Facebook se ha convertido en una parte de nuestras vidas y, como tal, a veces también es el marco en el que suceden cosas no demasiado agradables.
8 de Septiembre.- Cuando yo llegué a Austria, Facebook acababa prácticamente de nacer al otro lado del Atlántico y Marquitos Montañadeazúcar, su fundador, era poco más que un jovenzuelo de aspecto repelente (pero muy listo).
Hoy, una década más tarde, Marquitos no ha perdido el aspecto repelente, pero está forradísimo y Facebook es una parte de nuestra vida. Una especie de realidad paralela en donde sucede una parte de nuestra existencia, un poco al modo de los mentideros del siglo de oro, a donde la gente iba lo mismo a discutir el precio de los tomates que a comentar que la vecina era una ligeresa que se levantaba las faldas delante del primer caballero que le enseñaba el sable.
Según mis noticias, el grupo de españoles residentes en Austria más grande en Facebook es „Españoles en Viena“. Es, aún así, modesto comparado con los de otras nacionalidades (pasa algo de los cuatromil miembros). Yo soy uno de los administradores, tarea no siempre fácil. Me acompañan tres personas más. No cobramos un duro pero, aún así, nos tomamos nuestro trabajo muy en serio. Creo que esta seriedad es la clave del éxito del grupo el cual, modestia aparte, creo que funciona muy bien.
A pesar de esto, y como es lógico, cada veinticinco por ciento de la administración de Españoles en Viena tiene una visión de lo que debería ser el grupo ligeramente distinta (y creo que es uno de los factores definitivos de su éxito) y a veces sostenemos debates virtuales en donde estas diferencias de criterio se hacen patentes, aunque siempre dentro del espíritu de cordialidad y respeto mútuo exquisito que preside nuestras relaciones y que, creo, „destiñe“ al resto de los tertuliantes virtuales.
Tratamos de ser muy ecuánimes, escrupulosamente ecuánimes, con lo que se publica en el grupo. Yo diría que incluso nos pasamos de cuidadosos. Antes de borrar un determinado post, nos lo pensamos muchísimo y le damos muchísimas vueltas, porque nada es blanco o negro y siempre hay zonas grises.
Como españoles residentes en Austria, vivimos integrados en la realidad del país y Facebook, en tanto que reflejo de esa realidad, a veces plantea situaciones peliagudas.
Por ejemplo: en la crisis de los refugiados, en relación a un determinado post de Viena Directo, algunos usuarios se pusieron a colgar en los comentarios links a periodicuchos panfletarios del movimiento PEGIDA y similares, en los que se acusaba a los refugiados sirios de ser especialmente proclives a violar a las rubias árias (ha sido una imagen recurrente del ku-klux-klan y del nazismo desde que el mundo es mundo, la de la walkiria rubicunda acosada por el bestial moreno) ¿Qué hacer ante estos posts? Evidentemente, sus autores se cuidan muy mucho en escribir cosas que, en Austria, son ilegales y se ven obligados a ser sutiles. Un poco como cuando Billy Wilder decía que la censura obligaba a aguzar el ingenio y que, si el código Hays decía que en las películas no se podía decir „Hijo de perra“ él escribía en sus guiones diálogos en los que un personaje le decía a otro „si tuvieras madre, ladraría“.
El marco legal obliga a estas personas a dar un rodeo y a desprestigiar a los refugiados o a los miembros de otras minorías religiosas o étnicas, hablando de ellos como si no fueran del todo humanos o presentándolos como indivíduos de otra especie que rechazan la comida que se les tiende o, peor y más maquiavélico todavía, diciendo que obligan a las mujeres y a los niños que les acompañan a no comer.
¿Qué hacer, en el propio Facebook personal de uno, cuando personas que uno conoce – y uno conoce, como todo quisqui, a todo tipo de personas- se hacen eco de este tipo de comentarios o de otros similares, como por ejemplo, diciendo que los refugiados son unos guarros que han dejado los trenes que les han llevado a Alemania como un muladar y pidiendo tolerancia cero y vuelta al frente sirio para aquellos que no separen los envases del papel?
Este tipo de comentarios no son legalmente punibles (ni tampoco, desde el punto de vista de los administradores, tienen la suficiente potencia ofensiva como para que merezcan ser borrados de manera inmediata) pero sí que es verdad que no hace falta ser muy listo para ver que sus autores aprovechan un recoveco de la libertad de expresión para, lenta y sostenidamente, horadar la reputación conjunta de un grupo de personas, dando una imagen pública de ellos que prepara el camino, en el peor de los casos, para medidas más ásperas o, en el menos malo, para insultos más fuertes.
Es la teoría de La Estaca, la canción que se hizo famosa en los tiempos de la transición. Aquella de „si unos tiramos por aquí y otros tiramos por allá, seguro que cae“.
Personalmente, creo que es muy importante responder a estos comentarios cualquiera que sea el marco en el que se produzcan y procuro hacerlo utilizando una cosa que les falta normalmente a los autores de semejantes productos de racismo de baja intensidad: el sentido del humor.
¿Sirve para algo? Es preferible pensar que sí.
Deja una respuesta