A veces, uno tiende a pensar que se aproximan tiempos muy oscuros para Austria. Esperemos que solo sea cosa del verano.
26 de Julio.- A veces, uno tiene la tentación de pensar que se aproximan tiempos oscuros para Austria. Uno quiere mucho a este país y a sus gentes y, como observador atento de la realidad austriaca que es, no puede dejar de percibir los signos de que, como ya sucedió en otras épocas de recuerdo terrible, una especie de ola de locura estúpida se ha apropiado de parte de las gentes de esta tierra. Y digo locura estúpida y digo bien: porque contra la locura colectiva y contra la estupidez de la masa, no cabe la racionalidad.
El detonante es una crisis, la de los refugiados la cual, convenientemente avivada por los elementos más indeseables de la política de este país, no solo está dejando paralizadas a las fuerzas digamos “decentes” (aunque en política, como bien sabemos los españoles, cualquier decencia es más que relativa) sino que las está colocando en la posición de que su buena voluntad sea utilizada por la ultraderecha como una especie de demostración de que las soluciones tradicionales no valen y que “hacen falta medidas drásticas para que presuntos criminales venidos de otras tierras dejen de aprovecharse del sufrido pueblo austriaco”.
El principio fue la campaña electoral de las últimas elecciones regionales (ver el enlace más arriba) en donde el problema de los refugiados adquirió una importancia totalmente desproporcionada y obscena, pero durante los últimos días la violencia verbal está pasando a ser física. Y eso sí que es preocupante.
Como saben mis lectores, durante lo que llevamos de año unas cuarenta y cinco mil personas más o menos han solicitado asilo en Austria. Por poner las cosas en sus justos términos, en el periodo 1957-1958 ciento cincuentamil personas solicitaron asilo político en Austria y durante la guerra de la antigua Yugoslavia 90.000 personas solicitaron resguardarse del conflicto en estas tierras. Austria es un país generoso, pero sus índices de acogida están aún muy lejos de los de Hungría o Suecia, por poner otros países europeos.
Naturalmente, alojar con las mínimas garantías de salubridad a tantas personas mientras se estudian las solicitudes de asilo exige un esfuerzo por parte del Estado de acogida. Esfuerzo que, por cierto, capitanea el Estado, pero del que también se ocupan, y mucho, ONGs como Caritas. Así, el austriaco ha habilitado todo tipo de alojamientos, desde antiguos cuarteles, hasta edificios públicos sin uso (el caso del antiguo edificio de aduanas de Erdberg, en Viena, del que hablábamos el otro día) hasta pabellones deportivos, ha levantado campamentos de tiendas de campaña e, incluso, cuando las condiciones meteorológicas han hecho estos alojamientos peligrosos, ha intentado refugiar a personas en autobuses aparcados en hilera.
El constante martilleo mediático de la ultraderecha sobre el tema ya está empezando a producir que personas incontroladas estén tomándose su idea de la justicia por su mano. Antes de ayer, por ejemplo, en Wiener Neustadt, un puñado de hijos de mala madre (aunque bastante tienen sus madres, las pobres) dispararon desde una furgoneta en marcha a un grupo de solicitantes de asilo que iban por la calle. Por suerte, la munición era de plástico, pero aún así los refugiados tuvieron que ser atendidos en el hospital. Cuando la policía detuvo a estos indeseables, admitieron sin empacho el móvil racista de su acción y se arrogaron el móvil de “protestar contra la política de acogida de refugiados del Gobierno”.
Ayer, una parte del centro de acogida primaria de Traiskirchen salió ardiendo debido a que alguien disparó un cohete con el propósito de provocar un incendio. No es difícil adivinar detrás de esto otro atentado racista.
Esperemos que todo se trate de cosas del verano y del calor y que, con la bajada de las temperaturas, se calmen también los ánimos. Mientras tanto, quien quiera leer sobre la auténtica realidad de los refugiados, que pinche en este link.
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