Primero de mayo en Viena

ObreroPasado mañana, por centésimo vigésimoquinta vez, se celebrará en Viena el primero de mayo. Muchas cosas han cambiado en este siglo y cuarto.

29 de Abril.- Querida Ainara (*) : pasado mañana, por centesimo vigésimoquinta vez la socialdemocracia vienesa se congregará para celebrar la fiesta del trabajo con el tradicional desfile del primero de mayo.

En el siglo y cuarto que ha transcurrido desde la priemera vez, han cambiado muchas cosas. Para empezar los organizadores ya no son aquel grupo de indivíduos sin voz que, a costa de grandes sacrificios y, muchas veces, poniendo en riesgo su propia vida, se organizaron para defender sus intereses. Tampoco son la próspera comunidad de la Austria de posguerra, olorosa aún a pueblo, que consiguió implantar un modelo en el que los más ricos financiaban un estado fuerte –o pesado, según se mire- que garantizaba un nivel de vida para la población en general que hoy tiende –desgraciadamente- a parecernos utópico.

Desde hace décadas, la socialdemocracia austriaca está asentada en el poder y, como le ha pasado a los de la bancada de enfrente, los populares, que han perdido peso al mismo ritmo en que el catolicismo lo perdía en el cuerpo social, los socialistas se han ido aligerando de su belicosidad original y han perdido, puede que irremediablemente, el contacto con las clases populares, que ahora –lo que son las cosas- piensa que la ultraderecha defiende mejor sus intereses.

Las clases trabajadoras, para qué vamos a engañarnos, tampoco son las mismas que hace ciento veinticinco años, porque la economía ha cambiado muchísimo desde la época de Karl Marx y es difícil identificar al obrero con esa imagen del descamisado con el puño en alto que llenaba la propaganda de principios del siglo pasado. Tampoco el patrón es el tipo barrigón con reloj de leontina y sombrero de copa. Los intereses del empleador y del empleado chocan también de manera muy distinta a como lo hacían a finales del siglo XIX porque la tecnología ha cambiado muchísimo los puestos de trabajo y ahora el trabajador, para obtener sus horas de merecido descanso, tiene que hilar mucho más fino de lo que tenían que hacerlo sus compañeros de la época del reinado de Francisco José.

La esclavitud moderna es la del estar siempre disponible para el jefe, el móvil de empresa, el viaje de negocios por la que tu empresa alquila las veinticuatro horas de tus días y te priva de estar con tu familia o con tus seres queridos, la aplicación por la que se contacta en cualquier momento al trabajador que está en su casa y fuera de la oficina, del espacio de trabajo. La llamada (no pagada) que llega a las tantas de la noche porque hay un cliente que necesita una cosa urgente.

Hemos alcanzado un estado de cosas que Karl Marx no se hubiera atrevido ni a plantear porque, en muchos sentidos, y cada vez más, el patrón y el obrero están sujetos a ese tipo de esclavitud que consiste en no poder desconectar de la faena. Y hay que subir cada vez más alto en la pirámide de las relaciones laborales para poder encontrar a una persona que disfrute del lujo de poder dedicar su tiempo de ocio a rascarse la barriga sin que le suene el teléfno. Y así, paradójicamente, como entonces, el auténtico lujo, la auténtica conquista, es la jornada de ocho horas en la que uno va a la oficina, rinde lo que tiene que rendir y, llegadas sus horas, apaga el ordenador por el que le entra el trabajo y se va a su casa a jugar con sus niños o a ver una película con el marido o la mujer.

Lo peor de esta esclavitud de la que te hablo es que, al haber sido primero un símbolo de estatus, es percibida por la mayoría de la gente como una especie de daño colateral de ser más rico, cuando en realidad lo que te hace es ser más pobre. En el mejor de los casos, a cambio de una subida de sueldo mínima, la gente vende los ratos que hacen más agradable la vida y a los que no debería obligarse a nadie a que renuncie.

Ándate con ojo y que esto tampoco se te olvide nunca.

Muchos besos de tu tío

(*)Ainara es la sobrina del autor


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