A cuatro días de las elecciones más importantes en Austria desde hace años, han pasado y siguien pasando cosas bastante llamativas.
18 de Mayo.- El próximo domingo, día 22, se despejará la incógnita de quién sustituirá a Heinz Fischer como presidente de la República Federal de Austria.
Desde el punto de vista de un español (de este español), desde que fue la semifinal, hace casi un mes, han sucedido algunas cosas llamativas.
-La primera cosa muy llamativa es que apenas se están publicando encuestas. Pocos días después de la preselección, el Österreich -gran periódico- publicó una en la que se hablaba de un resultado muy igualado. Casi al cincuenta por ciento. El Österreich es un papelucho, estamos de acuerdo pero lo cierto es que suele clavar las encuestas (la supervivencia le va en eso: es un periódico que no tiene más línea editorial que lo que sospecha que es la opinión mayoritaria de sus lectores, aunque llamarle lectores a los consumidores del Österreich es ponderar muy por arriba su grado de alfabetización).
Esta llamativa ausencia de sondeos puede ser por varias cosas: la primera porque, como en los dibujos animados cuando el personaje va montado en un coche que se va a caer por un acantilado, la opinión pública austriaca está diciendo „no quiero mirar, no quiero mirar“ ante el temor -más que fundado- de que pueda ganar el candidato equivocado.
Otra razón puede ser que, como los institutos demoscópicos se cubrieron de gloria durante la primera vuelta, se hayan vuelto más que prudentes y nadie quiera mojarse, porque todo el mundo ve el final de esta historia muy abierto (!No quiero mirar! !No quiero mirar!) y nadie se atreve a hacer predicciones.
Es lógico: como yo decía aquí y he repetido en diferentes instancias, el voto a la ultraderecha no es un voto prestigioso. A pesar de que el candidato ultraderechista ha hecho lo posible por huir de la imagen de portero de discoteca mal encarado que cultivaba Strache en sus principios y hasta puede decirse de él que es capaz de hilar una conversación coherente sin que se le vea demasiado el plumero, solo el espectro de la población de expediente académico tirando a justito confiesa su adhesión al candidato tróspido. Los otros, los que le votan por otras razones (castigo, cansancio, hastío, ganas de hacer el oso, alergia a la letra impresa, temor al futuro) no lo dicen y es un factor distorsionador de primer orden en las encuestas.
Como ejemplo diré que la revista económica Trend, publica en su número más reciente un sondeo informal entre destacadas personalidades del mundo empresarial austriaco en donde, abrumadoramente, se considera por mayoría que Van der Bellen sería mejor presidente. Sin embargo, la redacción de la revista incluye un (muy) sintomático comentario en el sentido de que quienes votan al candidato de la ultraderecha no lo dicen.
-La segunda cosa muy llamativa es que, a pesar de que todos sabemos que hay un candidato normal y que luego está el otro, el que quizá gane, no ha habido, desde casi ningún sitio „que cuente“ una petición de voto hacia el candidato normal.
O sea: cuando Marine Le Pen estuvo al pelo de un calvo de convertirse en presidenta de Francia, el resto de las fuerzas políticas y cuando digo el resto quiero decir el resto, llamó „aux armes citoyens“ para contener el peligro de que semejante pirada sentase un precedente.
Pues aquí, ni mú.
Se han organizado actos y cosas, que si flash mobs por Van der Bellen, que si un concierto, todas con ese punto un poquito ñoño que tienen las convocatorias benéficas, pero desde las altas instancias oficiales, nadie ha dicho diese Mund gehört mich nicht. Hoy, eso sí, Irmgard Griss, la tercera en discordia, ha salido a la palestra mediática, ha dicho „Griss Gott!“ (lo siento, es malérrimo, pero tenía que hacer el chiste) y luego ha dicho que ella va a votar a Van der Bellen porque le parece que cuenta con todas las capacidades que tiene que tener un presidente en mayor medida que „el otro“. Naturalmente, acto seguido, desde las filas de la ultraderecha se le han tirado al cuello y le han llamado de todo menos guapa (claro, ellos contaban con que Griss le diera al su candidato un barniz de presentabilidad que, hasta ahora, y eso es verdad, no le ha dado nadie tampoco). Ayer, el nuevo canciller se pronunció por Van der Bellen, ya lo decíamos, pero ni el Partido Socialista ni el Partido Popular han proclamado ninguna consigna al respecto.
Esto puede ser por muchos motivos: la ultraderecha lleva años, trabajándose la imagen de „víctima“ de lo que ellos consideran „la casta“ en el poder y yo estoy seguro de que se teme que demostrar demasiado apoyo a Van der Bellen pudiera resultar contraproducente. Por otro lado, no hay que olvidar que todo el mundo piensa en el futuro y que a ninguno de los partidos en el poder le interesa en estos momentos, obviamente, un ataque frontal a la ultraderecha, con la que hay establecidas alianzas a nivel regional. Tanto el SPÖ como el ÖVP temen, además, que de prolongarse la situación actual, ante unas eventuales elecciones anticipadas, el resultado pase necesariamente por pactar con la ultraderecha a nivel parlamentario (y quién sabe si servir incluso de compañero de viaje de un Gobierno con Strache como canciller).
En fin: a cuatro días de la votación, puede pasar cualquier cosa. El final de esta historia parece que está más abierto que nunca.
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