Hale, gato

Las películas nos han enseñado a vivir, hoy ha sucedido en Austria una cosa que, en mi opinión, daría para un buen flin.

21 de Junio.- Los Estados Unidos lo han inventado todo en el cine. Si no hubiera existido esa gran nación no hubiéramos sabido por ejemplo lo que eran las películas de béisbol. Fíjate que es un deporte coñazo, vamos, más que coñazo, incomprensible. Pues tú coges, pones a Kevin Kon-ne y a un equipo que tenga que ganar un partido importante, y hale, ya tienes una película que la gente va a ver y que no solo tiene éxito a nivel local de los Estados Unidos, sino en el resto del mundo, en donde el béisbol es un deporte de minorías muy pequeñas. Y la prueba de que es un talento local que tienen los americanos, que lo llevan en los genitales ellos, es que fíjate si en Europa somos futboleros (bueno, quien lo sea, que yo no) pero solo de pensar en ver una película protagonizada por, pongamos, Cristiano Ronaldo, hace que a uno le entren ganas de que le hagan una colonoscopia y una gastroscopia (consecutivas).

Lo mismo con las películas de juicios.

Son películas que, en la jerga, se llaman „procedimentales“ y no es de extrañar, porque en la mayoría de los casos siguen un procedimiento que, si los europeos fuéramos un poco más listos, no tardaríamos en copiar.

Pongamos por ejemplo, otra de Kevin (pero hay un chorro de ellas) JFK. Es una película cuyo tema así, contado a palo seco, es árido que te pasas. Un señor de Kansas con gafas de pasta que se traga los librotes de la comisión Warren y decide reabrir el caso del asesinato del marido de Jackeline Onassis. Y a nosotros no nos importa siquiera entender los pasos que tiene que dar para hacerlo y, en cambio, al final, llegamos al clímax de la cinta deseando saber lo que pasa.

En todas estas pelis de juicios es igual. Primero, hay un abogado (tramposo, malandrín) que hace un „alegato“ delante del jurado (hale, gato) y cuando dice alguna fechoría nuestro héroe dice „!Protesto!“ pero el juez le desestima la protesta y nosotros odiamos al abogado contrario y queremos a Kevin Konne. Cuando el abogado malo se sienta, triunfante, con cara de „hale, gato, o sea, hale Kevin, chúpate esa“, el abogado con el que nosotros vamos se levanta, se hace un silencio y luego él empieza un discurso trufado de flashbacks a lo largo del cual nosotros, aunque pensemos que Kevin Kon-ne tiene la expresividad de un armario ropero, le decimos al abogado malo, mentalmente „anda, jodío purcual, que te creías tú que ibas a ganar, pues te está dando unos zascas Kevin, que te pasas“. Al final, sube la música, el jurado „veredicta“ lo que nosotros, el público, queremos que „veredicte“ y salimos del cine, como diría el filósofo, con la catársis hecha, que es una cosa que le lleva dando gustito a la Humanidad desde la tragedia griega (Eurípides, no te Sofocles que te Esquilo, que decía Don José, un maestro mío).

Hoy, se le ha dado la puntilla después de casi una década a un proceso sobre el que Viena Directo ya informó en el año 2010 (!Qué tiempos aquellos, en que yo tenía más pelo!) y sobre el que bien se podría hacer una película, si en la justicia europea se hicieran las cosas con alegatos, como en la americana !Señores del jurado! Y por ahí.

Resulta que en el año 2010 el programa de la ORF Am Schauplatz (un espacio de reportajes) acompañó a dos neonazis (con la capacidad mental que mis lectores se pueden imaginar) en sus andanzas. Una de ellas fue un mítin que „echó“ Heinz Christian Strache, líder de la ultraderecha austriaca, en un barrio popular de esta capital.

Los dos neonazis aplaudieron mucho a Strache y, en cámara, dijeron por qué les parecía divinamente las cosas que decía cuando echaba sus mítines. En una de estas, a la que Strache iba besando ancianas y exponiéndose al contagio del catarro común por parte de niños mocosos, los dos neonazis se pusieron a gritar cosas de cuando antes de la guerra (mundial). O sea, que si Sieg Heil y así (todas estas cosas está prohibido gritarlas en Austria, con mucha justicia). Strache no debía de haberse dado cuenta de que había cámaras cerca (cosa rara en él), porque cuando aquellos dos entes gritaron estas cosas, se volvió y les sonrió, gesto que podía interpretarse como:

-!Qué me gusta esta sana juventud de la raza aria!

(naturalmente, lo que pasaba no era eso, sino que Strache puso esa cara de profesional que pone la reina Letizia cuando se tiene que encontrar con gente, como Jaime Peñafiel, que le dice tonterías).

Cuando el reportaje se emitió, naturalmente, en el FPÖ no gustó nada y denunciaron al periodista, que se llama Ed Moschitz, por haber pagado presuntamente a los dos neonazis para que gritasen estas cosas al paso de Strache, al objeto de pillar al inocente líder ultraderechista en un renuncio.

Se armó la marimorena, incluido un registro de la ORF por parte de la policía austriaca en busca de los brutos de cámara en los cuales, según perjuraban los del FPÖ, estaban las pruebas de la felonía de Moschitz.

Moschitz no se dejó amedrentar y aseguró todo el rato que era inocente y que los tipos aquellos habían actuado motu proprio.

Hoy, un tribunal le ha dado la razón (como a Kevin Konne) y ha condenado al FPÖ a pagarle, del fondo que tiene para estas cosas, 17.000 laureles por haber difamado al periodista y haberle lesionado en su honor profesional.

¿Sería un gran flin o no lo sería? Yo creo que yes.


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