El efecto mariposa

De cómo una medida dictada por la avaricia y el populismo (bajas pasiones) puede provocar una catástrofe peor que la que se quiere evitar.

24 de Febrero.- Una de las cosas más típicas de ser pobre, y de vivir en una sociedad pobre, es que, por webs, la familia es importante. Más que nada porque el papel que, en los países ricos, hacen las instituciones públicas, en los países pobres lo hace tu madre haciéndote croquetas, la tía Eduvigis, o tu hermano, que se queda con los niños si tú quieres ir con tu santa a tomarte unas copillas…En fin. Esas pequeñas necesidades asistenciales que tiene quien más y quien menos. Esto se vio mucho (y aún se ve) en España con el tema de la crisis. Cuántas familias han podido salvar estos años negros gracias a la pensión de los abuelos. Y claro, a los abuelos, aunque solo fuera por la nómina mensual, había que cuidarlos, porque si no los cuidabas, se te moría el abuelo y empezaban a salir telarañas en la nevera.

En Austria, en cambio, como vivimos en un país que juega en la champions (del esquí, por lo menos) pues la familia pasa a segundo plano y es un primor ver que los chavales, una vez tienen edad de tener estudios (los que sean) y, por lo tanto, edad de ganarse un chusco de pan, se buscan su piso compartido y empiezan a cotizar a la seguridad social; y a la familia la ven cuando la ven (poco) y la llaman una vez al mes para cubrir el expediente.

Naturalmente, el producto Ser Humano tiene un ciclo de vida muy definido, que es muy parecido al anuncio aquel, cuando yo era niño, del Cucal, de Cruz Verde. Ser Humano nace, crece, se reproduce, se escacharra –esto no lo hacen las cuquis- y finalmente, deja de funcionar y se desintegra en sus partes constituyentes (por suerte no a la vista del público).

En las sociedades pobres, el estadio del escacharramiento se resuelve porque el anciano, mientras se puede, vive incardinado en su familia y su familia le cuida, con la ventaja de que, además, el anciano vive protegido por la posición de autoridad que le da la leyenda esta de la experiencia que da la vejez, etcétera. En las sociedades ricas, en cambio, se plantea el qué hacemos con papá (para que dé la lata lo menos posible, se entiende). Cuidar a un anciano, velar por sus necesidades (sobre todo si el anciano está muy escacharradito, el pobre) debe de ser de las cosas más contrarias a esta sociedad en la que vivimos, de estúpido culto a la juventud y al aspecto atlético como negaciones de la realidad de la vida que es que todos, más tarde o más pronto, tendremos el mal gusto de palmar.

Cuidar a un anciano sabemos que es una batalla perdida, porque es difícil, es ingrato, no provoca la sensación de éxito de cuidar a un niño (el anciano, por lógica, es cada vez más dependiente). El anciano –todos lo seremos, si Dios quiere- nos recuerda que la muerte es inevitable –por mucho que todos pensemos que vamos a ser eternos- y que envejecer es, sobre todo, que te pasen cosas ajenas a tu voluntad sin que tú puedas hacer nada para remediarlo. Todo lo anterior, por lo general, es un coñazo que impide que los más jóvenes se vayan de copas o a clubes de intercambio de parejas.

En las sociedades ricas, por lo tanto, las gentes (como diría Julio Iglesias) que tienen que cuidar de personas dependientes, hacen lo que pueden por endilgarle el marrón a alguien. Y ese alguien son la legión de personas provenientes de países pobres que hacen lo que no quieren hacer los nacionales. En Austria, fundamentalmente, personas procedentes de los países del este (Hungría, Chequia y Eslovaquia). Estas personas son mujeres en su mayoría, proceden de las capas más pobres de la sociedad de sus países y cuidan viejos, sin horarios y generalmente en condiciones penosas, por unos sueldos que en Austria no aceptaría nadie y que rondan los 800-900 euros mensuales. A cambio, siempre que lo hagan legalmente, reciben la ayuda familiar que reciben los austriacos, a tanto dinero por hijo. Una ayuda que redondea el sueldo y que, las mujeres no son tontas, hace de incentivo para que a esas pobres les merezca la pena el trabajazo. Digamos que ese dinerito es un lujo que se puede permitir la sociedad austriaca a cambio de delegar una tarea que nadie quiere hacer (era el mismo lujo que se permitía la sociedad española cuando todos los viejos de España que se lo podían permitir tenían un ayo o una aya peruanos).

El Partido Popular austriaco , en su carrera porque la ultraderecha no le coma la merienda (carrera, es muy temible, destinada al fracaso) ha descubierto a esos niños que no viven en Austria, pero que reciben dinero de Austria en forma de ayuda familiar y, teniendo en cuenta que uno de los resortes del comportamiento humano es la avaricia, ha anunciado su intención de que esa ayuda familiar, si los destinatarios no viven en Austria, se indexe de acuerdo al coste de la vida de los países en donde viven los niños para ahorrarle al erario un dinerete que dará para que en los ministerios se aumente la ración de pistachos en las cafeterías. Personas con un poco de sentido común han alertado de que esta medida, con una clara intención populista (concretamente al Kronen Zeitung seguro que se le hacen los titulares pepsicola) puede producir una crisis hondísima en el sector asistencial, porque puede ser que a las mujeres pobres (pobres mujeres) que cuidan a los viejos en Austria, a lo mejor no les compense perder un diez por ciento o más de su sueldo y decidan quedarse en sus países de origen. Con lo cual, como Rocío Jurado (la pobre) volveremos al punto de partida: ¿Qué hacemos con los padres?


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