Hoy, día de la muerte de Shakespeare y de Cervantes, se celebra el día del libro. Para celebrarlo, hablaremos del que quizá sea el más vienés.
23 de Abril.- En estos momentos, toda Europa (bueno, la que tiene dos dedos de frente, principalmente) sigue con la preocupación lógica los resultados de la primera vuelta electoral en Francia. Por lo que parece, el „centrista“ Macron, gana (por el pelo de un calvo, pero gana) a la ultraderechista (y muy tróspida) Marine Le Pen. En un electorado tan fragmentado como el francés y, sobre todo, tan agotado de sus políticos como parece estar el francés, cualquier cosa puede pasar. Hasta que Putin, a quien tanto le interesa que la ultraderechista gane (lo mismo que le interesan los éxitos de la ultraderecha austriaca), se lleve una alegría.
Hoy es día 23 de abril y, como cada año, se celebra el día del libro (y del Copyright, que no: no significa, como muchos piensan „copia bien“, sino todo lo contrario). Así que, para celebrarlo, contaremos la historia del que, quizá, es uno de los libros más vieneses de la Historia, el cual, por cierto, no fue escrito por un vienés, sino por un británico, y que tiene una historia curiosa.
El libro (en realidad, el librito) se llama El Tercer Hombre y nació de las especialísimas circunstancias de la Europa de la posguerra mundial.
En 1948, Graham Greene, a la sazón un hombre de cuarenta y cuatro otoños, era un escritor asentado que ya había hecho algunas incursiones en el cine como guionista.
Por estas fechas, había escrito para el productor húngaro afincado en el Reino Unido Alexander Korda, una película llamada The Fallen Idol y, como el flin había funcionado bien en taquilla, Korda le preguntó si no podría escribirle otra „pinícula“ del mismo estilo.
Tras pensarlo un poco, Graham Greene le ofreció a Alexander Korda un argumento que había esbozado algún tiempo antes en un sobre. El primer embrión de El Tercer Hombre decía así:
„Hace una semana me despedí de Harry, cuando su ataud fue enterrado en la congelada tierra de febrero. No pude creer lo que veían mis ojos cuando le vi pasar a mi lado entre la multitud del „Strand“ sin que diera muestras de reconocerme“.
A Korda la idea le pareció muy buen punto de partida y, como la empresa tenía cierta cantidad de dinero en divisas que estaba detenida en varios países de Europa, se barajó la posibilidad de rodar El Tercer Hombre en Roma pero al final, se pensó en Viena como lugar más favorable, porque Korda ya estaba embarcado en la producción de una versión de Ana Karenina con Vivien Leigh si no me falla la memoria.
Graham Greene se puso a escribir y le salió lo que, en la jerga, se llama „un tratamiento“, esto es, un cañamazo sobre el que luego construir el guión de la película. Este tratamiento pasó por las manos del director de la película, Carol Reed. Junto con una escritora inglesa, Elisabeth Montagu, la cual actuó como asesora en „asuntos austriacos“, Green y Reed pulieron la estructura que ya había creado Graham Greene, cambiaron la nacionalidad de algunos personajes y sus motivaciones, para ajustarlos a la realidad de la durisima, feísima y negrísima Viena de posguerra.
De todo lo anterior se deduce que El Tercer Hombre no nació como libro para ser leido, sino como libro para ser „visto“.
La película se rodó durante 1948, con la participación de Orson Welles, que desempeñó el papel de Harry Lime y de Joseph Cotten, su viejo amigo de los tiempos del Mercury Theater, quizá uno de los actores más elegantes y más versátiles que hayan salido en una pantalla de cine (era, para que nos entendamos, el Ewan McGregor de la época, que lo mismo planchaba un huevo que freía una corbata, cinematográficamente hablando). Durante el rodaje, Orson Welles, en una improvisación, inventó la que probablemente sea la cita más famosa de la película, esta de los relojes de cucú. También se decidió cambiar el final feliz que Graham Greene había imaginado, por el final abierto que se puede ver en la versión de la película que se estrenó y que se conservó en el libro.
Porque claro, El Tercer Hombre libro no se hubiese publicado nunca si El Tercer Hombre película no hubiera sido el bombazo que fue en taquilla, éxito que debe una parte nada despreciable a la música de cítara compuesta por el vienés Anton Karas el cual cobró por ella una cantidad de dinero ridícula y un traje azul (Anton Karas era un músico que tocaba su cítara por los heuriger a cambio del dinerillo que le daban los clientes). Cosas de la vida.
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