El 31 de Diciembre el libro de un autor austriaco más famoso de todos los tiempos, El Libro, pasa a ser de dominio público. Hay gente que quiere evitarlo.
1 de Octubre.- 1938. Berlín. Hitler es uno de los hombres más poderosos del mundo. En cambio, la democracia, en ese momento, pasa por sus horas más bajas. Incluso en países de sólida tradición, como el Reino Unido, se han formado partidos fascistas. Cada éxito de Hitler en política exterior erosiona un poco más el prestigio de unos Gobiernos elegidos democráticamente que pasan por débiles ante los golpes de mano de un paleto sin más estudios que lo poco que se le ha pegado de las lecturas y las tertulias de cervecería de su juventud.
Una actriz bonaerense, hija de españoles, Magdalena Nile del Río conocida como Imperio Argentina ha sido invitada a conocer al fürher de los alemanes. La argentina, enormemente inteligente (tanto como para haber hecho una película entera en alemán sin hablar una palabra de ese idioma) se ha aprendido un saludo que piensa recitar de carrerilla:
-Guten Tag, mein Führer! Ich freue mich kennen zu lernen.
Magdalena, que se ha envuelto en unos renards blancos para darse aplomo, atraviesa los pasillos diseñados por Albert Speer. Cuando llega ante dos Sigfridos rubios que custodian la pequeña saleta en donde Hitler la va a recibir junto a su intérprete no puede evitar carraspear.
Le abren la puerta, avanza hacia el dictador y, cuando va a recitar el saludo, queda subyugada durante un momento por unos ojos azules que la miran fijamente.
Exactamente la misma sensación tenía la gente, 14 años antes, cuando el dictador de los alemanes era un preso (muy bien tratado, eso sí) de la cárcel de Landsberg. Durante esos trece meses (entre 1923 y 1924) Hitler se dedicó, entre cafelito y cafelito con las señoras que venían a visitarle a su prisión, a escribir su Opus Magna, Mein Kampf, mi lucha, un recorta-pega-pinta autojustificativo en donde Hitler exponía una versión muy maquillada de su biografía y su visión racista del mundo (Franco, como sabía que los españoles no leían mucho lo hizo en forma de guión de película, Raza, bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade).
Cuando Hitler salió de la cárcel, las ventas del libro corrieron una suerte pareja a la del ex presidiario más famoso de Alemania.
Durante el nazismo se imprimieron millones de ejemplares, algunos en ediciones fantásticamente lujosas (lujosas, sobre todo, si se piensa en el nulo valor literario o filosófico de lo que había entre las tapas).
Cuando la guerra mundial terminó como todos sabemos y Hitler murió sin herederos directos, todos sus bienes, incluyendo los derechos de autor de Mein Kampf pasaron al Estado Bávaro. Pecunia non olet, que decía aquel y, desde entonces, Baviera, a despecho de lo que el libro significó como espinazo ideológico de uno de los regímenes más crueles que ha conocido la Humanidad, ha seguido cobrando los derechos de autor producidos por las sucesivas ediciones del libro. Naturalmente, ediciones comentadas y anotadas, de acuerdo con la ley alemana que prohibe cualquier tipo de propaganda nazi (como la austriaca, por cierto).
Ahora bien, a finales de este año, caducan los derechos de autor de Mein Kampf y el libro pasa a ser de dominio público. En cualquier otro caso, esto sería motivo de alegría sin embargo el hecho de que un libro demoníaco como este pueda ser reproducido libremente plantea un problema enorme.
En el resto del mundo Mein Kampf ha disfrutado de un éxito no menos enorme que en Alemania y, libre de la cortapisa de tener que ser difundido en ediciones anotadas, el libro ha circulado ampliamente como su autor lo parió (curiosamente, uno de los países en donde más copias piratas se han vendido ha sido Israel y es que las criaturas están muy mal de las cabezas).
El 31 de Diciembre de este año, como decía más arriba, caducan los derechos de Mein Kampf y las posturas en Alemania son encontradas. Por un lado, el Gobierno, el Ministerio de Justicia alemán, está dispuesto a impedir por todos los medios a su alcance la difusión libre del libro, en cambio hay toda una serie de artistas y estudiosos alemanes que piensan que eso sería contraproducente y que impide enfrentarse al libro y combatir su perverso mensaje.
En Austria, hace mucho tiempo, ya lo hizo alguien con una gran ración de testiculina. El gran Helmut Qualtinger, portentoso lector, hizo una gira que estuvo rodeada en su momento de gran polémica, leyendo textos de Mein Kampf. Fue más Hitler que el propio Hitler y puso de relieve lo asqueroso, lo ridículo, lo inútil, lo ideológicamente canijo que era un hombre con un complejo de inferioridad hipercompensado que terminó siendo el dictador de unos alemanes que habían cedido al espejismo de la Autoridad vacía.
Quien quiera disfrutar de Qualtinger puede hacerlo solo pinchando en el vídeo que dejo a continuación.
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