Poco más de cien años separan estas fechas. Sin embargo, en los acontecimientos, resultan paralelas.
16 de Junio.- La edición digital de The Economist trae hoy un artículo interesante encabezado por dos fotografías: a la izquierda, Donald Trump en su característica pose chulesca de matón de barrio, a la derecha, una imagen que tiene, por lo menos, cien años de antigüedad: la del archiduque Franz Ferdinand, con sus ojos globulosos y casi transparentes de pescado pasado de fecha, sus bigotes enhiestos, su rostro congestionado por el aguardiente y el nacionalismo. Quien le hizo la foto, probablemente estaba tan acostumbrado a ver esa cara que no se daba cuenta de que el archiduque llevaba ya la muerte escrita en la cara. Si no por una bala de Gavrilo Princip, sí por una apoplejía. Quién sabe lo que en cien años verá la gente en las fotografías nuestras, si es que queda alguien para verlas.
Las dos fotos encabezan un artículo muy interesante y que mueve a la intranquilidad.
A todos nos resulta clarísimo que en este año 2017 la Humanidad se encuentra en un punto crucial de su historia. Desde que, en 2008, empezó la segunda Gran Recesión en cien años, todo el mundo tiene la sensación de que estamos viviendo el fin de una época. El artículo de The Economist traza un interesante paralelismo entre aquel verano de 1914 y este, de un siglo y poco más tarde y, por lo que parece, el parecido es mucho más que casual.
Para empezar, los dos fenómenos que marcaron el último tercio del siglo XIX y los primeros años del veinte fueron, por un lado, la globalización y por otro una aceleración enorme de los cambios tecnológicos ¿Nos suena de algo el panorama? La globalización se produjo principalemente por la invención del ferrocarril y la mejora de los transportes en general que provocaron una explosión sin precedentes en el comercio y en la industria mundiales. Pero no solo, también, y aquí está la clave para el periódico, unos movimientos de población sin parangón en la historia de la Humanidad. Y da unas cifras tremendas: entre 1905 y 1910 dejaron su país (ese conglomerado plurinacional que la historia llamó el imperio-húngaro) el 6% de la población. No fueron los únicos, 7% de los irlandeses se marcharon de la verde Eire, más de un diez por ciento de los italianos se marcharon a América principalmente para empezar a preparar las películas de gángsters de Martin Escorsese.
La primera gran globalización de la primera década del siglo pasado fue uno de los ingredientes principales de la primera guerra mundial. Porque la globalización crea la ilusión de prosperidad pero también es un enorme factor de inestabilidad. La globalización es, sobre todo, poder mover los recursos de un país para otro, sin límites (como pasa ahora, las empresas abandonan Europa y se instalan en paraísos fiscales como Singapur) . La globalización tiene ganadores (el gran capital, fundamentalmente) pero también tiene perdedores: los votantes de Trump, por ejemplo, o los de Strache. Personas que ven cómo el mundo se mueve a una velocidad y con un grado de complejidad que ellos no pueden entender y que reaccionan en consecuencia, revolviéndose contra lo que ellos consideran el stablishment causante de la situación creando monstruos como Trump o fenómenos cerrriles hijos del nacionalismo, como el Brexit.
Otro paralelo con 1914: entonces como hoy, las élites acuden al nacionalismo económico o político, tanto da, para distraer a la masa de los votantes de los auténticos problemas, unos problemas que, por supuesto, ellos no están en condiciones de resolver. Y el problema principal es la aparición de nuevas fuentes de poder fuera del círculo de los fiscalizables partidos tradicionales. Ejemplos de esto los hemos tenido, por ejemplo, en las elecciones de Estados Unidos, cuyo resultado se ha visto indiscutiblemente influido por los hackers utilizados por el Gobierno de Moscú para inclinar el resultado a su favor de manera estratégica; injerencia que ha obligado, por ejemplo, a blindar las elecciones inglesas, o las francesas o las belgas (¿Se blindarán también las austriacas de octubre?).
Yo voy a añadir un indicio más que el Economist no menciona: los prolegómenos de la primera guerra mundial fueron la época dorada del espionaje. En Austria, el affaire Redl hizo tambalearse los cimientos de un imperio que estaba herido de muerte. Los primeros años del siglo XXI han visto cómo la información reservada liberada por whistleblowers dinamita gobiernos y reputacionesn (el caso Snowden, por ejemplo, todos los leaks). La Historia está para aprender del pasado ¿Podremos conjurar las amenazas que, hoy por hoy, se ciernen sobre el mundo?
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