Durante su corto reinado, Lisl Goldarbeiter, la hija de un comerciante judío de Viena fue la mujer más hermosa del mundo. Luego, eligió el anonimato.
9 de Julio.- Como fotógrafo, creo que hay dos cosas que impulsan a algo tan absurdo como coger la cámara y a disparar: la primera, la conciencia dolorosa de la fugacidad del tiempo. Fijar la imagen significa, sobre todo, dar testimonio de que algo tuvo lugar, dejar dicho que estuvo allí y que ya no existe. La segunda es el misterio de la belleza. Un misterio inagotable, que se renueva indefinidamente hasta hacerse perpétuo. Nada hay más consistente que la presencia de lo bello a través de los siglos y nada hay más evidente y, al mismo tiempo, más escurridizo ¿Qué hace un rostro irresistible y qué es lo que le falta al de la persona que pasa por nuestro lado en el metro y ni siquiera nos provoca una segunda mirada? ¿Qué tuvieron personas que, según los estándares de hoy, no serían guapas pero que en su época concitaban todo el interés? Hace unos días, estuve viendo unas pruebas de cámara de Elisabeth Taylor, de una película viejísima, una película en donde ya era la especie de matrona rellenita que todos conocimos pero, de pronto, ella hizo un gesto (levantó un poco la barbilla, hacia un foco, un rizo del peinado cayó ligeramente) y de pronto ¡Flash! Fue magia, fue un fogonazo, fueron los ojos azules y profundos, casi violeta, con los que sueñan todos los presidiarios.
También pasa que, cuando vemos fotos antiguas de personas que tienen ya una biografía cerrada, resulta irresitible la tentación de ver, en esas fotos de juventud, el rastro de lo que les pasó después.
Así pasa con nuestra protagonista de hoy. Lisl Goldarbeiter posa, en las fotos que existen de ella, con una cierta prevención, con un aire, como si dijéramos de seriedad prematura. En 1929 fue coronada, con pocos meses de diferencia, Miss Austria, luego fue vice-Miss Europa y, por último, la primera y única Miss Universo Austriaca (que yo sepa, Austria y España están empatados en eso: muchísimos años después, la bella Amparo Muñoz, que compartió con Lisl Goldarbeiter un destino trágico, también fue la única Miss Universo española).
Sin embargo, Lisl Goldarbeiter, hija de un comerciante judío de artículos de tocador, tuvo una vida muy triste, irremediablemente ligada al que fue su máximo adorador: su primo Marci Tenczer.
De hecho, fue el intenso, el ardiente amor, la adoración profunda que Marci sentía por su joven y timidísima prima, la que le llevó a inscribirla bajo su propia responsabilidad en el primero de los concursos de belleza que ganó. Cuando se disipó la fama, los dos ignoraron la llamada de Hollywood, siempre ansioso de caras bonitas y volvieron a su viena natal, a una Europa por la que cundía la locura siniestra del nazismo. En 1938, el padre de Lisl fue herido en la noche de los cristales rotos. Lisl ya estaba casada. Marci permaneció soltero incapaz de pensar en otra mujer que no fuera ella. El marido de Lisl, ario, se negó a ayudar a la familia de su mujer. El matrimonio se separó. Los Goldarbeiter huyeron a Hungría, en donde el padre de Lisl fue capturado por los nazis y, lo mismo que gran parte de su familia, asesinado en un campo de concentración.
Después de la guerra, Marci hizo por fin realidad el sueño de casarse con el amor de su vida. Juntos sobrevivieron a la vesania comunista, como antes habían sobrevivido al reinado del terror nazi. Marci no quería otra cosa que fotografiar y filmar a la que él consideraba la mujer más hermosa del mundo. Lisl Goldarbeiter murió en el anonimato en 1996, Marci siete años más tarde. Añorándola.
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