Con el Brexit, un tema que ha venido envenenando las relaciones anglo-españolas, y en el que también estuvo metida Austria, ha tenido un revival: Gibraltar.
26 de Junio.- El día 1 de Noviembre de 1700, día de todos los santos, murió en el alcázar de Madrid, en el mismo lugar en donde hoy está el Palacio de Oriente, el rey Carlos II, llamado „El hechizado“ aunque probablemente otros apelativos más realistas y mucho más duros hubieran resultado más apropiados porque, tanto a la hora de morir como durante toda su vida, el pobre rey Carlos, campo de batalla de innumerables malformaciones congénitas que habían hecho de él poco más que un pobre idiota babeante, había sido apenas la caricatura de un rey.
Probablemente, durante el tiempo en que vivió, Carlos II no tuvo conciencia real de la importancia de su mera existencia en el entramado de relaciones (complicado entramado) de las casas reales europeas (el pobre no daba mucho de sí).
Desde que la herencia de aquellos dos sinvergüenzas que han pasado a la historia como los Reyes Católicos (particularmente sinvergüenza el rey Fernando, a quien ninguna argucia le era ajena) cristalizó en el emperador Carlos, la corona española había sido uno de los puntales de ese holding que hubiera podido llamarse „Habsburgo S.A.“. Tras entrar por el sur de España, los metales preciosos se iban a Centroeuropa, para pagar guerras que, camufladas bajo el espeso (y con frecuencia mentiroso) manto de la cruzada y la guerra de religión, eran en la mayoría de los casos manifestación de los intereses imperiales de los de la cofradía de la barbilla prognática.
Por hacer corto un cuento que daría para mucho, con la muerte de Carlos II, cundió la alarma en Centroeuropa: por un lado, los primos Habsburgo (y sus banqueros, no lo olvidemos) veían que se les acababa el chollo de chuparles la sangre a los pobres españoles y por otro, los franceses, poder emergente (entre otras cosas porque, en vez de dedicarse a hundir las narices en la Biblia y a quemar todos los otros libros, que es lo que hicimos nosotros, habían empezado con una eficiente política de lo que hoy llamaríamos „atracción del talento“ e I+D) empezaron a frotarse las manos pensando en hincarle el diente a lo que aún era una presa golosa: lo que quedaba del imperio español.
Estalló la guerra europea en 1701, la llamada Guerra de Sucesión. De un lado, la corona de los Habsburgo y su pretendiente, el archiduque Carlos, ayudados (retener el dato) por los ingleses. Del otro lado, los Borbones. Luis XIV, que también se las sabía todas, quería sentar en el trono español a su nieto Philippe (futuro Felipe V) y, de paso, adueñarse del próspero comercio entre España y América.
La guerra fue larga (duró 13 años, hasta la firma del tratado de Utrech y tuvo un estrambote con la resistencia a los Borbones que opuso Cataluña) y, para lo que nos importa a nosotros, los españoles del siglo XXI, dejó dos traumas que aún duran.
Por un lado, la suspensión, por parte de los vencedores de la guerra (los Borbones) del autogobierno e instituciones del principado catalán. Pero no, como dicen falsamente los nacionalistas catalanes, porque los Borbones fueran unos nacionalistas castellanos, sino porque las élites de las provincias catalanas se habían decantado por el lado equivocado, o sea, por el archiduque Carlos de Habsburgo, y tocaba “castigarlas”. Tan es así que, como conté en su día en este post, muchos de estos catalanes se vieron obligados a emprender el camino del exilio y, con la característica tenacidad catalana, no pararon hasta que los funcionarios vieneses, mayormente para que les dejaran tranquilos, les dieron un territorio para que fundasen una ciudad (a la que llamaron, no podía ser de otra manera, Nueva Barcelona).
El otro trauma que aún nos dura (más de 300 años hace que nos dura) es el asuntillo este de Gibraltar, que se ha vuelto a poner de moda porque, en uno de esos brotes periódicos de esperpento que aqueja a algunos españoles, un grupo de miembros de un partido ultraderechista ha colocado una gran bandera rojigualda en Gibraltar y, por otro lado, poque, debido al famoso Brexit, en Madrid ha habido algunas personas que han pensado que los habitantes de lo que se suele llamar „la roca“ preferirían dejar Inglaterra para integrarse en el estado comunitario más próximo que, jaté tú lo que son las cosas, es España. Qué casualidad.
¿Y cómo fue que el peñón de Gibraltar, la puerta del estrecho, terminó en manos inglesas?
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