Son las tres y media (hora de Klosterneuburg)

KlosterneuburgHace casi seiscientos años, Klosterneuburg, en las cercanías de Viena, era considerado por muchos el centro del mundo. Veamos por qué.

31 de Julio.- Supongo que lo que nos diferencia a las personas frikis de las personas normales es un mecanismo, situado en alguna parte recóndita del cerebro, que podría llamarse „¿Qué pasaría si…?“.

Yo, a veces, sobre todo en los momentos en que me aburro porque estoy sometido a alguna de esas disciplinas enojosas que nos afligen a los adultos, juego conmigo mismo a imaginarme qué pasaría si tal o cual cosa sucediese.

Por ejemplo ¿Qué pasaría si los humanos, por algún tipo de cosa extraña, olvidásemos cómo se mide el tiempo?

No cabe duda de que nuestra vida sería un completo desastre. La gran mayoría de nuestras acciones cotididanas, del marco en el que se mueve nuestra civilización, se asientan en el hecho simple, que damos por supuesto, de que gozamos (y en este caso nunca mejor dicho) de una manera eficaz de medir el tiempo. Si nos pasara como a Robinson Crusoe y perdieramos los relojes, y con los relojes los días, y con los días los meses, y así sucesivamente, no hay duda de que nuestra vida sería mucho más difícil.

Toda la medida del tiempo se basa en un sistema de acuerdos internacionales, de consensos que habría que recuperar desde cero, y el hecho de que podamos afirmar, rutinariamente, como si no tuviera importancia, que son las tres menos diez, y que en las islas Canarias es una hora menos, porque están en otro huso horario distinto del nuestro, es una cosa tan moderna como del año 1884, momento en el que se reunieron en Washington los representantes de 25 países y acordaron que, para medir el tiempo, se tomaría como referencia una línea imaginaria que une el polo norte con el suburbio londinense de Greenwich.

Hasta ese momento, la cosa se había resuelto un poco a salto de mata y cada país, según fuera variando el poder geoeconómico, había fijado el meridiano cero de la manera que mejor le había venido.

A lo largo de la historia, aparte de Greenwich, han compartido el honor de servir de origen a la medida de las horas la isla española de El Hierro, París, las islas Azores y una islita perdida en el Pacífico. Que en 1884 los barbudos asistentes a la conferencia de Washington se decidieran por Londres tuvo su razón, claramente, en que en aquel momento el Imperio Británico estaba en su apogeo y la reina Victoria, la abuela de Europa, era la soberana más poderosa.

Pero antes, mucho antes, el meridiano cero pasó muy cerca de Viena. Concretamente, por la bonita ciudad de Klosterneuburg (o sea, el Convento de Neoburgo o Neoburgo del Convento). Allí, se elaboró, hacia 1421, el llamado Mapa de Fridericus, elaborado por un escriba del mismo nombre que, según la prolija información que obra en los archivos de la Biblioteca Estatal de Múnich, cobró por el trabajo unos 7000 euros al cambio de la moneda de hoy.

El mapa original no se conserva, pero sí que, en el mismo librote en donde está consignado el dinero que Fridericus cobró por su chapuza cartográfica, sí que se encuentran una lista de coordenadas que permitieron, en 1930, hacer una reconstrucción de la apariencia que hubiera podido tener el mapa original.

Como solía suceder en aquellos tiempos, la posición de Klosterneuburg y de sus alrededores está reflejada con bastante exactitud, precisión que se iba perdiendo conforme el viajero se alejaba del lugar en donde vivían quienes habían encargado el mapa (los canónigos de la entonces, como hoy, próspera y culta comunidad en donde reposan los restos de San Leopoldo (el único político austriaco, hasta la fecha, que ha sido canonizado y, visto lo visto, tiene pinta de que va a seguir así durante mucho tiempo).

¿Por qué decidió Friedericus situar su meridiano cero en Klosterneuburg? En parte, naturalmente, porque, como dice el refrán inglés „Because of the interest I love you, Andrew“. O sea, que quien paga exige y, sobre todo porque quien exigía quería, nada menos, que consignar que Klosterneuburg era, nada más y nada menos que el centro del mundo ( en contraposición con las comunidades religiosas de los alrededores, poderosas y también rivales, claro).

Otro punto interesante de este mapa era que, a diferencia de la mayoría de los que se confeccionaban en la época, estaba libre de elementos religiosos y que era un instrumento puramente técnico resultado de mediciones que indican que, a pesar de que la teoría heliocéntrica (y, por lo tanto, contraria a lo que sostenía la Iglesia) no se impuso hasta el siglo XVI, los monjes de Klosterneuburg ya la utilizaban doscientos años antes ¿Pasará también hoy con otras cosas que la Iglesia insistentemente se niega a ver, aunque son evidentes? Es obvio que sí. Tendremos que esperar 200 años para saberlo. Como siempre.


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