Zentral Matura

clase de bachillerato¿Deben los estudios y los títulos regirse por la oferta y la demanda? Pues sí y no. No es un problema fácil de resolver.

14 de Mayo.- Querida Ainara (*) : durante estos días, un poco pronto para lo que suele ser el caso en España, la quinta actual de los bachilleres austriacos se ha enfrentado a la prueba de nivel que, en España, podría asimilarse a la selectividad. Aquí se llama Matura. No hay que ser ningún estudioso de las palabras para saber que de lo que se trataba –por lo menos originalmente- era de extender un certificado académico sobre la madurez de los educandos para pasar a lo que, desde que el mundo es mundo, ha sido la crema de la esfera académica: la universidad.

Este año, la Matura austriaca ha dado mucho que hablar –me temo que más dentro de las fronteras austriacas- porque, por primera vez, me atrevería a decir que en siglos, los alumnos de todos los centros educativos se han enfrentado a las mismas preguntas. Dicho proceso ha dado en llamarse “Zentral Matura”.

Antiguamente (o sea, hasta el año pasado) cada centro educativo tenía potestad para poner sus preguntas propias lo cual resultaba en que los colegios “con nivel” ponían preguntas muy difíciles y los colegios de menos nivel, que aquí se traduce en aquellos colegios en los que el alumnado viene de familias con menos posibles, se enfrentaban a preguntas que sus condiscípulos de colegios más pudientes miraban por encima del hombro.

El sistema era muy clasista y era, también, la manera más segura de que la sociedad funcionara como el ideal del Opus –o, por lo menos con el ideal que el Opus sostenía en tiempos, ahora con el papa Paquirri cualquiera sabe- esto es: que todo el mundo estuviera feliz en la clase social en que había nacido y que resultara muy difícil cambiar (o sea, ascender, porque el descenso a los del Opus le importa un pito, como es obvio). Naturalmente, solo los padres pudientes podían gastarse el dinero que cuesta ayudar a un hijo cuando se tuerce en los estudios o cuando, sin torcerse, Dios le dio unas entendederas tirando a justas.

La Zentral Matura, en contra de los augures de catástrofes, ha funcionado fenomenal desde el punto de vista de la organización. No ha habido grandes tropiezos en la logística y los alumnos han obtenido sus preguntas a tiempo, salvo pequeñas anécdotas como un colegio en el que entraron los cacos y el secreto de las pruebas fue violado. Pero no faltan quienes dicen que, necesariamente, para que los chavales de colegios modestos pudieran aprobar,se ha tenido que bajar el nivel, con lo cual el título obtenido tras aprobar el examen ha perdido, según sus críticos, algo del brillo sagrado que en Austria tienen todos los latinajos.

A primera vista, es fácil criticar a estos defensores de que todo siga igual pero el problema de fondo tiene mucho más calado de lo que pudiera parecer a primera vista y no es, de ninguna manera, baladí. En España sabemos mucho de eso. A mediados de los ochenta, para que toda la generación del Baby Boom de los setena pudiera tomar las aulas universitarias lo cual, en la mente de muchos políticos era como decir “ahora los pobres también pueden estudiar” el nivel de la Universidad española bajó hasta unos niveles que, hoy en día, dan vergüenza. No me entiendas mal, no es que los españoles hayamos sido nunca grandes aficionados a las letras –ya se encargaron curas y reyes, listos y tontos, de que no fuera así, o de que fuera así solo para las minorías rectoras que a ellos les interesaban- pero lo cierto y verdad es que ahora lees cualquier texto escrito por un universitario o ves las preguntas que les hacen a los aspirantes a maestros de escuela y se te caen todos los palos del sombrajo (los pocos que te quedaran después de ver Tele 5 más de media hora).

Si bien es cierto que la política de cualquier país debería ser la de facilitar el acceso al estudio de 9 colegiales bobos en la esperanza de que el décimo valdrá la pena (esa es la proporción de listos y televidentes de telecinco en el común de los mortales) lo cierto es que, por una ley lógica de la oferta y la demanda, si todo el mundo tiene un título universitario ese título universitario, como los billetes en la hiperinflación de la Alemania de Weimar, al final vale nada más que para limpiarse el trastévere. O para enmarcarlo (el título, no el trastévere). Cuando un título académico debería ser honra y credencial del que lo posea y no un simple elemento decorativo del hogar.

¿Lograrán los austriacos que su prueba de nivel sirva de verdad a largo plazo para probar el nivel? ¿Caerán también en la sima en que se encuentra la Universidad española, refugio de paletos y de culos de buen asiento? Solo el tiempo lo dirá.

Besos de tu tío

(*) Ainara es la sobrina del autor


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