¿Se puede uno acordar de la diva catalana Nuria Espert en Austria? ¿Y puede hacerlo al ver una (deliciosa) opereta del siglo XIX? Sí. Veamos por qué.
23 de Julio.- Los jefes de Karl Zeller no estaban nada, pero nada contentos, con la idea de que al doctor en leyes, empleado del Ministerio Imperial de Cultura, le tirase la farándula. Mientras su éxito se mantuvo en proporciones „discretas“ los jefes rezongaron, pero no dijeron nada más.
Sin embargo, cuando en 1891, cuando Zeller contaba 43 años de edad, su éxito se hizo mundial (le tocó el premio gordo del planeta opereta) el asunto fue demasiado para sus jefes, los cuales le llamaron a Zeller severamente la atención recomendándole que, en vez de andar por ahí de operetas y operetas se dedicase a cosas serias, y como Zeller reincidió, no pararon luego hasta amargarle la vida.
El resultado final, como pasa en todos estos casos, es evidente. El nombre de Karl Zeller sigue siendo conocido, en tanto que el de aquellos jefes que tanto se quejaban de que Zeller no rellenaba bien los formularios hace mucho que ha caido en el (más merecido) de los olvidos.
En ese año, en 1891, en el Theater an der Wien, que aún existe y que fue propiedad de Schickaneder, el hombre que encargó a Mozart La Flauta Mágica, se estrenó Der Vogelhändler, o sea, El Vendedor de Pájaros, opereta que se representa estos días en el festival de Mörbisch, en Burgenland, y que yo estuve viendo ayer.
El Vendedor de Pájaros es, ya de por sí, una delicia. El texto, la música y la trama se acoplan hasta formar una combinación exacta y elegante, que se mantiene fresca más de un siglo después del estreno.
Quizá sea porque, al contrario de lo que ocurre con otras operetas (y con algunas de nuestras zarzuelas más famosas también) la música no está al servicio de un material dramático ramplón, sino que la obra, sin ser una obra maestra, aprueba todos los exámenes de calidad.
La historia se les ocurrió a Zeller y a su libretista, West (que eran amigos) durante unas vacaciones en el tirol, durante las cuales debían de estarse reponiendo del coñazo que les daban sus jefes. Les vino a la cabeza al hilo de una obrita francesa que los dos habían leido, Ce Qui Deviennent les Roses (algo así como „En lo que se convierten las rosas“) la cual se apresuró West a reformar cuando los dos amigos volvieron a Viena.
Así, Der Vogelhändler trata sobre los amores de Adam, un vendedor de pájaros de Tirol, más bien simplón (en Austria dicen de él que es un excéntrico, pero bueno) que baja con su carga y sus alegres muchachos al Palatinado, en donde vive su novia, la pizpireta Christel, que trabaja como cartera.
Christel y Adam se quieren, pero no se pueden casar porque Adam, el aguerrido tirolés, no tiene donde caerse muerto. Esta es la excusa para un enredo lleno de picardía que hace que se despliegue una serie de melodías inolvidables.
Yo estuve ayer, ya digo, en la representación (muy recomendable) de Mörbisch. Como sucede en casi todas estas cosas en Austria, la platea estaba llena. El público espera con impaciencia, cada año, una representación que cuenta con tres ingredientes que hacen que el éxito esté cantado (nunca mejor dicho): los intérpretes son de calidad (las entradas, por cierto, no son baratas, las mías no eran de las más económicas y constaron cien euros, o sea, que se pueden permitir estirarse). Los montajes están hechos con medios y solvencia y aún con lujo (se puede ver en las fotos) y, por supuesto, las obras, que pertenecen a lo más granado del repertorio.
Ayer, por si fuera poco, el tiempo nos respetó (la tormenta empezó cuando ya los pobres actores estaban saludando y la parte más educada del públco aguantó el ligero chaparrón mientras ellos se cobraban en aplausos el trabajo que habían hecho).
¿Qué decir de la representación de Mörbisch? Cierta predilección personal por esta opereta en particular hace que pueda comparar la versión que vi ayer con la que se representó en el mismo sitio en 1997 y que tengo en casa en cd y oigo con frecuencia y la verdad es que, la antigua me parece más homogénea en cuanto a la calidad de los intérpretes (muy competentes en todo caso en esta nueva versión). A mí, personalmente, me gustó mucho la parte técnica del espectáculo. El escenario y el diseño del vestuario en particular y me trajo a la memoria una rueda de prensa de Nuria Espert.
En una de las paradas de su exitosísima carrera internacional, la Espert estuvo dirigiendo una Carmen en el teatro del Liceo (fue antes del incendio) y para promocionar, dio una rueda de prensa en la que, muy graciosa (involuntariamente) explicaba que ella había tratado de ser lo más fiel posible al original, incluso en lo que pudiera tener de trasnochado.
Y decía que si te daba vergüenza como española que Carmen llevase una navaja en la liga, y que se sacara un clavel del pit (o sea, del pecho en catalán) y tal y tal, que entonces „lo que no has de hacer es la Carmen“.
Pues con esto igual:Der Vogelhändler es un material blanco y antiguo, y si se quiere un poco cursi, pero en Mörbisch lo aceptan y no tratan de hacer „moderneces“. Eso sí, hay en ese cursi de postal, de cuento infantil antiguo, un amor, un buen gusto y, por qué no, una ironía, que el público menos puesto no ve, pero que el más informado agradece mucho.
En el texto del siglo XIX se metieron „morcillas“ relativas a la política actual. El público se rió, pero desde mi punto de vista desvirtuaba un poco la cosa. Fue lo único que no me gustó.
Por cierto, Der Vogelhändler se representa hasta el 15 de Agosto.
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