Reflexiones al calor de la línea 3

trípticoCientíficos de todo el mundo tratan de averiguar por qué clase de fenómeno la línea 3 del metro vienés incita al pensamiento (particularmente en verano).

3 de Julio.- Hoy, mientras iba en el metro vienés (GASOMETER), recalentado, lleno de gente abismada en sus telefoninos, pensaba que vivimos en un mundo en el que el denominador común es la atomización de la opinión.

Un ejemplo muy evidente es la muerte de la tele familiar. En los tiempos que corren, solo los viejos muy reviejos se sientan con sus semejantes a ver algo juntos (bueno, esos, y los futboleros o, en Austria, los “esquiaderos”).

Cuando yo era niño, eran normales programas que congregaban delante del paralelepípedo parlante a toda la familia, pero ahora cada miembro y cada miembra tiene su pantallita y cada uno se divierte en solitario y atendiendo a sus propios intereses. O sea, que ya no hay peleas por el mando a distancia porque cada uno tiene la capacidad de enchufarse al canal que más le interese sin obligar dictatorialmente a nadie a ver lo que a él le gusta.

Los grandes formatos mamut van cayendo, porque con las cifras de audiencia que tienen, son insostenibles económicamente. Un ejemplo: la semana pasada, el sábado, Andy Borg presentó su último Musikantenstadl, una de las instituciones de la tele viejuna de habla alemana, uno de los pocos que todavía conseguía llenazos en los lugares en donde se grababa (generalmente en grandes espacios con miles de personas en el público). (KARDINAL-NAGL-PLATZ) Yo creo que, como sucedió con Wetten Das…? (qué apostamos) la marcha de Andy Borg, ídolo de las damas pre y post climatéricas de este lado de los Alpes, será el final del Stadl, que renqueará, con un barniz de modernidad, otros presentadores, un par de años más como máximo.

Como con el Musikanten, cada vez existen menos cosas “de interés general” (también porque el entretenimiento es cada vez menos blanco) y la tendencia es que cada medio, al surgir un tema de conversación con potencial de serlo, por ejemplo, en Austria, la eterna agonía de las finanzas del Estado griego, trate de llevar el agua a su molino y hacer que, por lo menos su público, entre al trapo de la conversación global (STEPHANSPLATZ). Pero siempre, eso sí, desde su propia esquinita del mundo, no sé si me explico. En realidad, la imagen que creo que más se acerca a cómo se le cuenta a la gente hoy en día lo que pasa en el mundo es la de esos cables de fibra óptica que parecen muy gordos envueltos en su goma pero que, en realidad, son un haz de fibras que discurren paralelas pero sin conectarse entre sí. (HERRENGASSE)

Yo creo, personalmente, que esta mutiplicidad de pantallas (y de espejos) paradójicamente, nos empobrece. Para camelársenos, los medios que seguimos tratan de ajustarse lo más posible a lo que creen que es el perfil de sus lectores y lo que les proporcionan son sistemas cerrados, autoconclusivos y autocomplacientes que terminan atrofiándoles la capacidad de considerar opiniones que les puedan resultar rompedoras de sus prejuicios.

Mirando el móvil

Y así, los gays, leen webs de gays. Los del Opus Dei, webs opusinas. Los que piensan que lo de Grecia no tiene nombre (para mal, se entiende) leen solo webs que les reafirmen en su opinión. Los que piensan que los griegos son unos bandarras que se han gastado la pasta en Retsina y giros, solo leen panegíricos del Fondo Monetario Internacional. Los votantes del FPÖ –los que saben leer, que se sospecha que son tres, pero podrían ser dos, los científicos no se ponen de acuerdo- leen webs en las que se vaticina el fin del mundo y la guerra racial.

(NEUBAUGASSE)


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