Elfriede Jelinek y Bob Dylan

leyendoEl que Bob Dylan haya ganado el Nóbel, ha escocido a algunos. Elfriede Jelinek, la única galardonada austriaca (en esta especialidad) tiene una ventaja sobre él.

14 de Octubre.- Ayer por la tarde, nada más supe que Bob Dylan había ganado el Nóbel de Literatura, me tiré a la Wikipedia (en sentido figurado, naturalmente) y me puse a buscar cuántos premios iguales tiene EPR y cuántos, naturalmente, España. Ganamos por goleada, no es por nada. Seis a uno. La única escritora austriaca que ha merecido la atención (y las atenciones) de la academia sueca ha sido Elfriede Jelinek (la cual, por cierto, la semana que viene, el día 20, cumple setenta otoños). Elfriede, de quien uno de sus compañeros de generación dijo que se trataba de una princesa de una civilización extraterrestre que había elegido la Tierra para pasar unas vacaciones (que es una forma muy „fisna“ de decir que doña Elfriede es rara de cuyóns) ascendió al olimpo de los escritores más distinguidos en el año 2004 y así todo el mundo pudo comprobar lo mucho que se parece a Tamara (la mala, la del No Cambié).

Nuestro último premio Nóbel de Literatura, mis lectores se acordarán, fue Camilo José Cela.

En esto del Nóbel, naturalmente, nunca llueve a gusto de todos, porque a mí, personalmente, CJC me parece un escritor absolutamente soporífero. Puede ser que mi consideración hacia su obra esté un tanto teñida de la consideración que me merecía Don Camilo como ser humano (sospecho que debía de ser de esa gente que, cuanto más los conoces, más quieres a los animalitos del campo, en particular a los dragones de Komodo) pero yo, personalmente, encuentro la mayoría de sus libros bastante indigestos y alambicados, y al leerlos me imagino a un señor llenando cuartillas con una letra muy pequeña y muy tacaña y muy „voy a poner este adjetivo que solo se usaba en la Castilla del siglo XIV para que todo el mundo vea lo noventayochista que soy“, por no hablar de que, desde que ganó el Nóbel, se dedicó a vivir de las rentas (aunque hacía cualquier cosa por salir en televisión) e incluso su última obra estuvo empañada por la sombra del plagio.

Perezón, ya digo.

Mi historia favorita de cómo Camilo José Cela fue, en sus últimos tiempos, el guardián máximo de su propio culto, es la de su muerte.

CJC murió, según parece, en presencia de su señora, Dña Marina Castaño y del director de la Fundación Camilo José Cela, del que no recuerdo en nombre.

Tras cruzar el escritor el umbral tras el cual nos espera la multitud de desafortunados que se murieron sin conocer inventos tan entretenidos como el Big Mag o el flequillo de Donald Trump, Doña Marina y el presidente salieron a donde les esperaban los periodistas y, con todo el cuajo (aunque, lógicamente „embarcados“ de emoción) afirmaron que el Nóbel había expirado declarándole su amor a Marina (“dile que la quiero, que siempre fui sincero”) y luego, lanzando un viva a su pueblo, Iria Flavia. Lo cual es como si yo, personalmente, expiro (esperemos que sea dentro de muchos años, que ahora me vendría fatal) con un sonoro:

-!Viva Sanse! -por Sanse(bastián de los Reyes) rincón del planeta en donde nací.

Una ridiculez.

Nadie se rió, sin embargo.

Volviendo a la Nóbel austriaca y a su colega, el poeta de Duluth; la Elfi Jelinek tiene una ventaja sobre el Robertito Dylan, y es que los libros de doña Elfriede, a fuer de antipáticos, dan como flojera (donde esté un Murakami…) y eso les da muy buena prensa entre esas personas que viven de presumir de haberse leido los tochos más insoportables.

Cuando Elfriede Jelinek ganó el Nóbel, los que la conocían de antes, pudieron presumir (por fin) de que la conocían y de que las horas de tedio (tedio inteligentísimo, eso sí) habían merecido la pena. Los que, hasta 2004, pensaban que Jelinek era una marca de aguardiente, no se pararon tampoco en barras:

-¿Jelinek? Yo la releo por lo menos una vez al año.

En cambio, Bob Dylan ¿Quién no conoce a Bob Dylan? ¿Quién no ha destripado en un Karaoke aquello de que „la respuesta, amigo mío, está soplando en el viento“?

Para los pedantes, como todo el mundo puede disfrutar de Bob Dylan, parece como si el premio fuera menos merecido. Y no.

Que un producto artístico, del tipo que sea, pueda ser apreciado por todo el mundo, no tiene por qué significar que tenga menos calidad. En muchos casos es así, pero hacer un producto consumible por una mayoría y no perder calidad es el privilegio de unos poquitos. Como Dylan.

Como decía Josefina Carabias „lo fácil es escribir (Cela), lo difícil es que te lean (Dylan)“. Pues eso.


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