Si estás desempleado y quieres saber cómo está la situación al respecto, este artículo te interesa. Y mucho.
30 de Abril.- A la hora de enfrentarse al fenómeno del desempleo (crónico en España, por ejemplo) el paradigma más frecuente desde que yo tengo memoria, o sea, desde los últimos treinta años, es pensar que la persona que se queda en paro aterriza en la fría calle porque su formación y capacidades no se adaptan a lo que el mercado de trabajo requiere. Según esto, no hay paro, sino obreros mal formados y, en el fondo de este paradigma yace el convencimiento (bastante ingénuo) de que, si todos los obreros estuvieran correctamente formados, siempre habría un roto para un descosido laboralmente hablando y llegaría un momento en que el paro dejaría de existir.
Con mayor o menor éxito, con más o menos sinceridad, los Gobiernos de los dos países en los que he vivido se han pasado los últimos treinta años dándole cursillos a la gente que se quedaba en paro o que buscaba un trabajo. En España, ya sabemos que dichos cursillos, por lo menos cuando yo vivía allí, estaban planificados de aquella manera, llegaban a poca gente y, en general, impartían unos conocimientos que maldita la falta que hacían en el mundo “real”. Era la pescadilla que se mordía la cola: los cursos de formación estaban mal planeados y peor ejecutados, luego no ayudaban a conseguir trabajo y, consecuentemente, eran criticados por estar mal planeados y peor ejecutados, con lo cual se pedía al Estado que no gastara en estos cursos.
En Austria sucedía hasta hace poco más o menos lo mismo. Todos los que nos hemos quedado en paro alguna vez nos hemos enfrentado a ese momento en que nuestro “consejero” (ese funcionario que se dedicaba a orientarnos por el valle de lágrimas de los que buscan curro) nos mandaba a hacer un curso o nos decía que, según su honrada opinión (o el magro presupuesto del que disponía) teníamos todos los elementos necesarios para encontrar un trabajo y no nos hacía falta que nos enseñaran nada.
De un tiempo a esta parte, y coincidiendo con los duros tiempos que vive la economía austriaca, el paradigma con el que ese ojo grande que es el Estado se enfrenta al fenómeno del paro ha cambiado, pasando a considerarse que la formación no es prioritaria (o calvo o tres pelucas) o solo es prioritaria en casos en los que no formar o reciclar al trabajador es una muestra clara de irresponsabilidad. En Viena, por ejemplo, de un año a esta parte, los cursos de alemán para trabajadores extranjeros han visto reducido su presupuesto a la mitad. Con cincuentamil parados más, el AMS –oficina de empleo austriaca- casi no ha visto incrementado su presupuesto. El presupuesto que ha quedado para formación se ha canalizado no hacia las empresas privadas que anteriormente daban los cursos, sino a instituciones como el BFI o el WIFI, que dependen más o menos indirectamente del Estado. Estas instituciones, a su vez, también se han visto obligadas a encoger. De los 7000 profesores con que contaban el año pasado, este año se han quedado en 1000 ante la menor oferta de cursos.
Las inversiones del Estado austriaco se han enfocado hacia otros sectores. Por ejemplo, a estimular la contratación aplicando incentivos a la economía.
Los que se quejaban anteriormente de los cursos mal planificados,que estaban siempre enfocados a los elementos menos “colocables” de la escala social y en donde te enseñaban a hacer un currículum, ven ahora cómo las empresas que daban esos cursos –y que, por lo tanto, también daban de comer a sus empleados- sufren de mala manera y tienen que recortar presupuesto y mandar a la gente al paro a su vez.
Con formación o sin formación, según datos del AMS, el mercado laboral austriaco no empezará a levantar cabeza hasta más o menos el año 2019. Hasta entonces, el nivel de desempleo se mantendrá alrededor del 10%. Mucho, para un país en el que el recuerdo de vacas más gordas es reciente.
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