El peligro de recomendar un sitio que a uno le gusta es que ese sitio deje de ser secreto. No es el caso hoy, pero no por eso hay que dejar de escribir un artículo.
10 de Octubre.- Uno de los peligros que tiene hacer publicidad de los sitios que a uno le gustan es que haya mucha gente que los pruebe y, de alguna manera, se estropee ese encanto de „sitio secreto“ al que ir cuando más te apetece estar tranquilo.
Sin embargo, el sitio desde el que hoy estoy escribiendo este post,con el ordenador sobre las rodillas y el vals del emperador de Strauss de fondo. es tan conocido entre la gente inteligente de Viena (o sea, esa que merece la pena) y tan famoso que no hay peligro de que deje de ser secreto y, si bien en algunos momentos cuesta encontrar plaza para sentarse (sobre todo por las tardes) a estas horas, falta poco para la una de la tarde, resulta una sucursal del paraíso.
Se trata del café Phil.
Es medianamente grande y, en la aparente sencillez de la decoración (alejada del regusto imperio del cercano café Sperl) radica gran parte de la belleza del sitio.
Desde donde estoy sentado, veo una alta estantería llena de libros de filosofía (se venden), también hay muchas lámparas (se venden también, lo mismo que todos los muebles a la vista, que son antiguos, de mediados del siglo XX, y se venden también).
El Phil tiene algo de café para universitarios pero, quizá por eso, también tiene lo mejor del alma de todos los cafés vieneses, de esa cultura en la que el café ( Kaffehaus) era el punto de encuentro de la gente pensante de esta capital.
Yo lo comparo con esas personas que uno conoce y de las que piensa „molaría mucho ser como él -o como ella- sentirse como él o ella se siente, tener los amigos que tiene, llevar la vida que él lleva“. A todo el mundo que va al Phil, supongo, le apetecería que su casa se pareciese, aunque fuera en espíritu, al Phil.
Uno puede ir al Phil en cualquier momento y pensar que está en el salón de un piso compartido con gente que participa de los mismos gustos que uno, y con la que se iría de cañas a algún club cercano en el que un DJ de esos que solo pinchan „en las mejores salas“ pinchara esas canciones que nadie más conoce pero que parecen rescatadas de una cueva de tesoros musicales.
Los camareros son amables, pero en ningún momento hacen parecer que el negocio o la rotación de los clientes en las mesas les preocupe lo más mínimo (¿Le preocupaba a tu madre cuando eras joven maximizar el número de cafés que daba, le preocupa a tus amigos cuando vas de visita? Pues no).
Los locales se impregnan también de la energía que la gente que los visita, y en el Phil siempre hay gente con pinta de ir a escribir una novela de éxito (me refiero a esas chicas que tienen aspecto de ir a ganar algún prestigioso premio para autoras noveles) o gente que lee. A veces libros electrónicos, pero la mayoría también libros de los tradicionales. En un hipotético casting, a mi compañera de sofá de hoy se le podría dar algún papel que Audrey Tatou hubiera rechazado. Es muy alta, lleva una falda un poquito por debajo de la rodilla, una rebeca de punto y el pelo recogido de manera estudiadamente desorganizada, es seria y formal y tiene pinta de saber quién era Pina Bausch. Muchos puntos a favor.
Hay amigos que quedan (yo también estoy aprovechando para escribir este post el rato previo a una cita con una amiga) y gente que se encuentra por casualidad, como si se tratase de un lugar en donde las amistades se remansan.
El Phil es el cachito de Berlín -de ese Berlín que nos gusta- que Viena puede permitirse.
Y eso siempre gusta, porque uno se da cuenta también que el espíritu de Viena y el espíritu de Berlín (ese cosmopolitismo, ese gusto por la modernidad combinado por el gusto por el mueble de Caritas) no son tan distintos al fin y al cabo.
En fin…Mi amiga va a venir pronto y, antes de terminar este post, me gustaría hacerme eco de una noticia que me ha enviado el departamento cultural de la embajada española en Viena y que, no sé por qué razón, pega mucho en un post como el de hoy.
Nuestra legación diplomática ha organizado un ciclo de cine conjunto con la embajada mexicana. Las películas se proyectarán en el Belvedere, en el edificio dedicado al arte del siglo XXI. Los miércoles, las mexicanas, los jueves, las españolas.
El ciclo se prolongará entre el 22 de Octubre y el 13 de Noviembre.
Me encargan que diga que, para poder ir, hay que „meldearse“ (o sea, apuntarse) clicando en este enlace.
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