el proceso de adoptar la nacionalidad austriaca. Y también hemos tenido una parte en la que hemos contado, entre otras cosas, la vida de Heimito. No, no lo he escrito mal 🙂 pincha ahora y !Disfruta de lo que no está escrito! (en el sentido más literal de la expresión)
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