¿Llegará la onda expansiva a Austria? Lo veremos el día 4 de Diciembre. Mientras tanto, quizá convenga recordar un par de cosas.
9 de Noviembre.- Como yo decía estos días atrás, estábamos en vísperas del enésimo susto de 2016 y ese susto, por fin, ha llegado.
Es más que probable que el mundo sea un lugar un poquito peor desde la madrugada de hoy (hora europea). No necesariamente porque Donald Trump sea presidente, sino porque hay una mayoría de los americanos (sin duda el pueblo más influyente de nuestro área geopolítica) que comulgan con la panoplia de valores de las que Donald Trump se ha convertido en estandarte. Los noventa, los primeros dosmil, fueron la época del orgullo gay. El mundo, a través de Donald Trump, ha decidido consagrar otro orgullo: el orgullo cazurro.
Donald Trump ha venido a hacer visible el auge de una nueva clase social, de un cáncer que le ha salido a la modernidad del mismo tipo (y con muchos puntos en común) con lo que fue el fascismo de los años treinta en Europa.
Donald Trump es el paladín de esa gente que está ahí fuera. En el más amplio sentido de la expresión. Fuera de ese sitio en donde vive el que esto escribe y, asumo (y presumo) los lectores de este blog.
Fuera de este mundo habitado por gente que habla, por lo menos, un idioma además del suyo materno(y que, por lo tanto, para aprenderlo, se ha tenido que relacionar con gente de otros países y de otras culturas y otras razas, con todo lo que ello implica); un mundo laico, en el que las religiones han pasado a ser (particularmente en sus relaciones con el Estado) una cosa sin una auténtica importancia y en el que la medida de lo ajustados que están los comportamientos a la ética ya no viene de presuntas revelaciones del Espíritu Santo (a Dios gracias) sino de otros sitios mucho más comprobables (y fiables, porque hasta ahora, ningún ejecutivo ha visto al Espíritu Santo en Mariahilferstrasse y Nuestra Señora ha tenido siempre buen cuidado de aparecerse a pastorcicas analfabetas en lugares convenientemente apartados de cualquier instrumento homologado de grabación o de medida).
Para nosotros, para ti, lector, para mí, cae por su peso que las mujeres y los hombres debemos tener los mismos derechos; por su peso cae también que el cambio climático es una realidad que está ahí y que tendremos que hacer algo un día de estos; por supuesto, para nosotros las fronteras son un engorro necesario pero cada vez más poroso y es natural para nosotros viajar a lugares lejanos de nuestro domicilio habitual.
Gays y lesbianas, según nosotros, no son enfermos que necesiten una cura de alguna misteriosa enfermedad llamada AMS (Atracción por el Mismo Sexo, la llaman los imbéciles) sino que son nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros compañeros de trabajo, gente con cara, con nombre, con problemas para llegar a fin de mes. Por supuesto, nosotros hemos hecho los deberes, y sabemos utilizar la tecnología, leemos un texto en internet y podemos decidir, más o menos, si es verdad, si es mentira, si es una fantasmada o si no; podemos utilizar la banca electrónica, somos optimistas y pensamos que, por mucho que avance la digitalización, nuestro puesto de trabajo no va a peligrar, porque somos personas que tenemos algo que vender en el mercado de trabajo y no fiamos nuestra autoestima a la pertenencia de ninguna raza o nacionalidad. Por supuestísimo, la tenencia de armas nos parece, además, una aberración (¿Para qué cojones puede querer nadie normal una pistola?) y afortunadamente no somos ni nacionalistas ni patrioteros y nos sentimos ciudadanos del mundo.
Pues bien: los votantes de Trump, los votantes de Hofer (espero a mis lectores el día 4 de Diciembre, para echarnos unas risas) miran todas estas realidades, se enfrentan a ellas (se enfrentan “contra” ellas) en su vida diaria y no las entienden, y se sienten excluidos y nos ven a nosotros y piensan que nos creemos los guapos, los listillos, y sienten en su fuero interno aunque no lo quieran admitir que tenemos razón, que nuestra fuerza es la de estar en el lado tolerante, optimista y flexible de las cosas y se miran ellos y acumulan rencor (un rencor inútil, porque ni les va a devolver el mundo que ellos pensaban que tenían, ni van a hacer retroceder el reloj, porque si algo tiene el futuro es que es imparable) y cuando sale el candidato que todos sabemos, el suyo, el que les dice lo que quieren oír, el que administra su miedo, se sienten reafirmados en su visión del mundo (visión que a nosotros nos espanta, principalmente porque la consideramos de una fealdad, de una limitación y de una pobreza insoportables) y sienten esa misma satisfacción estúpida que el niño tonto que le hace bullying al empollón de la clase.
Solo que todos sabemos que, al final, el empollón, el niño gafotas, es el que ríe el último. Solo es cuestión de tener paciencia y esperar un poquito.
La buena noticia, queridos lectores, es que nosotros existimos y que ellos nos necesitan, porque somos el manual de instrucciones del mundo del futuro. La mala, es que existen ellos, que son, como hubiera dicho La Veneno (la pobre) “unah mamarrachah” y que son muchos. Un güevo.
Vaya por Dios.
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