Los soles del sur están de vuelta. En el escenario ellos hacen Toc, Toc y el público (perdón por el chiste) hace plas,plas (por los aplausos) y hasta grita bravo. Un placer.
25 de Noviembre.- La prueba de que la caracterización de un actor es buena es lo que a mí me acaba de pasar. Acabo de venir de ver, en el Teatro Brett de Viena, la obra Toc,Toc, representada por el grupo de teatro Soles del Sur.
Algunos personajes de la obra los han representado dos actores que se han ido turnando, una representación uno, otra representación otro. Hoy, me ha llamado especialmente la atención uno de ellos. He buscado a los dos actores en Facebook (es fácil, porque además, están por sus nombres) y, la verdad, no he conseguido saber cuál de los dos ha representado hoy el papel. O sea que, al contrario de lo que sucede en la vida, el teatro permite que el actor, casi literalmente, se transforme en otra persona distinta de la que es cuando está de vestido e calle.
Toc, toc ¿Qué decir? Que ha sido un placer de dos horas y media.
Por fin, los Soles del Sur se han decidido por un texto actual (Laurent Baffie, 1958), que ha sido representado (y se sigue representando) por todo el mundo con muchísimo éxito. Es una comedia en la que el público se ríe mucho, una comedia muy bien escrita además pero una comedia de una engañosa sencillez, porque los personajes están trazados de manera que es muy fácil caer en la trampa de una caricatura fácil que desvirtuaría un poco el resultado final, que quizá no lo estropearía, pero que le quitaría calidad.
Ninguna de esas cosas pasa en el montaje de los Soles del Sur.
A pesar de que los personajes, sobre el papel, son voluntariamente esquemáticos, los actores los dotan de una humanidad que hacen que el público disfrute, si cabe, todavía más porque, como sucede siempre con el milagro (de nuevo el milagro) del teatro, la realidad „de juguete“ del escenario, consigue convertirse en un espejo del patio de butacas, en una alegoría, una representación de nuestras flaquezas que nos enseña a reirnos de ellas o a aceptarlas, a través de las vidas expuestas de los seres atrapados en sus transtornos obsesivo compulsivos que pueblan el escenario.
También consiguen los actores (y la dirección, por supuesto) que la obra parezca fácil, cuando no lo es de ningún modo.
Mientras los veía „jugar“ (porque juegan, y juegan muy bien, en el mejor de los sentidos del verbo) en el escenario, aparte de morirme de envidia (a mí ya se me pasó el tiempo, la vida lamentablemente no me da para blogs, fotos, ensayos, esto y lo otro) pensaba en lo endiablado del texto de la mayoría de los actores, en lo picado de los diálogos (para hacer teatro hay que estar muy en forma mentalmente) y en el ritmo que, en ningún momento de la obra, decae (y eso que, al contrario de lo que es usual, el segundo acto es bastante más largo que el primero).
Como digo, en la obra se pasa muy bien, se ríe uno sin complejos y, de paso, aprende de la vida, que siempre gusta.
Y no solo de la vida.
Resulta que, en el entreacto, mientras estaba esperando ya sentado en la sala, que se reanudase la representación, no he podido evitar escuchar la conversación que tenían mis vecinos una fila más atrás de la mía. Y he aprendido, mira tú por dónde, la palabra que da título a este artículo. Porque si lo aburrido, en alemán, es Langweilig (de lang, largo y weile, que se podría traducir como „lapso de tiempo“) lo que a uno se le hace corto y le entretiene es, como no podía ser de otra manera (y yo no sabía, hasta hoy) Kurzweilig.
El castellano necesita una frase para decir lo que nuestros convecinos dicen de manera mucho más sintética. Ante lo mismo, nosotros diríamos que „se nos ha pasado volando“ o que „se nos ha hecho corto“.
El aburrimiento español -cosa que no se siente en ningún momento de Toc,toc- viene del horror (de abhorrere), sin embargo, el aburrimiento germánico tiene que ver, de manera más lógica, con la percepción del tiempo que se nos hace kurz o lang dependiendo del placer que nos produce lo que pasa a nuestro alrededor.
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