Patria

CúpulaLos libros nos abren ventanas a mundos que no fueron, pero que son posibles y nos ayudan a entender la realidad en que vivimos. Un paseo por un universo paralelo.

3 de Febrero.- Querida Ainara (*) : yo empecé a hacer deporte muy tarde. Recuerdo perfectamente el momento: estaba trabajando en la tele entonces y tuve que subir una escalera cargado con unas cuantas Betacams -dos kilos, como mucho-. Cuando llegué al primer descansillo, tenía la lengua fuera. No tuve más remedio que decirme: „Paco, si con veintipocos estás así, cuando llegues a los cincuenta, vas a ir en silla de ruedas“. Así que, con la determinación que me caracteriza en todas las cosas importantes, me fui a una tienda, me compré mi primer pantalón de deporte -o sea, el primero cuya compra salía de mi propia iniciativa- y unas zapatillas de correr. Y desde entonces, han pasado ya casi veinte años, hago deporte casi todos los días. Por lo mismo, duermo como un niño la mayor parte de las noches.

Sin embargo cuando, por lo que sea, el sueño se resiste, trato de cogerlo dando lo que yo llamo „paseos mentales“. Consisten en que, con la imaginación, me planto en un sitio, pongamos la puerta de la casa de tus abuelos, o la Ópera de Viena y, con los ojos cerrados, me pongo a pasear, tratando de recrear lo que veo lo más exactamente posible. Normalmente, si es la casa de tus abuelos, al llegar a la panadería Montes -ya no existe, solo en mi recuerdo- ya me ha vencido el sueño. Si es en Viena, no llego a la catedral de San Esteban.

Y como la imaginación es fundamentalmente libre (es el único sitio en donde realmente somos todo lo libres que podemos llegar a ser en esta vida), a veces mis paseos se dan en condiciones imposibles.

Por ejemplo, me digo ¿Cómo sería un paseo desde lo que hoy es la Ópera en, por ejemplo, 1400? Y entonces me imagino las murallas de Viena, y me imagino la silueta imponente de la catedral -por entonces uno de los edificios más altos del mundo- y me imagino sitios que yo sé que existieron -diez años de estar escribiendo Viena Directo dan para tener bastante amueblada no solo la Viena que es, sino también la que fue-. Y pienso en los campos de labranza que se extendían entre las murallas y los pueblos más cercanos -hoy barrios de Viena- y los prados comunales que eran la Wiedner Hauptstrasse, en donde el ganado pacía moviendo el rabo a un ritmo que era el diapasón por el que se deslizaba el tiempo hacia nosotros. Me gusta imaginarme el viento corriendo por entre los campos verdes de la primavera y a las mujeres lavando la ropa en el rio Viena -bueno, llamarle rio es muy pomposo, solo un arroyuelo-. Otras veces, pienso en cómo sería Viena hoy si los alemanes hubieran ganado la guerra y este sitio en donde estoy no fuera Austria, sino Ostmark. Me imagino la Heldenplatz reconstruida como se proyectó, con un enorme pastel de mármol en el medio y, en su cúspide, el Theseustempel; o la Donauinsel, llena de edificios del partido nacionalsocialista, incluyendo un centro de convenciones y un gigantesco estanque artificial.

Precisamente estos días estoy leyendo un libro curioso. Se llama „Patria“ de Robert Harris. Es un bestseller muy entretenido (y, por lo tanto, agradablemente convencional, con su detective amargado, su chica intrépida y „moelna“ calcada de la Lois Lane de Supermán, su malo malísimo…) pero con un escenario peculiar: el Berlín de un 1964 en el que Hitler hubiera cumplido setenta y cinco años, dieciocho después de una imposible victoria nacionalsocialista en la guerra mundial.

Una de las cosas que más sorprende del libro es lo plausible que es -claro está que, cuando lo escribió, Harris contaba con la realidad que sucedió para poder estudiar-; pero uno piensa que, salvo los aspectos más evidentes de un régimen tan atroz como el nazi, que incluso se llevan a la parodia, el escritor no tuvo que tocar mucho de la Europa de primeros de los noventa -a la auténtica me refiero ahora- para hacer creible una Alemania nazi que dirigiese más o menos indirectamente los destinos del continente europeo. Es más, cuando el libro se escribió, Europa no se parecía tanto al la Europa del libro como ahora.

Y no necesariamente por culpa de Alemania, sino por el oscurecimiento, en mi opinión innegable, que ha sufrido la vida del planeta durante los últimos años. Por ejemplo, la pérdida de libertad que ha sido una de las victorias más calladas del terrorismo, que ha conseguido exportar la desconfianza y convertirla en una moneda de cambio corriente; o la manera en que el Estado, ayudado por entidades más o menos privadas o supranacionales, recoge incesantemente datos nuestros y los procesa a unas velocidades y con una capacidad de interrelación que dentro de poco pueden perder definitivamente su inocencia.

Y también, una idea que está latente a lo largo de todo el libro es lo poco que la gente se cuestiona el orden de cosas en el que vive o los mensajes que recibe todos los días. La población de la Alemania de „Patria“ (ayudada, por supuesto, por el colosal aparato de propaganda de un estado totalitario) vive feliz como pez en el agua sin pensar en ningún momento que el mundo podría ser de otra manera como el que es (la magia de la ucronía es la de abrir una ventana a otros mundos posibles y Harris copia de 1984, de Orwell, sin ningún pudor pero con mucha gracia) ¿Se puede vivir en un régimen inícuo y que la iniquidad no tenga sabor ni olor? ¿Puede la infamia pasar sin ser notada? A toro pasado, es fácil ver lo horribles que fueron el franquismo -sobre todo en su sangriento principio- o el estalinismo, aún hay personas que piensan incluso que sus modelos representaban las mejores sociedades posibles (hay gente pa tó) pero ahora, el día 3 de Febrero de 2016 ¿Hasta qué punto nos damos cuenta de la ración de injusticia que nos toca? ¿Por qué pensamos que es natural que muera gente todos los días en esos mares de Dios o por qué obviamos que haya gente, al lado nuestroque pase necesidad? ¿Hacemos bastante para intentar amortiguar esas cosas? (evitarlas, no está en nuestra mano, porque ningún ser humano puede salvar el mundo).

Quizá, un día de estos, tenga que cambiar el modelo de mis paseos mentales.

(*) Ainara es la sobrina del autor


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