En Austria, el año pasado, solamente dieciocho personas se inclinaron por empezar a ejercer una profesión que está en peligro de extinción.
10 de Junio.- Tal día como hoy, hace treinta y tres años, hice la primera comunión. Aquel diez de junio de 1984 amaneció soleado y todos los comulgantes, con nuestras mejores galas, abarrotábamos la iglesia. En aquella época, los curas y las catequistas no daban abasto. La combinación de la explosión de la natalidad y de una generación, la de nuestros padres, educados en el nacionalcatolicismo, hacía que, aunque no se creyese mucho (de aquella época data lo de „creyente, pero no practicante“) todos los críos pasáramos por el año de catequesis, durante el cual se nos daban las nociones básicas de la mitología cristiana (que sigue siendo una de las mitologías más bonitas) y un barniz moral que, de todas maneras, ya traíamos de casa. Que si había que ser bueno y todas esas cosas.
Como yo era un niño que, ya entonces, se fijaba mucho en las cosas que decía la gente, quedaron en mi memoria, de aquella época, unas palabras extrañas, refulgentes, dichas en la mayoría de los casos muy relamidamente, como „Santísimo“, por ejemplo; o aquellas canciones de misa, como la de tengo un gozo en el alma (!Grande!) gozo en el alma…O aquella que a mí me parecía supertriste (y me lo sigue pareciendo) la de „en la arena, he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar“. También me quedó el recuerdo de mi alma infantil enardecida por aquello de los misioneros. Sin embargo, ya entonces algo, no hubiera sabido decir el qué, me indicaba que a lo mejor lo de las misiones iba más por el lado de echarle una mano a gente que se estaba muriendo de hambre y que el tema de la religión debía de ser una cosa más para mí que para ellos. También recuerdo, lo que decían nuestras madres cuando hablaban mientras esperábamos para entrar en la catequesis (es curioso cómo los adultos hablamos delante de los niños pensando que no nos entienden, cuando en realidad un crío lleva ya de serie el equipo necesario para saber de qué pie cojeamos todos). Recuerdo que decían:
-Es mejor que hagan la comunión ahora, a esta edad, cuando todavía son inocentes…
De lo cual, uno deducía que la mayoría de las cosas que nos contaban en la catequesis o bien eran mentira o bien no eran exactamente así porque nosotros, los niños, teníamos un velo delante de los ojos, el de la inocencia, que no nos dejaba ver lo que sucedía de verdad en el mundo.
El mundo. Ese mundo en el que yo fui inocente ya no existe. La vida ha cambiado mucho y España, como el resto de Europa, ha cambiado tanto que si nos hubieran dicho entonces a dónde ibamos a ir a parar, no nos lo hubiéramos creido.
Las naciones europeas han dejado de ser religiosas (o siguen siendo religiosas, pero de una manera muy distinta de aquella que nosotros conocíamos). En Austria, un país que continúa siendo más católico que España, el año pasado solo decidieron entrar al seminario dieciocho personas.
Austria, como España, se ha convertido en un país que necesita importar a los que ejercen esta profesión que, como las cosas sigan así, no va a tener que esperar a la robótica para desaparecer. Todos vienen de la parte pobre de Europa. Las causas son múltiples, pero yo creo que para sentirse parte de una comunidad religiosa hay que tener una cierta fe en que lo imposible puede producirse que, quizá desgraciadamente, el hombre moderno ha dejado de tener.
Por otro lado, y aunque no sea así, la gente percibe que la Iglesia católica es más partidaria del no que del sí, no sé si me explico.
La gente siente que la Iglesia ha dejado de entender el mundo en el que vivimos, quizá porque la gente se ha hecho muchísimo más cínica -es lo que tiene vivir pegado a internet y ver las cosas casi en tiempo real y sin intermediarios- y ha dejado de creer en que lo imposible pueda suceder. Para la mayoría de las cosas es una pena, la verdad. Pero supongo que es el precio que la Iglesia está pagando por haber abusado durante siglos de una posición que le permitía hacer cosas que no estaban nada bien, como condenar a la oscuridad moral e intelectual a las mujeres o sellar con un tabú completamente injustificado el hermoso misterio del sexo. En algún momento, la gente se cansa de que le digan que no y bueno, todos sabemos lo que pasa después.
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