Blanca y Miguel

 

Dos alicantinos de diferentes épocas y con destinos muy diferentes. De los dos, podemos aprender hoy.

28 de Marzo.- Hace ya muchos años, quizá veinte –era yo estudiante todavía- una tarde de verano cayó en mis manos un librito con Las Nanas de la Cebolla de Miguel Hernández. En su prólogo se explicaba que las nanas habían sido compuestas por Miguel Hernández estando en prisión, en respuesta a una carta de su joven esposa, Josefina Manresa, la cual le decía que se moría de hambre, y que lo único que tenían para comer un poco y darle de mamar al hijo recién nacido de ambos eran unas cebollas. Recuerdo que empecé a leer con la distancia de quien está leyendo un trozo fosilizado, una hoja seca de la historia, en la Plaza de la Iglesia de San Sebastián de los Reyes, en donde está todavía la biblioteca pública de la que fui socio. 200 metros más adelante, junto al que fue mi primer colegio, con los ojos arrasados en lágrimas, tuve que cerrar el libro para no tropezar y caerme.

Ayer hizo 75 años de la muerte de Miguel Hernández, uno de los poetas más importantes de la literatura española y de la literatura universal. Un joven genio, inocente, que murió como un perro en aquellos años de plomo, desatendido, en condiciones míseras, de una tuberculosis producida por el hacinamiento y el hambre de las terribles cárceles franquistas. Una de tantas muertes de aquellos años inhumanos, más terrible aún si cabe porque si algo fue Miguel Hernández fue sobre todo un hombre bueno y risueño, padre, marido, dedicado a su poesía, alejado de cualquier “pisto” cultural o de cualquier frivolidad. Sirva como prueba que, cuando tuvo que marcharse de España y emprender el camino del exilio, como los refugiados sirios de hoy en día, las únicas pertenencias de valor que pudo malvender para pagar a las redes de tráfico de personas que entonces, como hoy, operaban, fueron su traje de novio, el único bueno que tenía, y un reloj que el también poeta Vicente Aleixandre le había regalado por su boda.

Corona de floresLa manera idónea para remediar la vergüenza que como españoles, irremediablemente, debe producirnos esta muerte (como tantas otras, más anónimas) es la de intentar por todos los medios que no se repitan situaciones como aquella, trabajar por la concordia, erradicar el patrioterismo, el beaterio seco de golpes de pecho y corazón intolerante, el nacionalismo imbécil (no se ha inventado todavía el inteligente) y proteger los logros del espíritu humano y a sus artífices, a fin de que Europa sea, de verdad, la isla de tolerancia y de convivencia que todos deseamos.

cuatro piesAyer, precisamente, me topé con una paisana de Miguel Hernández, alicantina también, pero no de Orihuela, como el poeta, sino de Elche. Una joven artista que se llama Blanca Amorós, nacida en 1990 y que demuestra, solo con su biografía, cuánto ha cambiado (para mejor) el mundo desde que Miguel Hernández falleció.

Blanca Amorós
Blanca Amorós, ayer, en el local en donde se celebra la exposición de sus obras

Blanca, estudia Bellas Artes en Viena y el motivo de encontrármela fue una pequeña exposición de sus obras, que están colgadas en el vestíbulo del edificio que sirve de talleres a los alumnos de la Escuela de Bellas Artes de Viena, mientras la sede principal está siendo saneada.

A pesar de que el espacio no era (no es) precisamente lujoso –después de pensarlo sospechamos que se trataba de un antiguo edificio de oficinas- era indudable que las obras de Blanca tienen algo especial. Con la cámara colgada al cuello, me paseé por la habitación, y se me vino a la cabeza que las obras de Blanca eran, sin duda, lo que una civilización extraterrestre encontraría de nosotros, los seres humanos, si alguna vez se terminara el mundo. Clara trabaja en los márgenes de la realidad, utilizando como referencia fotos encontradas en los mercadillos, en viejas enciclopedias. Las imágenes tienen la fuerza de ofrecer un misterio, una fragmentación que está en el límite de lo grotesco, sin llegar nunca a ser grotescas.

Estuvimos hablando un rato y me estuvo contando su método de trabajo que consiste en aislar estas imágenes que, en cierto modo, el azar le pone cerca, para potenciarlas elevándolas al estatus de símbolos de lo que somos, nosotros, la Humanidad del siglo XXI (esto lo digo yo). En las imágenes de Clara Amorós hay mucho del Warhol de la Factory, de la trilogía formada por Trash, por Heat y Flesh, las películas con Joe Dalessandro, pero también hay una cierta forma de búsqueda en los recovecos más profundos de la realidad, en esos mares abisales de la memoria de los muertos, que sorprenden mucho en una persona que, como Clara, solo tiene veintiséis años.

Cuadros

En un cuarto de siglo, a Clara Amorós le ha dado tiempo a exponer en extremo oriente, en Alemania y en Austria y se adivina en su conversación que ella es, más que nada, una artista europea, totalmente alejada de lo provinciano. Le pregunto si quiere volver a España y me dice que no sabe, que se lo pensará.

El mundo ha cambiado, pero aún nos queda camino por recorrer.

NOTA: Todas las obras de Blanca Amorós están reproducidas con la amable autorización de la autora

NOTA 2: Para más obras y más datos sobre la artista www.blancaamorós.com


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