La OCDE ha dado la voz de alarma. El mercado laboral austriaco está cambiando y es una noticia que, a los inmigrantes, nos interesa especialmente.
13 de Junio.- Hasta hace no mucho tiempo, digamos diez años, cuando a Max Mustermann y a Tanja Musterfrau, matrimonio tipo de clase media, les salía un hijo de esos que le tienen alergia a la letra impresa (o sea, un votante del FPÖ, como si dijéramos o un hojeador del Kronen Zeitung) su objetivo era que, por lo menos, la poca alegría de estudiar le durase por lo menos hasta haberse sacado la matura (o sea, el escalón inmediatamente anterior a los estudios superiores).
Con eso, y con un poco de suerte, el mastuercillo podía encontrar un trabajo de oficina, de los de estar sentado y no tener que soportar las inclemencias del tiempo y, quizá, andando el tiempo, ascender todavía un poco y llegar a ser un poquito jefe para poder comprarse su casita unifamiliar en, pongamos, Baden (localidad cercana a la capital desde la que se escribe esto).
Sin embargo, de unos años a esta parte, esta certeza, que era el cimiento más firme de la clase media austriaca, se está desmigajando a una velocidad tal que incluso la OCDE ha dado las primeras voces de alarma, alertando de que, en Austria, si todo sigue así, se va a producir una polarización del mercado laboral de consecuencias imprevisibles (bueno, se está produciendo ya).
La digitalización, la cuarta revolución industrial, en este estadio, está funcionando de la manera siguiente: si dividimos el mercado de trabajo en tres bandas: baja, media y alta cualificación (o sea, y en dinero, 1200 Euros mensuales netos, de 1200 a 2500 euros netos, y de 2500 a sueldos Ronaldo o Messi) los que más están sufriendo son los del tramo medio, o sea, los sueldos de los austriacos que tienen entre la matura, que es lo que permite acceder al tramo bajo de la clase media, y una titulación universitaria rasa (de hecho, a Austria están empezando a llegar las prácticas universitarias en régimen esclavista que son our daily bread en los países depauperados del sur de Europa).
Las razones son varias y todas caen por su peso a nada que uno se ponga a pensarlas un poco.
Digitalizar un puesto de trabajo y sustituirlo por una máquina o un programa informático es, según casos, moderadamente caro (aún). En otras palabras, pagar a una persona para que friegue escaleras, haga agujeros en las calles o ponga hamburguesas en un establecimiento de comida rápida sigue siendo mucho más barato que comprar una máquina para que haga esas cosas (que, según dicen, terminarán haciendo las máquinas algún día) de manera que los puestos de baja cualificación (o lo que, en términos sociales podríamos llamar los „working poors“) han aumentado en Austria durante los últimos años. También por una cuestión de costes o, directamente, de imposibilidad técnica, es muy costoso o casi imposible sustituir o mecanizar trabajos de la escala alta, porque precisamente son estos trabajos los que, en su mayor parte, se encargan de allanarle el camino a las máquinas o a los programas informáticos que, algún día, nos sustituirán a todos (de hecho, las tres D, „Dull“ (aburrido, „Dangerous“ (peligroso) y „Dirty“ (sucio) describen los trabajos que, el día menos pensado, ya no serán hechos más que por máquinas o por personas de esas que podrían ser políticos en España, al encontrarse imposibilitados para hacer la o con un canuto).
En cambio, una gran parte de trabajos meramente administrativos, consistentes en elaboración, comparación y archivo de documentos, están condenados a desaparecer en un plazo que yo no creo que pase de los quince años. Solo se salvarán las taresa que, por implicar un contacto humano (o sea, negociación, idiomas, conocimientos especializados) estén fuera del alcance de las máquinas. O sea, consideremos que van a sobrevivir el veinte por ciento de los trabajos actuales de oficina.
Pero no solo: en Europa, una fuente de empleo de capacitación media son las industrias y, entre unas cosas y otras, la economía europea lleva décadas orientándose hacia el sector servicios. Las industrias son cada vez más escasas en Europa y están cada vez más mecanizadas.
¿Cómo nos afecta esto a los inmigrantes? Un amigo mío dice siempre que si en España, sexualmente, eres un seis, cuando vengas a Austria, serás un ocho. O sea, que el factor país ayuda. Desgraciadamente, lo que en la posición horizontal ayuda, laboralmente, o sea, en la posición vertical, obstaculiza. Los inmigrantes somos, generalmente, a cubrir puestos de cualificación media (el idioma, que nos obstaculiza, en muchos casos) de manera que también, si no nos ponemos las pilas, somos carne de cañón de la nueva configuración del mercado laboral. La buena noticia: generalmente, contamos con las ventajas de la especialización. Lo principal: no dormirse en los laureles.
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