Una historia que termina

GuerrerosEl bloguero se quita hoy un peso de encima y espera darle a sus lectores un gustazo !Pasen y vean los entresijos de la política del renacimiento!

7 de Abril.- Hace un par de semanas, volví a retomar, a petición de una lectora, la historia de Juana de Castilla, la responsable (bueno, o así, la pobre) de que los destinos de Austria y España pasaran un par de siglos ligados. Me pesa no haberla terminado, como pesan todas las tareas pendientes. Así que hoy, voy a poner el punto final a la biografía de Doña Juana. Dejamos a la pobre reina presa en manos del marqués de Denia y con su padre, el rey dizque católico y su hijo, don Carlos, velando cuidadosamente porque el mundo creyese que la pobre reina de Castilla estaba como un cencerro (cosa, por cierto, que los historiadores no descartan, aunque no se ponen de acuerdo en qué enfermedad mental aquejaba a la reina de Castilla). Tampoco se puede saber de cierto porque, como ya dije, sus parientes se encargaron de destruir cuidadosamente toda la documentación al respecto y solo se puede contar con testimonios de segunda mano.

En 1520, sin embargo, la reina de Castilla protagonizó un fugaz regreso a la arena política. Fue durante la llamada revuelta de los comuneros, la cual se produjo a principios del reinado de su hijo, Carlos I de España y V del coñac. El bueno de Carlos, Habsburgo él, llegó a España deseando hincarle el diente a las tierras de su madre en nombre de la familia (Habsburgo, naturalmente). En Castilla no gustó nada que el rey llegara a las cortes sin tener ni idea de hablar el idioma del país y que, como el empresario que hace una OPA hostil sobre una empresa y se la merienda, llegase con cargos flamencos –de Flandes, no de los del “pescaílla” y Lola Flores- y colocase a guiris en cargos de su confianza. Cargos que, no hace falta decirlo, recibieron junto con las poltronas las prebendas que entonces acarreaba una mamandurria real.

Los comuneros se rebelaron contra estas y otras cosas. Y dejo en difuso esas “otras cosas” porque, la verdad, no me parece bien engañar a mis lectores. Porque lo cierto es que el de los comuneros ha sido un movimiento que ha hecho correr los proverbiales rios de tinta.

En fin: la revuelta contra el poder del rey que no podía cerrar la boca (¡Ay! Ese prognatismo…) fue muy efervescente, pero pronto sus cabecillas vieron que, sin un rey que poner cuando quitasen al que había, la cosa iba a desinflarse tan pronto como se había inflado (es el ABC de la política: desde los Neanderthales hasta los Podemos, no hay nada tan viejo bajo el sol). Así pues, los comuneros se rascaron la cabeza y miraron a Tordesillas, en donde había una reina prácticamente sin estrenar ¡Pero si está pirada! Debieron de decir algunos, pero ya estaban otros inventando una leyenda de princesa presa por la vesania de sus familiares, lo mismo que inventaron una leyenda para la pánfila de Lady Di.

Enardecidos por estas y otras historias, los vecinos de Tordesillas asaltaron el palacio-prisión en donde estaba la pobre Juana, y allí la pusieron al cabo de la calle de los últimos acontecimientos. Días más tarde, Padilla, el líder comunero, se entrevistó con la reina y le contó que querían restituirle sus derechos. La reina dijo que sí y le dio su bendición y los comuneros se enardecieron todavía más al contar con el apoyo de Juana de Castilla.

A partir de ese momento, los comuneros iniciaron una campaña de relaciones públicas con el objetivo de demostrar que Doña Juana estaba cuerda –claro ¿De qué sirve tener una reina si tus enemigos pueden decir que está como una cabra?- . Algunos líderes de opinión, hombres de iglesia, principalmente, se encargaron de difundir que la reina no solo estaba cuerda, sino que era un gusto oir las cosas sensatas que decía. Pronto, sin embargo, estas cosas dejaron de bastar. Porque entonces, como ahora, la gente necesita hechos (en la era de internet, esto hubiera durado un par de días, entonces, claro, era todo más lento).

Aquí falló la estrategia. Se le pidió a Juana su firma para refrendar las tomas de postura comuneras, pero ella se negó siempre a firmar en contra de su hijo. Así que a finales de 1520 el ejército real terminó con la leyenda comunera y Doña Juana volvió a ser la presa de siempre.

Tiempo después, el nieto de Juana, Felipe II, envió al futuro San Francisco de Borja a certificar la salud mental de la reina de Castilla. El futuro santo dijo que la señora no estaba loca.

-Lo que viene siendo un poco rara, majestad.

Sin embargo, dado el estado de reclusión en que vivía, añadidos los estragos de la edad, hicieron que Juana de Castilla sufriera depresiones cada vez más profundas hasta que murió, a los setenta y cinco años.

 


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