Heldenplatz

 

El Ministro de Cultura austriaco, Sr. Drozda, ha propuesto cambiarle el nombre a un monumento vienés muy conocido. Veamos cuál es.

19 de Febrero.- En Marzo de 1938, Adolf Hitler entró en Viena después de que el Reich se hubiera anexionado Austria prácticamente sin resistencia. El Führer de los alemanes estaba que no le cabía el pelo de una gamba por la salida posterior de su aparato digestivo, y esta vez su euforia era completamente natural y no producida por la „drogaína“ que, después, le administraba regularmente su curandero de cabecera, el majara del Doctor Morell.

Hitler era, como lo son los ultraderechistas hoy, un pangermanista. O sea, que a él le parecía que todos los pueblos de habla alemana tenían que estar dentro de una misma unidad política y consideraba que el Estado Austriaco era un Misgeburt o sea, un aborto, una creación fallida, producto de las humillantes condiciones impuestas por el tratado de Versalles, a raíz de las cuales se podía decir, con cierta razón además, que Austria (que ocupaba entonces aproximadamente el mismo territorio que hoy) estaba compuesta por lo que no había querido nadie más.

Tras la anexión, como decimos, Hitler se montó en su limusina blindada Mercedes y se dio un paseo triunfal hasta llegar a Viena, capital de la flamante provincia de Ostmark, integrada en el Tercer Reich.

Una vez en la bonita ciudad que el Danubio riega, después de hacer el check-in en el Hotel Imperial y dejar la impedimenta que traía (que si el cepillo de dientes, que si el relleno para las guerreras, que si los laxantes…) se echó a la calle y dio dos discursos que se retransmitieron por radio (entonces un nuevo medio) al Reich entero y al mundo en general, para que dicho mundo en general fuera tomando nota (!Qué hubiera hecho Hitler si hubiera tenido Twitter!). Uno de los discursos fue en la Plaza del Ayuntamiento -a partir de entonces y durante siete aciagos años, Adolf-Hitler-Platz- y el otro, y de este nos ocuparemos hoy, en el balcón del Hofburg en donde, muchas décadas más tarde, se rodaría una versión más bien moñas de Los Tres Mosqueteros: ese balcón da a la Heldenplatz o Plaza de los Héroes.

Aquel discurso de Hitler tuvo una influencia fundamental, básicamente porque la propaganda nazi se encargó de magnificar el apoyo que el dictador había tenido y la presencia de gentío escuchándole (en realidad fue un poco como en la toma de posesión de Trump: o sea, que hubo gente, pero más gente hubo en la primera boda de Lolita en Marbella, ocasión inmortal en donde la Faraona, o sea, The female Faraon, gritó a la concurrencia aquello de „Si me queréis, irse“). Este discurso fue, por ejemplo, para Thomas Bernhard, la prueba definitiva de que todos sus compatriotas eran ese tipo de presonas que, cuanto más los conoces, más quieres a los orcos, y por eso publicó una obra de teatro en donde ponía al pueblo austriaco a caldo y la llamó Heldenplatz (o sea, Plaza de los Héroes).

El „Menistro“ de Cultura austriaco, Sr. Drozda (SPÖ) debió de ver la obra de Bernhard en su antiguo puesto como director económico del Burgteather (augusto coliseo junto al Ring) y debió de quedarse con el tema de que el nombre Heldenplatz denunciaba la vergonzosa bajada de pantalones de sus compatriotas durante el nazismo y la no menos vergonzosa colaboración de una parte nada despreciable de su población, la misma que luego dijo aquello de ¿Hitler? ¿Hitler? ¿Pero ese quién era? Y, una vez alcanzado el poder, en entrevista al diario conservador Die Presse, ha dicho que a él le parecería bien cambiarle el nombre a la Heldenplatz por otro más acorde a los tiempos que corren y „no cargado históricamente“.

Así, a bote pronto, se le ha ocurrido „Plaza de la República“ o „Plaza de la Democracia“ unos nombres que suenan, en opinión de este humilde articulista, un poquito como a República Comunista de los tiempos del Pacto de Varsovia.

Las voces de la sensatez han venido esta vez del Partido Popular austriaco, que le han hecho al Sr. Drozda el favor de recordarle que el nombre de Heldenplatz no tiene nada que ver con el nazismo, sino que fue instaurado en 1848 (o sea, casi un siglo antes) y que se debe a las dos estatuas a caballo que, enfrentadas, miran el paso de los fiaker (o de los corredores de la maratón anual, o de los participantes del orgullo gay, o de los vendedores de quesos regionales, o de…en fin). O sea.

 


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.