30 segundos

carreteraHoy parecía que iba a ser un domingo más de mi vida, pero han bastado treinta segundos para que irrumpiese lo terrible y nada volviera ser como hace dos o tres horas.

23 de Agosto.- Desde mediados del verano paso todos los fines de semana en Burgenland, en Neusiedl am See, a tiro de piedra de Hungría.

Este, no ha sido una excepción. Hoy, he estado con un matrimonio joven amigo mío en la feria de jardinería del palacio de Halbturn. Es un lugar en donde empezar a degustar las delicias del otoño, el verano que se desliza suavemente hacia el otoño. Es un lugar en donde las preguntas más transcendentales que uno se hace es si las siemprevivas aguantarán el próximo invierno, o si uno se puede comprar tal o cual chisme para el jardín. En praderas verdes, delimitadas por setos cortados con escuadra y cartabón, niños felices, algunos vestidos con lederhosen, ven payasos mientras sus padres compran o curiosean por los puestos. Los más mayores, tiran con arco.

Uno de los vendedores, que es amigo y vive en Viena, estaba este año en Halbturn con su género. Se ha quejado de que cada año se vende menos, de que la gente mira mucho y no se decide. Tampoco le hemos dado mucho crédito, porque este amigo es un poco Tristón -de Leoncio y Tristón ¿Alguien se acuerda de ellos?- y siempre ve la botella medio vacía.

Ella, la mujer del matrimonio, estaba preocupada. Estudia medicina -es una muchacha joven- y el martes tiene un examen de bioquímica para el que no cesa de estudiar. Para distraerla un poco, nos hemos ido a cenar a un Heuriger de Neusiedl. En una mesa cercana, había un grupo de excursionistas. Dos de ellos eran colombianos, hablaban español.

La niña de mis amigos no quería ponerse un gorro de lana con forma de osito, la hemos estado distrayendo. Los padres -sus abuelas- quieren que yo le hable en español, para que le vaya perdiendo el miedo al idioma. Sueñan con que alguna vez la criatura sea bilíngüe.

Hemos estado hablando de esto y de lo otro hasta que ha oscurecido. Cosas sin importancia. Nos hemos comido un sandwich de jamón y queso (me he acordado de que, en Cataluña, si no me falla la memoria, a estos sandwiches los llaman bikini). Otros más valientes se han comido sendos bocadillos de morcilla con queso gratinado por encima -los austriacos son únicos a la hora de inventar maneras de subir los triglicéridos-.

Cuando se ha hecho de noche, la estudiante se ha marchado con su hija. El padre se ha quedado con nosotros a echarse un cigarrito. Hemos pagado las consumiciones y luego, andando, paseando bajo la luna de agosto, nos hemos ido cada uno a nuestra casa.

Los vieneses nos hemos subido al coche. Eran las nueve y diez más o menos. En la calle principal de Neusiedl am See había atasco -todos los de la capital que vuelven de sus casas de campo-. En Niederösterreich han anunciado, antes de que empezase un programa que escucho todos los domingos y que se llama Melodie und Nostalgie, que había atasco antes de Bruck an der Leitha, y que también había atasco en el aeropuerto. Así que, quien conducía (yo no sé) ha decidido que daríamos un rodeo por Bruck y que luego cogeríamos la carretera comarcal. Vano intento. Atasco también. Mientras el coche iba a paso de paso (de semana santa) la radio desgranaba viejos éxitos. Johny, wenn du Geburstag hast, ich bin bei dir zu Gast, die ganze Nacht…Rita Pavone…

Al salir de Brück an der Leitha, el atasco se ha ido diluyendo. Otra vuelta por las calles desiertas, iluminadas tan solo con farolas mortecinas. Luego, un rosario de pueblos que parecían también ciudades fantasmas sorprendidas por la madrugada. Gottlesbrunn -gran restaurante en donde he celebrado varias comidas familiares-, Arbesthal (siempre me pregungo que de dónde vendrá el Arbes del Valle, y siempre me olvido de buscarlo en la Wikipedia).

Casas de campo tranquilas, bodegas de vino cerradas, negocios de ventanas oscuras que buscan la noche.

De pronto, al salir de uno de esos pueblos, se ha hecho delante de nosotros la oscuridad de la carretera secundaria. Yo iba jugando con el móvil, como siempre -editando fotos a lo mejor, yo qué sé- cuando el conductor me ha llamado la atención.

La luz de los faros ha iluminado un panorama muy fugaz -han sido solo treinta segundos- pero que ha cambiado totalmente el sentido de todo lo que acabo de contar que me ha sucedido hoy. Como de un sueño, ha emergido de la luz lechosa de los faros una furgoneta negra. A ella subían a toda prisa un grupo de personas. Varios hombres, uno de ellos, no se me va de la cabeza, llevaba en brazos un niño de menos de un año. Mujeres veladas. Alguien les estaba metiendo prisa para que subieran lo antes posible.

Schau, sind das nicht Fluchtlinge? -me ha dicho quien conducía mi coche.

Y yo he sentido una enorme angustia al pensar en manos de qué hijo de puta estarían esas pobres personas, qué les estaría cobrando por pasarles la frontera de los diferentes países en los que han estado. Y, al mismo tiempo, he comprendido perfectamente a los austriacos que sienten amenazado su mundo sin preocupaciones, ese mundo por el que yo ando con tanta tranquilidad por ejemplo cuando paso el día en Halbturn, sin más agobios que el de pensar si me toca pagar la siguiente ronda de Sturm. Y es que yo también he tenido miedo. Una gran inseguridad al no saber qué hacer.

La furgoneta ha desaparecido rápidamente y se ha perdido en la oscuridad sin darnos apenas tiempo a nada ¿Quién sabe? ¿Dónde pasará esta noche esta gente? No se me va de la imaginación ese padre con ese hijo en brazos. Y pienso en el mío, y en cuando yo era pequeño y en la niña de Burgenland, que no tiene un año y en el mundo que le estamos dejando. Y pienso también en qué hago aquí, en qué hacemos todos aquí, sin hacer nada cuando toda esa gente en Traiskirchen en el mejor de los caos o por esas carreteras de Dios en el peor, en manos de indeseables, no tienen a nadie que les proteja. Y pienso en qué puedo hacer yo, fuera de contar esto, y no se me ocurre nada, pero como ser humano creo que decente siento la necesidad no solo de desahogarme sino de que algo se me ocurra para, desde mi pequeñez, intentar aliviar ese sufrimiento que he intuido apenas hoy durante treinta segundos.


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Comentarios

Una respuesta a «30 segundos»

  1. Avatar de Maria
    Maria

    Hola Paco,

    Llevo todo el día pensando en lo mismo. Sé que a pocos kilómetros de aquí, o incluso a pocos metros, hay gente que está pasando un infierno. Y no paro de darle vueltas a qué puedo hacer…Creo que somos muchos los que tenemos esa sensación de impotencia. Si averiguas algo aquí en Viena, no dejes de compartirlo por favor.
    Un abrazo.

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