Este post va para mi madre, pero también para todas las imprescindibles madres de los que vivimos fuera.
23 de Junio.- Hoy, me van a permitir mis lectores que, pese a lo tardío de la hora, le dedique el post a mi madre, que cumple sesenta años.
Cumplió cincuenta en el año en que yo me vine a vivir a Austria. Fue un año, aquel 2005, muy complicado para ella. Porque su vida cambió mucho. Empezó el año con un problema de salud muy grave, que yo creo que le hizo replantearse muchas cosas y luego, cuando lo fue superando, mi hermano y yo nos fuimos de casa. Mi hermano, se fue algo más cerca, al límite de la provincia de Madrid, de donde somos. Yo, me vine a Austria.
Supongo que todos los hijos tendemos a pensar que nuestras madres son personas extraordinarias. Es muy difícil ser objetivo cuando media un amor tan instintivo como el que enraíza a una madre con su hijo. Sin embargo, yo estoy convencido de que mi madre es definitivamente una persona fuera de lo corriente y, conforme más adulto me voy haciendo, conforme, como si dijéramos, voy dejando de ser cada vez más el hijo de mi madre y voy viéndola más como Isabel López, esa persona que, además de mi madre, es muy amiga mía, más veo que la mujer que me parió es una persona admirable por muchísimos conceptos.
Lo que más admiro en mi madre, aparte de su gran inteligencia natural, de su curiosidad sin límites y de su gran perspicacia,es su capacidad –fuera de lo común, realmente- de trato social. Mi madre es una persona que tiene una simpatía y un tacto exquisito capaces de derribar cualquier frontera. Es legendaria su capacidad de hacerse amiga de la gente, con una calidez que está muy lejos de la simpatía profesional que muchos utilizan en su oficio. Mi madre es una persona acogedora y nos ha inculcado a mi hermano y a mí que seamos así, que hagamos el bien sin mirar a quién se lo hacemos porque, al fin y al cabo, hacer el bien de esa manera, desinteresadamente, resulta a medio y largo plazo un gran negocio. Es, digamos, una especie de egoísmo positivo.
Mi madre, como me pasa a mí, prefiere los aciertos generales, podríamos llamar estratégicos, a los enojos con frecuencia miopes de la exactitud. Sabe, y creo que es una de las verdades de la vida, que las batallas más importantes de este paso nuestro por el mundo, son carreras de fondo. Por eso no se desanima nunca, que es una cualidad que, para encarar la experiencia de la emigración resulta de lo más útil.
Creo también que, en la vida de mi madre hubo un antes y un después de su enfermedad y que esa enfermedad, que a otros les acobarda, porque le ven las orejas al lobo de la muerte, a mi madre la hizo más fuerte, más valiente, la hizo comprometerse más con el aquí y con el ahora, ver que esta vida no tiene sentido si uno no se ríe a carcajadas por lo menos una vez al día.
La risa de mi madre, su capacidad de tomárselo todo a cachondeo –peculiar de nuestra familia, pero que en ella es un rasgo muy natural y nunca forzado- me ha sido muy útil durante mis diez años en Austria. Todos los días hablamos , como hacemos todos los españoles, que es una cosa que a los austriacos les flipa mucho, y todos los días, después de media hora de conversación, casi cortamos por vergüenza, pero con muchos temas en el tintero. Este post va para mi madre, pero también para todas las imprescindibles madres de los que vivimos fuera. Gracias mamá, que cumplas muchos.
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