Hijos de la ocupación

Anos cuarentaHoy, Viena Directo desvela una historia que, por ser tabú, estuvo silenciada durante muchos años.

 Una de las cosas más chocantes que, para un español, tiene vivir en Austria es que, sobre todo al principio, si uno se relaciona con gente de edad, se encuentra con hechos históricos que, en el sur de Europa, solo conocemos a través de las películas.

1914-1955: cuarenta años traumáticos

La primera mitad del siglo veinte, concretamente entre 1914 y 1955, fue para Austria tremendamente traumática. En cuatro décadas, se aprietan una serie de acontecimientos que, por sí solos, ya hubieran tenido una fuerza brutal sobre el alma y la conciencia colectiva pero, juntos, representaron un trauma enorme cuyas huellas, en sordina, aún pueden leerse en los fondos del alma austriaca, a poco que uno se abra de orejas.

Hoy nos ocuparemos de un episodio poco conocido pero que fue doblemente doloroso, porque sus protagonistas, en primer lugar, se encontraban en una posición muy vulnerable por ser mujeres y, segundo, porque durante mucho tiempo tuvo que ser silenciado porque rozaba territorios que, para una sociedad como la austriaca de posguerra, muy atávica a la religión católica y, en general, muy conservadora, resultaba tabú. Hoy, hablaremos en Viena Directo de los Besatzungkinder o hijos de los soldados de las potencias ocupantes.

Prometer hasta meter

Cuando Austria es conquistada/liberada del yugo nazi por los ejércitos aliados, el mando conjunto divide su territorio en cuatro zonas, al mando de cada uno de los diferentes ejércitos (soviético, francés, americano e inglés). La capital se divide, como puede verse, por ejemplo, en la película El Tercer Hombre, en cuatro zonas espejo de estas, menos el distrito uno. Las patrullas están compuestas por un hombre de cada armada.

Los soldados de los ejércitos ocupantes tenían prohibido confraternizar con la población civil pero, como la ocupación fue tan larga, diez años, hasta el 5 de Mayo de 1955, momento en que se fue el último soldado (soviético, además), fue inevitable que surgieran historias amorosas o sexuales entre miembros de los ejércitos ocupantes y mujeres austriacas. Muchos factores colaboraban a ellos. Uno, naturalmente, la mutua atracción existente entre unos hombres que llevaban, en ocasiones, años lejos de sus mujeres y de sus novias y unas mujeres que también deseaban enamorarse y ser felices después de la barbarie de la guerra. Otro, la enorme diferencia de nivel de vida entre los soldados vencedores, provistos de todo lo necesario (y de sobra) y una población local que, sobre todo en el primer invierno después de la guerra, se moría de hambre y de necesidad (literalmente). Las mujeres que estaban cerca de los soldados, recibían parte de esos beneficios materiales (a veces, unas medias de seda o chicle) por los cuales los soldados también se sentían autorizados a obtener una contraprestación sexual. Es tan viejo como el mundo y ha sucedido siempre. En Austria, se conocía a estas mujeres con diferentes nombres, como “Amischikse”, “Dollarflichtscherl” (una “fulana del dolar”) y, si el soldado era negro, “Schokoladenmädchen”. La mayoría de las veces, los soldados también engatusaban a las chicas prometiéndoles bodas que luego no se materializaban (el viejo “prometer hasta meter y, una vez metido, olvidarse de lo prometido”).

20.000 nuevos austriacos

De estos tráficos no siempre apacibles, nacieron, según las estimaciones, unos veintemil niños. En Austria, la lengua del pueblo conoció a estos chiquillos como “Russenkinder”, si sus padres eran soldados soviéticos, o Brown Babies, si sus padres eran súbditos del Tío Sam. Las madres, no solo eran discriminadas (por pilinguis, vaya) sino que no tenían derecho a ninguno de los beneficios de los que “las decentes” disfrutaban. Ya en 1946, la revista americana Stars and Stripes, hablaba de las “Pregnant Fräuleins” y dejaba bien claro que, a raiz de la prohibición de confraternización, aquellas que hubieran probado “del fruto prohibido” (sic) deberían apechugar con las consecuencias y no podían esperar ninguna ayuda del ejército ocupante.

Las que conseguían eludir el tabú y ser acogidas por familiares o mudarse a un sitio en donde no las conociera nadie, le contaban también una historia a sus hijos, de manera que no son raros los casos de personas que han vivido toda su vida adulta pensando que eran hijos de un señor y cuando, por ejemplo, su madre se moría, se enteraban de pronto de que su padre había sido un caballero de Vladivostok.

Los niños de color eran, por supuesto, mucho más difíciles de disimular y muchas de sus madres, incapaces de soportar la presión social, los daban en adopción. Durante los años de la ocupación muchos de estos niños fueron agrupados por funcionarios austriacos y enviados a América, donde los adoptaron matrimonios de color.


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