Cara de foto

caraEl oficio de fotógrafo da para mucha meditación, y a veces se sacan interesantes consecuencias sobre la psicología de los habitantes del país en el que vive.

20 de Junio.- Una de las cosas que tiene ser fotógrafo es que es un oficio que, aunque no lo parezca a primera vista, da mucho tiempo para pensar.

Uno, naturalmente, tiene que estar atento, o sea, tener la mano puesta en el disparador porque nunca se sabe cuándo pueden pasar las cosas pero, mientras tanto, uno puede meditar.

Ayer, por ejemplo, estuve haciendo fotos en una celebración en Burgenland. Era una fiesta familiar. No muy grande, a lo mejor habría unas cien personas, veinte de ellas niños. Yo, como hago siempre, procuraba caminar con la cámara en la mano, entre la gente. De vez en cuando, enfocaba, y hacía alguna foto. La mayoría de estas primeras fotos luego no las uso en el reportaje final, pero tienen un objetivo muy importante, y es que la gente se acostumbre al clic-clac del obturador y dejen de poner „cara de foto“ cada vez que le ven a uno con el teleobjetivo en ristre. Y también para eliminar la inquietud inconsciente que provoca en alguna gente eso de ver a un señor (más si habla con un acento raro, como yo, o directamente, que habla poco) con un pedazo de cámara reflex en la mano haciendo fotos.

Hay fotógrafos a los que les gustan las fotos muy artificiales, muy posadas. Yo, personalmente, prefiero sacar a la gente esté cómoda y natural, captar los momentos. Si es posible “robándolos” sin que ellos se den cuenta.  Mientras hacía esto (o lo intentaba), pensaba yo que los grupos de personas son como el mar, cuando uno lo observa mucho tiempo. O sea, que pasan por fases de agitación y fases de quietud y que, quizá, uno de los talentos que tiene que tener el fotógrafo es el de „bailar“ con el grupo (fuera de él y dentro de él) y anticiparse un poquito a lo que va a pasar. O sea, encontrar ese pulso del grupo, ese ritmo, que te hace poder predecir cuándo va a haber una fase de quietud o cuándo tienes que tener la cámara preparada porque va a haber acción.

También, entre brindis y brindis, entre el segundo plato y ese momento estrella que es, en Burgenland, ese en el que sacan los postres (uno se imagina a las mujeres de la familia horneando galletas y tartas como si no hubiera mañana) medité sobre el hecho de que los austriacos tienen mucho más ensayada la „cara de foto“ que los españoles. Y de que, por alguna razón, tienen mucho más miedo a que les pilles en ese renuncio del momento en que ellos no están controlando qué cara tienen y, por lo tanto, tienen su cara de verdad.

Por lo menos, a mí me da la sensación de que es así.

Pareja aristocrática

Y eso de la cara de foto da para todo un ensayo sociológico sobre la mentalidad de este país.

La „cara de foto“ es el yo social, el yo convencional que nuestros padres nos enseñan a desarrollar desde niños, y que es una especie de versión corregida y adecentada de lo que creemos que somos nosotros mismos (una versión corregida y adecentada y, además, muy aburrida y muy poco fotogénica en la mayoría de los casos). La „cara de foto“ es como cuando de pequeños nos enseñaban a responder a la pregunta temible de las vecinas malvadas, esa de „¿Y a quién quieres más, a papá o a mamá?“ y nos daban una respuesta diplomática, primera lección de lo que es la hipocresía, herramienta que es imprescindible para funcionar en sociedad. A mí, como fotógrafo, me gusta captar no esa cara convencional de sonrisa y arruguillas alrededor de los ojos, sino la otra, la de la conversación distendida que es cuando la gente sale guapa de verdad.

Y pensé, mientras estaba sentado buscando motivos (niños jugando, adultos riéndose de un chiste) que, si los austriacos tenían más ensayada la cara de foto que nosotros, quizá fuera porque, aquí, la distancia entre el yo social y el yo…No me gustaría decir auténtico, pero sí el natural, el relajado, es mucho mayor que en España, porque la convención, en todos los aspectos de la vida, tiene mucho más peso aquí que allí.

Y luego, claro, también pensé en que la relación que tienen las personas con ese yo convencional que nos enseñan a fingir delante de una cámara, la medida en que se sienten examinados, en que sienten que la situación de ser fotografiados les plantea una pregunta que no saben responder, y esa pregunta insistente y nunca respondida les pone nerviosos, es lo que hace que haya muchas personas que, a la vista de un aparato fotográfico sientan una fobia que hace el que les fotografíen, se les haga un mundo.

Tengo la sensación de que esto, tanto en españoles como en austriacos, pasa más en personas de una cierta edad que entre los niños.

No por nada, sino porque tengo la sensación de que los niños tienen una relación con la fotografía y con las imágenes que la que tuvimos nosotros. Por una sencilla razón: para nuestros padres, fotografiarnos era una cosa que costaba cara. Cada foto, valía dinero, y eso a veces ponía a los adultos en un estado de tensión que se transmitía a los niños y que los adultos siguen reviviendo. Los niños de ahora no viven con esa ansiedad de estropear las fotos (lo cual es bueno y es malo, porque un poquito de respeto por la cámara sí que se agradecería de vez en cuando). Ahora, cuando una foto sale mal, se pulsa en el cubito de la basura y chimpún, a tirar más.

Como fotógrafo creo que son esas fotos espontáneas, las que se hacen sin que el fotografiado casi se dé cuenta, las que terminan siendo las más interesantes, las auténticamente valiosas, porque son la verdad verdadera del modelo, el espejo de su alma. Y, ya que uno se pone a hacer fotos, pues se trata de sacar exactamente eso ¿No?


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