Nos vemos en Instagram

La felicidad de un fotógrafo, fuente de su reputación y de su fama, son las redes sociales.

19 de Abril.- A veces, es necesario, uno se sienta a examinar el paisaje de su vida, aunque solo sea para comprobar que todo está en orden.

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Estos días pasados, mientras hacía cosas en casa (barnizar una escalera: gran fuente de meditación) pensaba en mis amigos y en lo que tienen en común. Todos, sin excepción, son gente a los que da gusto escuchar. Uno de mis placeres es, cuando estoy con mis amigos, dejar la conversación cuando ya ha alcanzado una velocidad de crucero suficiente y, simplemente, quedarme callado y aprender. Todos mis amigos, sin excepción, son personas sobresalientes en algún campo. Algunos, de manera superlativa y escucharles, aunque solo sea porque ellos ven el mundo desde puntos de vista que yo no soy capaz de imaginar, es una cosa por las que merece la pena vivir.

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Este fin de semana, uno de estos amigos ha estado en casa. En la sobremesa de la comida de Pascua, esa ocasión tan austriaca, se suscitó la pregunta de qué era la felicidad, de en qué consistía ser feliz. Este amigo dijo que su concepto era un híbrido entre el de Aristóteles y el de Kant. Todos nos reímos –este amigo es muy bromista, y pensábamos que estaba tirándose un farol- pero él se puso serio y empezó a explicarnos el porqué de una afirmación que a todos nos había parecido desproporcionada para una conversación delante de unas copas de vino tinto.

Daniel Flores

Yo dije que para mí, la felicidad era estar en el justo medio de las cosas y sostuve que la mayoría de las veces no son los más felices esos momentos estelares de las películas americanas. Esos en los que el protagonista recoge la copa de la vida, le ponen una medalla o le ascienden en el trabajo, sino esos en los que uno está contento casi sin darse cuenta. Esas tardes en las que uno puede estar un buen rato sin hablar con la persona a la que quiere, pero en las que todo parece fluir en una coreografía pacífica en la que no hacen falta las palabras. O ese mirarse y echarse a reír porque uno sabe lo que está pensando el otro. O, como me pasa a mí con este amigo del que hablo, el compartir la pasión por algo. El día anterior a que se produjera esta conversación de la que hablo, los dos habíamos sido muy felices hojeando un libro de fotos y comentándolas.

Durante este fin de semana, descubrí también que este amigo y yo compartimos otra pasión, que es Instagram.

Instagram, como todo el mundo sabe, es una red social en la que se comparten fotografías. Yo tengo un Instagram profesional (@fotobernalvienna) que está concentrado en las fotos que hago de modelos. Tiene su explicación: yo hago fundamentalmente tres tipos de fotos: fotos de bodas y bautizos, fotos de niños y fotos de modelos. Particularmente, de modelos masculinos porque la verdad, creo que es un campo que está muy desatendido (fotógrafos de chicas hay a chorros) y, en general, en estas lides, resulta mucho más fácil entenderse. Pues bien: una de las reglas de Instagram es la especialización. O sea, el segmentar. Tanto las fotos de boda y no digamos las de niños, pertenecen a un lado muy particular y privado de la vida de los interesados. Fotos de niños, ni siquiera de los de mi familia, a mí no me gusta poner en internet (también porque los niños, crecen y luego le pueden pedir cuentas a uno). O sea, que quedan las fotos de modelos. Dos al día. Pues esto, que parece una tontería, para los apasionados de Instagram es una fuente de sufrimiento y de felicidad al mismo tiempo. Mi amigo y yo, cada uno con sendos telefoninos en la mano, no hacíamos más que intercambiar detalles de nuestros respectivos sufrimientos:

-Mira esta, la que me sigue, no hace más que darme likes a las fotos.

Y yo:

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-¿Cuántos seguidores tienes tú?

-Pues X.

-Ah, más que yo, jodío.

-Ya, pero los tuyos son más activos. Que he leido que los seguidores, cuanto más activos, mejor.

Y ahí, mi amigo, que de esto sabe un rato larguísimo, me estuvo explicando que lo más importante no es ya tener los mismos seguidores de Rihanna, sino que estos seguidores hagan cosas. Y mis seguidores, señora, hacen muchas cosas, porque deben de pensar que soy un fotógrafo como una pirámide de Egipto, como un obelisco, como la catedral de Burgos, y me lo demuestran todos los días.

A mí lo que me gusta es hacer fotos, y publicarlas (y cobrarlas, claro) y ver los likes que obtienen dichas imágenes (algunas de las cuales, por cierto, ilustran este post) y si, además, se comparten esas quisicosas, con amigos…Ay, si eso se hace, eso es la felicidad (uno, que se conforma con poco).

Naturalmente, si quieres que te haga fotos, no tienes más que escribir a vienadirecto (arroba) gmail.com, o mandarme un mensaje a facebook o, claro, a Instagram (@fotobernalvienna). Allí nos vemos.


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