C´est la Wien

payasosEl autor quiere creer que la experiencia de emigrar le ha ayudado a ser más feliz, verá el lector cómo.

2 de Marzo.- Querida Ainara (*) : el otro día leí una cosa que me dejó mal cuerpo y fue que, después de las persecuciones nazis contra las minorías (judíos, gitanos, gente de izquierdas y homosexuales), tras la guerra, los homosexuales no obtuvierno la comprensión ni el apoyo del resto de las víctimas, debido al mecanismo perverso que se puso en marcha por el cual la homosexualidad, en Austria, siguió siendo tan punible en como en época de los nazis hasta finales de los años setenta (la despenalizó el Gobierno de Kreisky).

La sociedad bienpensante (la peor pensante de todas) con la inestimable colaboración del clero, pensaba que juntar a los homosexuales con el resto de las víctimas era agraviar a esas víctimas, porque los homosexuales eran considerados, en el mejor de los casos, enfermos y, en el peor, degenerados. Por eso, hasta hace poco, la persecución que sufrieron los homosexuales y las lesbianas durante aquellos tiempos tenebrosos sigue aún muy poco estudiada.

En Austria, y en toda Europa y los Estados Unidos, los homosexuales siguieron siendo seres colocados al margen de la sociedad, como en otro tiempo lo habían sido, por ejemplo, los actores (no hace tanto tiempo que el actor americano James Stewart, nada sospechoso de veleidades izquierdistas, se tuvo que vestir con su uniforme del ejército americano para que le dejaran dormir en el hotel Palace de Madrid, porque las reglas de la casa prohibían expresamente la admisión de cómicos).

Como tales seres marginales, los homosexuales no se beneficiaban nada de las comodidades de estar insertados en un grupo pero, por otro lado, no tenían más narices que tener una visión particular, desde fuera, de cómo eran sus semejantes aunque solo fuera por la cuenta que les tenía, o sea, porque se veían en la necesidad de estudiar su comportamiento y que no se les notase „el hecho diferencial“.

Estoy leyendo una novela de aquella época, una de las pocas que trata la homosexualidad sin que, al final, los novios (en este caso las novias) terminen suicidándose, o volviéndose locos, o pagando de alguna manera su pecado y, más allá de que la historia no deja de ser una bastante usual, uno no deja de pensar que, gracias al genio de la autora, el libro está impregnado de eso que no se nos tiene que olvidar nunca: o sea, de la capacidad de ver la vida nuestra y la de los demás un poco desde fuera, un poco como si uno tratase de estudiar con interés, pero con distancia, las propias costumbres nuestras, del mismo modo que se estudian las tradiciones y constumbres de algún grupo humano muy ajeno, como por ejemplo una tribu perdida en cualquier parte ignota el planeta.

La novela que estoy leyendo se llama Carol y la escribió Patricia Highsmith (lesbiana ella misma) poco después haber publicado (y vendido a Hitchcock) su primer libro, Extraños en un Tren (de cuya adaptación cinematográfica, por mor de la censura de aquel entonces, se eliminaron todas las referencias a la homosexualidad que había en la novela y que son indudables). Y todo el libro está impregnado de esa visión de la vida de los otros „desde fuera“ (no se me ocurre otra manera de explicarlo) que se transforma en un sano llamamiento a olvidarse de las zarandajas que nos hacen creer que son importantes y a disfrutar de la vida.

!Eh! Parece decir Patricia Highsmith a través de su protagonista ¿No veís de las cosas tan tontas de las que os preocupáis? La vida no es eso. La vida son las cosas importantes que pasan fuera de esa zambullida en lo oscuro que es la rutina diaria. La vida son las cosas que haríais si, de verdad, os diéseis cuenta de que este billete para la noria tiene una duración improrrogable y que hay que aprovecharla porque, en algún momento, llegará el final del viaje y nadie os agradecerá lo que hayáis dejado de hacer por el miedo de hacerlo.

Quiero creer que vivir en Austria, Ainara, me ha ayudado mucho a hacerme cada vez más como Patricia Highsmith y a relativizar las cosas. Creo que es muy sano salir de las casillas de uno de vez en cuando, y ver las cosas como si le estuvieran pasando a otro, y no hacerse más sangre de la que realmente es imprescindible y, sobre todo, no dejarse llevar por esa corriente a la que, interesados, nos quieren empujar aquellos sin imaginación, sin fantasía, sin humor, sin piedad, que viven con todas esas potencias del alma capadas, como si estuvieran ciegos para algún sentido.

Espero que tú, de alguna manera, Ainara, puedas conseguir lo mismo para tu vida, con emigración o sin ella, con Viena o sin ella. Porque es imprescindible para el equilibrio y la felicidad.

Besos de tu tío

(*) Ainara es la sobrina del autor


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