Y el bloguero se pregunta ¿Es todo esto estrictamente necesario? Los austriacos (y los españoles) y los europeos ante las tragedias.
25 de Marzo.- Querida Ainara (*) : cuando uno se viene a vivir a un país en el que no ha nacido es inevitable que, con el tiempo, se le contagien cosas de la población autóctona y que, incluso si esas cosas, a sus paisanos, le parecen un sindiós, él termine por aceptarlas sin ningún problema.
Desde que vivo aquí o, puede ser, porque me voy haciendo mayor, me he vuelto mucho más…No sé decirlo, solo se me ocurre decir que más austriaco con respecto a muchas cosas.
Me gusta cada vez más la manera austera y contenida con la que los austriacos encaran cosas tan normales de la vida como morirse las personas, incluso cuando esa muerte es prematura o en circunstancias desagradables (¿Hay alguna muerte agradable? Lo dudo).
Ayer, por ejemplo, se estrelló un avión con ciento cincuenta personas a bordo en los Alpes franceses. Una noticia horrible, muy trágica.
No había austriacos en el pasaje pero, probablemente, de haberlos habido, la situación que voy a describir no hubiera cambiado demasiado. En la televisión pública austriaca se montó, como suele suceder en estos casos, un programa especial para explicar lo que se sabía de lo sucedido que era, aparte de la cifra de muertos y de la demoledora falta de supervivientes, bien poquito.
La ORF, como suele suceder en estos casos, trajo a dos expertos de reconocido prestigio del ramo de la aviación austriaca. Unos señores que, objetivamente, explicaron la verdad que era, salvo el impacto que podríamos llamar “humano” (la tragedia de los chavales muertos, etc) de lo menos espectacular que imaginarse pueda. Vinieron a decir: sí, el avión se ha estrellado. Sí, iban ciento cincuenta personas a bordo. No, no se sabe por qué ha sido y no, tampoco hay datos que lleven a tomar partido por una u otra teoría.
Naturalmente, la ORF sabe que compite con otras cadenas que iban a enfocar el tema de manera mucho más morbosa (por ejemplo, bajo la máscara de un sentimentalismo barato y, en mi opinión, totalmente asqueroso, mostrando el llanto de los familiares de las víctimas, recreándose incluso en las declaraciones de víctimas de accidentes anteriores, etcétera). Por eso, había un presentador en el estudio que trataba, de manera muy incongruente con lo que es la reacción digamos que espontánea de la mayoría de la gente de este pueblo, de arrancarle a los dos expertos una declaración espectacular y vistosa lo que, en el argot, se llama “un total”.
Los dos señores, por suerte, no se dejaron seducir por el periodista y continuaron en su línea de llamar a las cosas por su nombre y de no inventarse lo que nadie podía saber. Todo muy racional, todo muy adulto, todo muy límpio todo, para algunas personas, muy seco. Pero así es la gente en Austria (por lo menos, la inteligente).
A mí, Ainara, cada vez me repugna más, en estos casos, demostrar cualquier tipo de reacción. Me digo que, por mucho que a mí me pueda parecer trágico un suceso mi sufrimiento no es nada comparado con el que deben estar pasando esas pobres familias. Me da vergüenza compararme con ellos, de verdad. Por ejemplo, cambiando mi foto de perfil en “las redes sociales” o cosa similar. No puedo evitar que me acometa el pudor y que me parezca, francamente, una obscenidad, hablar del dolor que hemos sentido al escuchar el trágico destino de esta gente. Y me lo parece, por dos cosas. Porque, en la mayoría de los casos, es un dolor externo, que en realidad, estoy convencido, nace del deseo un poco insano, un poco infantil, de ser protagonista de una noticia, aunque sea de esta manera tan ínfima. Como esas personas que, cuando se muere un famoso o una vecina de su casa, dicen que están hechos polvo porque han sido uña y carne con el difunto y luego resulta que ni le han conocido.
Y luego, claro, Ainara, aunque quizá esto te parezca una barbaridad, en el mundo, todos los días, muere muchísima gente de muertes igualmente horribles que en un accidente aéreo. De ébola, por ejemplo. O, cuando hay un cafre suicida que se inmola en un mercado de Bagdad o de Damasco. Pero como no son europeos, la verdad es que la cosa no pasa, para la mayoría de la gente, de ocupar el tercer o cuarto puesto de importancia en un telediario. Los europeos somos tremendamente fríos a propósito de todas esas muertes que nos parecen cotidianas y que tomamos como si los muertos no fueran hermanos nuestros, sino seres no del todo humanos. Para nosotros, las doscientas o trescientas personas que pueden morir en un mercado, así, porque un loco se quiera ir a jugar a las cartas con Mahoma son muertos de segunda (o de última). No conocemos sus historias, ni hay ningún periódico que se encargue de recordarnos que la presencia de una clase de niños de diez años en el mercado fue producto, como la presencia de los pobrecitos chavales muertos en el avión, del más puro azar.
Aunque, ya te digo, quizá esas cosas puedan ser porque vivo desde hace ya mucho tiempo aquí o porque me esté haciendo viejo.
Besos de tu tío.
(*) Ainara es la sobrina del autor
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