El nombre de la Rosa

Halbturn Burgenland

¿Tienen las mismas oportunidades los Martines que los Kevins? ¿Triunfan más las Gertrudes o las Annas? Algunas claves al respecto.

11 de Noviembre.- Hoy es un santo muy importante en Austria: San Martín de Tours, aunque solo sea porque la llegada 11 de Noviembre desencadena un “holocausto gansil” que condena a muerte a miles y miles de estas aves que, antiguamente, servían de guardianes de las casas (un bando de gansos, aunque pueda parecer lo contrario, puede tener muchísima mala leche si se ponen en modo ataque coordinado).

En Austria, además, hay incontables Martines y Martinas, y todos se saben muy bien la historia de su santo patrón, ese legionario romano de origen galo (¡Otro emigrante, como nosotros!) el cual al ver a un pobre en un camino (¡Un refugiado, como ellos!) tuvo un acceso de comunismo avant la lettre y, para que el pobre no pasara frío (o para que el pobre y él pasaran el mismo) cogió su capote y, de certero espadazo, partiolo por la mitad y entregóselo al menesteroso (el cual, aunque la historia no lo dice, igual cambió el medio capote por un puñado de sestercios para gastárselo en vino y muchachas de esas que fuman y te llaman de tú sin conocerte de nada, porque dice la experiencia y el saber popular lo confirma que no hay buena acción que no tenga su castigo).

En fin: de nombres hablaremos hoy.

Los romanos, a cuyo ejército pertenecía San Martín, sostenían que el nombre era la persona (a pesar de que ellos, sobre todo en las clases populares, no se rompieran demasiado la cabeza a la hora de nombrar a sus vástagos y terminasen bautizando a sus hijos por orden de llegada al mundo, o sea Primus, Secundus, Tertius, Quintus…y así).

Parece ser, sin embargo, que nuestros abuelos del Lacio no andaban descaminados con esta noción y, por lo menos en Austria, el nombre influye mucho en las oportunidades que una persona tiene en la vida.

Está estudiado que los profesores valoran peor los ejercicios de aquellos hijos a quienes sus padres bautizaron de manera choni, ordinaria o vulgar. Por ejemplo, a igualdad de rendimiento académico, un Kevin sacará menos nota que un Gunther, por ejemplo, o que un Martin. Cuando yo era (más) joven(cito que ahora) y estudiaba Marketing en la facultad, nos pusieron un ejemplo de una cooperativa gallega que había decidido bautizar la leche que producía con el sonoro nombre de “Compresa” sin darse cuenta de las implicaciones que, en el sector femenino, podía tener esta decisión. Pues con esto, igual. Una cuestión de marca como otra cualquiera.

Los hijos de los emigrantes como nosotros, hijos de parejas mixtas, tienen otro problema en este tema onomástico y es que hay que encontrar un nombre que cumpla una serie de requisitos. O sea, le tienen que gustar a papá y a mamá y, además, tienen que ser pronunciables en los idiomas de los cuatro abuelos y, además, tienen que ser nombres discretos, un poco usuales, porque está demostrado también que tendemos a pensar que son más simpáticas aquellas personas que llevan nombres corrientes que aquellas a las que sus padres pusieron nombres inspirados en personajes de “riáliti chou”.

Se aconseja, además, que los nombres sean simples y fácilmente deletreables, que estén al principio del alfabeto (Zacarías, en este caso, sería una mala opción) y que no sean demasiado antiguos (en Austria, todas las Gertrude, Walburga, Irmgard, etc, saldrían de esta categoría instantaneamente); tendemos a preferir también los nombres cortos a los nombres largos, porque son más fáciles de retener y de pronunciar (todos los héroes de película se llaman Jack o Déivid).

¿Marca el nombre el destino de una persona? Pues cada uno es hijo de sus obras, pero por si acaso, quizá no esté de más meditar la decisión.


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