Hace cuatromil años (o ayer por la mañana)

Akhenaton¿Qué va a pasar ahora? Se preguntaban ayer expertos de toda laya en los medios austriacos. Buscaban las respuestas en sitios equivocados.

25 de Junio.- Recuerdo que cuando era un chavalín y, seguramente, por culpa mía, me costaba mucho entender a mis congéneres. Eran para mí como un ejército de extraterrestres con los que no tenía nada en común (o quizá el extraterrestre fuera yo, ahora que lo pienso).

Durante los nueve meses del año que duraba el curso, este abismo se disimulaba un poco pero en verano, como les pasa a esos matrimonios que eligen las vacaciones para divorciarse, uno no tenía más remedio que convivir -o, en mi caso, intentar hacerlo lo menos posible-. Una tarea que, la verdad, a mí se me hacía muy cuesta arriba. Y era a causa de un punto fundamental: los chavales de mi medio social y de mi edad eran un coñazo. Solo tenían conversación sobre temas que a mí, sinceramente, me importaban un pimiento: o sea, las chapas -aquellos interminables toures de Francia que se hacían en caminos de tierra-, el fútbol -para el que yo siempre he sido malísimo- y las motos y los coches, para cuyo juicio, aún hoy, padezco una lamentable insuficiencia congénita.

A mí, por supuesto, me hubiera gustado que me gustaran estas cosas, y poder hablar con soltura y conocimiento de aquellos temas que, aún hoy, me conducen irremediablemente por el camino del bostezo, y el no poder hacerlo a mí me ponía enormemente triste.

Por eso, durante los veranos, me dedicaba básicamente a leer. A leer de una manera insensata, con un celo (Eifer, se le llama a esto en alemán) igual que si quisiera batir algún record Guinness.

Hombre leyendo un libro

Y leyendo en la penumbra de mi habitación, me consolaba y tenía la sensación de nadar en una enorme piscina de agua tibia, en donde se disipaba aquella sensación, tan molesta, de ser un bicho raro.

Durante aquellos estíos que todavía no sabían del amor ni conocían los misterios del sexo, hice muchos amigos, la mayoría de los cuales a diferencia de los de la infancia, me ha acompañado en mi vida posterior. Uno de ellos fue Sinuhé, el médico tebano. Siempre soñé con poder hablar con él cara a cara, pero la verdad es que, de haber existido, hubiera sido imposible, porque Sinuhé, el que es solitario, vivió unos 1500 años antes de la era común, en el Egipto de los faraones.

Sinuhé, cuya historia salió de la pluma del finlandés Mika Waltari, ha sido, desde aquel primer verano en que leí su autobiografía, un compañero mío entrañable, hermano en el escepticismo y en un pesimismo que yo trato de disimular y al que trato de no hacerle caso más de la cuenta (porque no hay nada que envejezca más que abandonarse definitivamente a la evidencia de que este mundo va a acabar mal).

Tan es así, tan fuerte fue el lazo y la afinidad que nos unió a Mika Waltari, a Sinuhé, su hijo, y a mí que, cuando me vine a vivir a Austria fue uno de los libros, posesiones preciosas entonces, que me traje en la maleta, con la esperanza de que, si la cosa se ponía fea, me consolase en los inviernos vieneses lo mismo que me había consolado en los veranos madrileños.

Ya entonces intuía -hoy lo sé- que Waltari había sido un hombre muy perspicaz y que Sinuhé, con la excusa del pastiche es en realidad una disquisición sobre la naturaleza humana y lo que los franceses llaman un „roman a clef“ (una novela en clave) que sirve al lector avisado, como un mapa, a la hora de interpretar la realidad cambiante de la primera mitad del siglo XX. Y, si todo sigue como va, es muy probable que también sirva para interpretar la primera mitad del siglo XXI. Porque, como hubiera dicho el egipcio, la naturaleza del hombre no cambia a través de los siglos.

Ayer, mientras, acongojado, leía y escuchaba las noticias sobre la salida futura de Gran Bretaña de la Unión Europea, supe, como el nadador que se está ahogando sabe que tiene que agarrarse a una boya, que tenía que volver a releer Sinuhé el Egipcio y que, en él, hoy como entonces, encontraría no solo árnica para mi desazón espiritual sino que también encontraría algunas claves muy útiles. Y es que en el libro, que se publicó en 1945, pero que debió de empezar a escribirse mucho antes es, como digo, un mapa. El mundo antiguo, representado por la tradicional Tebas, por el culto de Amón (establecido, sólido e incuestionado) entra en crisis por la subida al trono de Egipto del faraón Akhenaton, con su nueva divinidad, su neurótica (y catastrófica y a su modo populista, y como tal tramposa) ignorancia de los parámetros por los que se rige el ser humano, y su idealismo diríase que suicida, al que Sinuhé se acoge como una especie de intento de salvación personal.

Un lector en la tienda

Sinuhé y los personajes que le acompañan en su historia son víctimas de convulsiones en estructuras que son mucho más grandes que ellos y que, como grandes bloques de los que está hecha la realidad, se mueven y amenazan con aplastarles.

Ayer, mientras acongojado, leía y escuchaba las noticias sobre la salida futura de Gran Bretaña de la Unión Europea, y todo el mundo, todos, sin excepción, en los medios austriacos, intentaban rellenar el miedo a lo desconocido con palabras (miedo a las catástrofes por venir, miedo a la desaparición de este mundo que hemos conocido y que no sabemos si resistirá este golpe) pensaba en Sinuhé y en Mika Waltari, que quizá escribió el libro, mientras Europa se desangraba en la segunda guerra mundial, para responderse trambién a la pregunta ¿Qué va a pasar ahora? Pregunta que ayer, trataban de contestar, sin éxito, los expertos y políticos de toda laya convocados por la ORF, y que daban todos la sensación de estar cogidos en un cepo y de debatirse inútilmente para soltarse. Todas sus hipótesis eran, en el fondo, inútiles, porque del futuro nada se sabe y, como se ha demostrado con el famoso referendum y dijo John Lennon (británico también, por cierto) la realidad es eso que te pasa mientras estás haciendo otros planes.

¿Echaremos de menos estos años pasados en los que vivimos inconscientes de estar atravesando un periodo de paz, del mismo modo que Sonrisas y Lágrimas, la película austriaca/no austriaca más famosa de todos los tiempos se sitúa „en los últimos años dorados de los treinta“?

Quién lo sabe. Lo único cierto es que, estemos como estemos, siempre nos quedará Sinuhé, el que es solitario, para explicarnos lo que él sabía antes de que nosotros nos enterásemos.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Una respuesta a «Hace cuatromil años (o ayer por la mañana)»

  1. Avatar de Pilar Nicolas
    Pilar Nicolas

    La comparación viene mucho a cuento. Tabién Sinué tuvo que pagar un precio muy alto por sus errores. Me encantó el libro, aunque yo lo leí algo más tarde que tú.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.