Estamos a tiempo de aprender

30.000 personas en Austria están afectadas por el decreto firmado por Donald Trump el viernes. Deberíamos aprender, porque puede ser solo el principio.

30 de Enero.- Como muchos de mis convecinos españoles que viven en Austria, trabajo en una empresa presente en varios países, y que tiene su central en Viena. Una de las características de mi centro de trabajo que yo aprecio más es la posibilidad de convivir con personas de múltiples procedencias y culturas. En mi oficina, hay una compañera mexicana, otra japonesa, naturalmente, austriacos, también hay una compañera ucraniana, una compañera china, un compañero iraquí, otro de Irán (por cierto, se llevan genial el uno con el otro), una compañera de Costa Rica, una compañera Eslovaca, otra checa, una húngara, un croata, un sueco, un compañero francés (yo trabajo en francés la mayor parte del tiempo) y así, hasta formar una pequeña ONU en la que todos mantenemos una relación inmejorable. Aunque todos hablamos alemán en diferentes grados, el idioma oficial de la empresa es el inglés pero, como decía más arriba, yo hablo español con quien lo habla, trabajo en francés y, con frecuencia, se oye en la oficina hablar árabe, ruso, húngaro y demás.

El secreto del éxito de mi empresa es un ABSOLUTO respeto por las diferencias culturales y, por supuestísimo, una mentalidad abierta y curiosa, que nos lleva a todos a interesarnos por las particularidades de todos.

En las últimas elecciones presidenciales, prácticamente todos los austriacos que trabajan en mi oficina (y que son la mayoría de la plantilla) se alegraron infinitamente de la victoria de VdB, sin lugar a dudas porque pensaron (quizá con razón) que una victoria de Hofer hubiera podido terminar con el buen clima que reina en la empresa. Y no por diferencias políticas de unos y de otros, sino porque pensaron que una victoria de la ultraderecha podría quebrar el marco legal de convivencia pacífica sobre el que, indirectamente, el buen ambiente de trabajo se sustenta, del mismo modo que está pasando en Estados Unidos.

Mientras leo en los periódicos austriacos las últimas noticias sobre la tormentosa presidencia de Donald Trump intento superar las arcadas pero voy más allá, y pienso en lo que podría pasar aquí, entre nosotros, en Austria, en Europa, si llegaran al poder según qué fuerzas políticas. Lo malo no es la política migratoria, la cual, al fin y al cabo, puede gestionar cada país como mejor le convenga, sino la criminalización grosera, estúpida, inútil, maleducada, populista, cerril, de personas por su procedencia geográfica o sus sentimientos religiosos. La deshumanización total del individuo, la conversión en masa, la extensión del prejuicio. Exactamente igual que en la época nazi.

Convivo todos los días con compañeros míos que profesan la religión musulmana o que proceden de los países afectados por la política de Trump (la cual, no olvidemos, propugna también la ultraderecha austriaca y la ultraderecha de otros países europeos y por eso llega a este espacio).

Muchos de ellos tienen tras de sí un largo camino, procedentes de países en guerra, por ejemplo, o tienen a su familia repartida por el mundo. Todos sin excepción son brillantes, inteligentísimos, con mucho sentido del humor, con historias que contar, muchos con doctorados universitarios y me parece una vergüenza y, por lo tanto, la decencia que hay en mí se rebela contra ello que, en algún momento, puedan ser objeto de la lluvia de porquería que ciertos indeseables, cuyas madres (las pobres) atraen sobre sí la sospecha de haber ejercido una profesión para cuyo desempeño debían llevar las bragas muy limpias, quieren arrojar sobre ellos. No podemos permitirlo. Como he dicho muchas veces la violencia se ejerce siempre no sobre masas de personas, sino como gentes como nosotros, con una historia, con una individualidad. Hoy son ellos pero quizá, quién sabe. Quizá mañana nos toque a nosotros.


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