Los gilipuertas: ascenso y auge de un grupo social

TormentaTodos conocemos a alguno en nuestro entorno (algunos, incluso más). No es un fenómeno exclusivo de un país. Hoy, examinaremos un caso de libro.

22 de Marzo.- Dice un refrán, tan antiguo como cierto, que si los tontos volaran no se vería el sol. Conforme uno se va haciendo más mayor, pues qué quiere que le diga, señora, se va mostrando cada vez más de acuerdo con esta muestra de la entrañable sabiduría popular.

La era del orgullo gilipuertas

No hay más que abrir internet, da igual si en puesto fijo o mientras uno cumple con la naturaleza, desde el telefonino, para darse cuenta de que los imbéciles no solo se han convertido en una clase social en claro ascenso, sino que, además, vista la importancia que les dan los políticos (muchos de ellos rematadamente tontos también) y los medios de comunicación (para las gentes de intelecto más justito es para quienes se hacen la mayoría de los programas y se escriben la mayoría de los artículos de los periódicos) los modorros parecen haberse descubierto los unos a los otros, han salido del armario y se ha inaugurado lo que podríamos llamar “la era del orgullo gilipuertas”, ya que no hay nada que enardezca más al borrico, al indocumentado, al bocazas, que descubrir la presencia en cualquier ámbito de la vida de otras personas como él (podemos decir todo esto porque ninguno de los lectores de Viena Directo, gracias a Dios, pertenece a esta categoría; tranquilos: estamos a salvo).

El papanatas: ese ser

El meapilas típico (todos conocemos alguno, algunos incluso estamos afligidos por la presencia de varios tontos del haba en nuestras vidas) es esa persona sin opiniones propias, que repite lo que oye sin pararse a analizar lo que dice, que ni sabe de dónde viene ni tiene gran idea de hacia dónde va; que se mueve por impulsos, que escribe comentarios en Facebook sin importarle si sus posts los está viendo su madre o miles de personas. Más aún: el tonto típico es superficial y su conducta está dictada por lo que le dicen sus tripas (o su pilila o su chichi, que también hay esta variedad). Reacciona por lo tanto pensando en el corto plazo y, según una noción que se intenta por todos los medios que creamos, el imbécil (ese ser) piensa que, se haga lo que se haga en esta vida o se diga lo que se diga, todo es reparable, se puede borrar y, después, queda límpio como la patena.

Puede deducirse de todo lo anterior que el imbécil típico, el gilipuertas auténtico, el de pata negra, el obtuso puro (lo pongo en masculino pero, naturalmente, hay “imbécilas”, “gilipuertesas” y obtusas en la misma proporción que sus compañeros varones) el bobo integral, decía, es fácilmente víctima de desaprensivos de todo género.

Hoy, la prensa local austriaca trae un ejemplo típico de ese tipo de personas que está en el mundo como los baúles, o sea, porque tiene que haber de todo.

El caso de Oliver N.

En mayo de 2014, un muchacho vienés de 16 años, Oliver N., el cual, a pesar de la ternura de su edad, apunta ya maneras para convertirse, en un futuro no muy lejano, en un ejemplar de libro de tonto sin fisuras ni faltas, Oliver N., decía, se convirtió en mayo del año pasado a una religión que él pensaba que era la islámica. No era así, sino que había caido en las garras de unos fanáticos desaprensivos que le convencieron (con un modorro como él es probable que no tuvieran que tomarse mucho trabajo) de que lo que más mola en esta vida es irse a Siria a pegar tiros y a matar a unos desconocidos que no le habían hecho nada.

Días después, sin darle tiempo a pensar mucho (cosa que es poco probable que Oliver N. haya hecho hasta ahora ni vaya a hacer en el futuro) le montaron en un avión con destino a Turquía (pregunta ¿Cómo un menor de edad puede viajar con esa facilidad?) y de Turquía, le transportaron a una ciudad siria que se llama Rakka. Allí, conoció a otro como él, un tal Firas, de diecinueve años. Le dieron 150 dólares (que en Rakka deben de dar para mucho), una casa, un kalashnikov y munición apropiada. Le hicieron una cuenta de Skype y le encargaron que le mostrase a otros jóvenes austriacos en su misma situación lo bien que se está en la Yihad. Por Skype también le “casaron” con una joven de dieciséis años, la cual le prometió reclutar a niñas para luchar en la guerra santa.

Pasados unos días, cuando se le acabaron los 150 dólares, los yihadistas decidieron que se habían terminado las tonterías para Oliver N. y, según él, le montaron en una ambulancia para que llevara y trajera del frente al hospital a otros como él que necesitaran atención médica. Debieron de amenazarle con aplicarle “la guindilla picanta” si se negaba. En este cometido, vio Oliver N. morir a su conmilitón el Firas este y, visto que aquello se parecía poco a lo que le habían vendido, Oliver N. puso pies en polvorosa, cogió un avión (es increíble con qué facilidad se mueve la gente por el mundo a los dieciséis) y, al aterrizar en el aeropuerto de Viena, la policía le detuvo y ahora está esperando juicio. Por bobo, o sea.


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