El padre terrible (2)

Lucien Freud en ViennaViena, a finales de los sesenta, era una ciudad en la que una efervescencia cultural contestaria luchaba por salir a la superficie.

Para leer el primer capítulo de esta historia, no tienes más que pinchar aquí.

27 de Julio.- Después de la guerra mundial, Austria se entregó a un esfuerzo de amnesia colectiva casi tan totalitario como había sido el nazismo. Bajo una gruesa capa de merengue, hecha de prosperidad económica, omnipresencia de una aplastante cultura católica y una alegría forzada en tecnicolor que se ve en el cine de la época (las películas de Sissi, las del siempre eficaz Peter Alexander) Austria se concentró en olvidarse de los tenebrosos años treinta y cuarenta y, por supuesto, en olvidarse también de la responsabilidad (en algunos casos prominente) que algunos austriacos habían tenido en el nazismo.

La pesadilla, sin embargo, seguía ahí, agazapada, y las huellas de los abusos cometidos demostraron ser inmunes a la anestesiante influencia de los éxitos de Caterina Valente o Connie Frobes y, por supuesto, terminaron por aflorar.

Por aquella Viena de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, ceñuda, cerrada, un sí es no es pueblerina, aún con las huellas de la guerra mundial en los muros y los silencios hoscos de la gente, andaba un hombre no tan joven, nacido en 1925. Se llamaba Otto Mühl, era de Burgenland y durante la ocupación nazi había sido oficial de la Wehrmacht y había participado en la batalla de las Ardenas o sea, en el último estertor de la capacidad ofensiva nazi.

Con la victoria aliada y la desmilitarización, Mühl había estudiado filología germánica e historia y después pedagogía artística en la Academia de Artes Aplicadas de Viena. Debió de descubrir entonces que tenía cierto ascendente sobre las personas y empezó a trabajar, ya durante sus estudios, como terapeuta, utilizando la pintura como método curativo.

A principios de los sesenta empezó de lleno con su carrera artística construyendo grandes obras hechas de chatarra y deshechos, que le condujeron a lo que él llamó “acción material”. Fue en este punto en donde trabó contacto con quienes, hasta hoy, pasan por ser los artistas austriacos más polémicos. En 1962, el fermento que formaron Otto Mühl, Adolf Frohner y Hermann Nitsch dio lugar a lo que se conoció como el “Accionismo vienés”, un movimiento artístico a mitad de camino entre el deseo de epatar, la coprofilia, la subversión de los valores burgueses y la performance.

La primera acción documentada de los “Accionistas” se produjo precisamente en el sótano del taller de Otto Mühl. La idea se fue perfeccionando a lo largo de 1963 y en 1964 se produjo la acción “Conversión en ciénaga de un cuerpo femenino” en donde Mühl y Nitsch arrojaron sangre de cerdo, vísceras y excrementos sobre una mujer desnuda. La policía intervino para detener la segunda acción y así empezó una cadena de escándalos que duró hasta primeros de los setenta y que tuvo un fortísimo componente político ultraizquierdista (era la época) incluyendo incluso una condena por profanación de los símbolos del Estado austriaco, debido a un performance que los accionistas acometieron en Berlín.

A partir de 1970, la vida personal de Mühl empezó a desestabilizarse y los experimentos de todo tipo (sexuales inclusive) empezaron a pasarle factura. Se separó de su mujer y trató de convencer a otros amigos de ambos sexos, a su vez separados, de que fundasen con él una comuna en la que, naturalmente, se eliminarían los lazos tradicionales de la pareja (la fidelidad sexual, por ejemplo) y la propiedad de las cosas fuera compartida. Fracasó, pero no se rindió por esto, y para 1971 compartía el piso de 120 metros cuadrados que tenía en la Praterstrasse con unas diez personas, mucho más jóvenes que él, estudiantes o seres en el límite de la marginalidad, que se ganaban la vida con trabajos ocasionales (o sea, pasaban más hambre que un caracol agarrado a un vaso, pero se veían a sí mismos como la avanzadilla de un mundo futuro). El propio Mühl se ganaba la vida igual de precariamente que ellos dando clases particulares. Aquellos diez seres y el propio Mühl formaron el núcleo duro de lo que no tardaría en ser la Comuna de Friedrichshof.


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