Plemplem

PlemplemEn donde la ORF cumple con la misión que la ley le asigna y, gracias a ella, el extranjero aprende una expresión nueva.

28 de Julio.- La política profesional es un negocio muy duro.

Si en todos los trabajos es inevitable que el trabajador, utilizando la terminología marxista, “se aliene” o sea, se “haga de otro” malbaratando parte de su ser más íntimo, en la política este fenómeno es más cruel todavía, quizá porque los políticos, empujados por un impulso irrefrenable de su carácter que va en el oficio, no pueden evitar “politiquear” incluso cuando ese “politiqueo” les hace daño. Del mismo modo que Sara Montiel o Marujita Díaz (las pobres) no podían evitar, al final de su vida, pasear su decadencia por las revistas y los platós, como si necesitaran el aplauso para vivir lo mismo que se necesita una hormona insustituible.

Como es tradicional la cadena pública austriaca ha empezado a emitir las “Conversaciones de verano”.

En orden ascendente de importancia, desde los partidos minoritarios hasta el canciller, la cadena pública invita a los jefes de los grupos parlamentarios para que expongan su visión del mundo ante una audiencia que, en general, sestea.

Este año, naturalmente, no iba a ser menos y el primer invitado ha sido el jefe del grupo parlamentario menos importante de la casa junto al Ring. O sea, Frank Stronach.

El millonario austro-canadiense acudió a las Conversaciones un poco en calidad de “muerto viviente” (políticamente por lo menos). Las conversaciones suelen ser grabadas, así que es probable que en la ORF editaran las partes más surrealistas de las intervenciones de Stronach. De cualquier modo, es bastante improbable que, incluso editándolas, el realizador consiguiera sacar de la charla cualquier cosa coherente (como todos los grandes artistas del surrealismo, Stronach hace tiempo que vive en un mundo a la medida de su propia lógica).

Durante la charla, sin embargo, el maduro político austro-canadiense se ratificó en su decisión de abandonar la política austriaca (vamos: de abandonar la política en general) y, con ella, de cerrar el grifo de los fondos a su partido político, el Team Stronach. A nadie se le escapa que, con esto, la supervivencia del Team en cuestión queda seriamente comprometida.

Pues bien: en la tele austriaca no hay tertulias a la española (lo cual habla mucho, por cierto, del grado de civilización de este país) pero sí que hay un opinador que no es, claro está, cualquier periodistucho de tres al cuarto, sino un señor politólogo, doctor en politología.

El politólogo hace lo que yo estoy haciendo ahora mismo y exactamente con el mismo grado de precisión científica, lo que pasa es que en su tarjeta pone Doktor. Es la única diferencia.

El politólogo del telediario austriaco, El Politólogo de Austria a todos los efectos, se llama Peter Filzmaier y, como le pasa a los que en España se llevan el gato al agua o viven al rojo vivo, lo mismo plancha un huevo que fríe una corbata. O sea: lo mismo comenta el resultado de unas elecciones que, como en este caso, la charla de cualquier político (también vende su prestigio por piezas al Kronen Zeitung).

Así pues, terminada la charla de Stronach, empezó el telediario y Filzmeier pasó a glosar lo que Stronach había dicho alejándose bastante de su comedido tono habitual, pero acercándose peligrosamente a un grado de sinceridad que es bastante inhabitual en la, por lo demás, comedida información política de la ORF. Filzmaier dijo por ejemplo que cualquier espectador, viendo a Stronach hubiera podido pensar que estaba un poco “Plemplem” o sea y dicho de una forma fina, que las facultades intelectuales de Frank Stronach, debido al natural desgaste que supone la edad y el trabajo de montar un emporio austro-canadiense, ya no eran lo que solían ser. Cosa que puede estar tentado a pensar cualquiera que vea las intervenciones de Stronach con una mínima imparcialidad. O eso, o que antes de hablar, Stronach le mete un viaje a la botella del Barón Dandy.

También calificó algunas aseveraciones del prócer como Quatsch (o sea, tonterías) pero esto era quizá porque Filzmaier tenía el juicio obnubilado y no las veía como lo que quizá eran: episodios de la guerra que Stronach, durante toda su vida, ha librado contra el sentido común.

El caso es que los señores del Team Stronach se han enfadado porque alguien ha dicho en alto lo que ellos llevan varios años negando y es que Stronach es una pesadilla para cualquier relaciones públicas, básicamente porque tiene poco control sobre lo que dice y está convencido de que la tierra (o los platós) que pisa son suyos y todos los que tiene delante sus empleados, a los que puede despedir. Naturalmente, ellos no pueden admitirlo en público (les va en ellos el pan de sus niños) así que han emitido una queja a la ORF acusando al columnista del Kronen (¡Ay Señor, cómo nos pruebas!) de haber incumplido el marco legal de imparcialidad que debe distinguir a la ORF (cosa que, desde el momento en que le pagan por opinar, resulta obvia). Aunque claro, para lo que le queda a los de Stronach en el convento no se sabe si la cosa merece mucho la pena. Pobres.

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